Cuanto más elevado está un espíritu en la escala evolutiva más humilde se muestra hacia los demás, tiene mayor capacidad de adaptarse al nivel de los que están a su alrededor y encuentra la forma de ayudarles en su progreso sin causar menosprecio ni humillación nunca, al contrario se gana la confianza de todos y se hace querido por todos.
Mientras tanto, cuanto menos sea la evolución de un espíritu y esté afectado por esta imperfección como es la vanidad, puede incurrir fácilmente, si posee una facultad mediumnica, en el error de creerse superior a los demás, hasta llegar a endiosarse con la misma creyendo que es él quien realiza las curaciones, o que en las comunicaciones que recibe no pueden haber engaños de entidades de baja condición, etc., es decir, se cree tan grande y tan perfecto que muchos médiums llegan a creerse que son seres elegidos por Dios para la misión que están haciendo, que nadie más podría hacerla, y llega hasta tal punto este endiosamiento que ni siquiera los protectores pueden hacerles ver el engaño en el que se encuentran, dominados como están por el bajo astral que es desde donde les incentivan sus defectos y les llevan a creerse superiores a todos los demás.
Para ejercer bien una facultad mediumnica lo primero que ha de comprender el médium és que él es sencillamente un transmisor entre el mundo espiritual y el terrenal, un canal que ha de estar limpio, sin intereses personales de ningún tipo para que estos no puedan interferir en el intercambio mediumnico. Si el médium comprende que es solo como un aparato y que ha de estar en las debidas condiciones para que puedan servirse de él, no tendrá problemas de vanidad. Ahora, si el médium quiere destacar entre los demás, si busca fama, prestigio, en definitiva, si en lugar de trabajar por su perfección moral busca el afán de protagonismo y gusta que reconozcan lo que él hace, estaré actuando lejos del ejemplo de humildad que los grandes maestros nos han enseñado, olvidando que es sólo un instrumento para el mundo espiritual.
En definitiva, una existencia actuando bajo el amparo de entidades engañosas deja tras de sí un sinfín de desaciertos, una labor sin realizar, una estela de confusión hacia los demás: en una palabra una existencia sumamente deudora, porque cuanto más alto se sube uno a sí mismo, más tiene después que bajarse y rectificar todo cuanto hizo mal.