EL SENTIDO DE LA VIDA
¿Qué sería de la vida si nadie tuviese un objetivo glorioso, si no tuviéramos un porqué y un para qué? Si todo se perdiese en la nada más absoluta, para qué dedicarse con esfuerzo y denuedo en progresar, en descubrir, en mejorar, en perfeccionar cada materia más y más. El ser humano en su fuero interno tiene la seguridad de que ha que caminar hacia dos metas: la perfección y la felicidad. Ambas, aunque no lo parezca, van unidas de la mano. La perfección es el conocimiento y el dominio de las cosas, la belleza, la nobleza de pensamientos, sentimientos y emociones, saber en cada momento qué hacer, cómo hacer, amar, sentir, disfrutar; con ello se alcanza la felicidad de forma natural y gradual, sin buscarla, simplemente se experimenta por medio de la realización, por el equilibrio y el saber ser y estar.
Cada día todos y cada uno de nosotros necesitamos tener un porqué y un para qué; de lo contrario, vamos dejando de hacer las cosas porque sí, porque son una creencia, una tradición, o forma parte de la cultura. Cada día la sociedad se va transformando y creando nuevas pautas de conducta, se va rompiendo con el pasado e importa menos cada vez lo que se hiciera antaño; a esto hay que sumarle la influencia que ejerce la tecnología, que es el principal motor en nuestras vidas. La tecnología ha cambiado el mundo y seguirá haciéndolo paulatinamente. Un nuevo medio ha entrado en nuestra sociedad, que de momento lleva la pauta a la hora de transgredir y romper con muchos lazos del pasado. Nada va a ser lo que era según avance la ciencia, la tecnología y las nuevas formas de entender el mundo.
Necesitamos primordialmente dos cosas: tener una mente clara por un lado, para discernir lo que está bien y lo que está mal, lo impongan las modas, la tecnología o los centros de influencia que están dirigidos por el comercio y el dinero. Y también necesitamos saber qué lugar ocupamos en el mundo, darle un sentido a la vida, si no queremos que la vida nos imponga su ley y su sentido. Por lo general, podemos entender la vida de dos formas, desde una visión material y desde un enfoque espiritualista. De ello dependerá el curso que le demos a nuestra existencia. Debemos tener seguridad en nuestras creencias, porque de otro modo apenas nos servirán a la hora de reflexionar y tomar decisiones.
Para ello es imprescindible que sepamos situarnos en el mapa del espacio/universo; no cabe duda de que internamente tenemos mecanismos que actúan automáticamente y nos ayudan a pilotar nuestro cerebro de la mejor forma posible; también estamos asistidos por una conciencia, que es el bagaje de los milenios que andamos ya progresando vida tras vida. En muchas ocasiones se enciende ese piloto rojo y sabemos qué línea no hay que sobrepasar, qué acciones no debemos emprender; nos avisan de muchos modos para ayudarnos a acertar en el camino a escoger, no en vano hemos tropezado muchas veces en la misma piedra hasta que hemos comprendido que no era por ahí el camino a seguir. Y todo eso se queda grabado en nuestro yo superior. Esta conciencia nos está indicando que somos espíritus viejos, que no es la primera vez que nacemos y que debemos reparar todas nuestras acciones.
No obstante, no somos conscientes del todo de la trascendencia que tienen todos y cada uno de nuestros actos; no somos conscientes de nuestra propia trascendencia y de que no somos fruto del acaso y de que tenemos un papel que cumplir y un trabajo que realizar. Y esto marca una línea muy importante para nosotros, pues determina que se pueda inclinar la balanza a uno u otro lado a la hora de tomar decisiones o emprender acciones importantes. Si todos supiéramos y tuviésemos el convencimiento de que estamos de paso aquí en la Tierra y de que somos espíritus inmortales; que este planeta es un aula muy atrasada a la que venimos para aprender, ponernos a prueba y expiar las faltas cometidas en vidas anteriores; que la ley de la justicia pone cada cosa en su lugar, pensaríamos sin duda de otro modo.
Pero no hemos llegado a ese momento crucial en nuestra evolución, tan solo unos pocos son ya conscientes de este hecho soberano e incontestable y se esfuerzan para ser consecuentes consigo mismos.
“La vida no trata de encontrarse a uno mismo, sino de crearse a uno mismo”.
Bernard Saw.
Debemos reforzar esta idea cada día, sin lugar a dudas. ¿Por qué? Porque estamos inmersos en un mundo material, asimismo envueltos en un organismo carnal que también impone su ley, sus instintos y necesidades. Estamos dominados todavía por los influjos de nuestra escasa evolución, en donde predominan todavía los bajos impulsos, hábitos y vicios propios de nuestra naturaleza animal, sumida y formada por las debilidades e imperfecciones propias de la infancia espiritual en la que nos hallamos. Somos espíritus en construcción y es mucho el trabajo que nos resta para sacar a la luz los valores y las características de los espíritus sublimes y elevados.
Pese a todo, una vez que sepamos cuál es nuestro rol, trabajemos para nuestro adelanto y elevación espiritual; seamos conscientes en que tropezaremos, nos equivocaremos una y cien veces; no importa, debemos levantarnos una y otra vez. Errar es señal de que estamos en acción. Quien no hace nada piensa que no se equivoca, y sin embargo ese es el mayor error, no hacer nada es tirar la existencia por la borda. No hay que bajar los brazos, hay que adoptar una buena actitud, del guerrero que sabe que por más batallas que pierda se puede ganar la guerra; hay que volver a levantarse después de reflexionar y pensar qué es aquello que hicimos mal para no obtener los resultados apetecidos.
“Un error no se convierte en equivocación hasta que nos negamos a corregirlo”.
Anónimo.
No hay solo una vida, por eso paradójicamente hay que saber aprovecharla para que, aprendiendo experiencia tras experiencia, podamos adelantar y estar cada día con más claridad, fuerza y luz espiritual. No debemos tener miedo a equivocarnos, debemos tener miedo a la pereza y la comodidad, a la inactividad, porque somos seres espirituales que irradiamos energía, y a esa energía hay que darla paso; la energía no puede estarse quieta, ha de buscar su camino.
“Nos envejece más la cobardía que el tiempo, los años solo arrugan la piel pero el miedo arruga el alma”.
Démosle un contenido a la vida, sepamos hacia dónde dirigir nuestras fuerzas y energías; el universo en una fuente constante de energía siempre en movimiento, de nosotros depende conectarnos a ese divino caudal que nos suministra el aliento, el entusiasmo, el deseo y afán de realización y progreso. A esa fuente divina de luz y energía estaban conectados los grandes avatares de la humanidad, por ello nunca cejaban en su empeño y fueron capaces de cumplir fielmente con su misión en la Tierra.
Una vida sin contenido se convierte en la nada, se instala un vacío en nuestro interior que no nos permite darle valor e importancia a las cosas; esta cuestión finalmente nos lleva a toda descreencia y a pensar que la vida carece de sentido, convirtiéndonos en materialistas. Entonces vivimos anclados en nuestros procesos instintivos, somos una especie de animal raro, que ni somos animales ni somos personas, porque no entendemos qué hacemos aquí, de dónde venimos y hacia dónde vamos; nos sometemos al pairo de los acontecimientos, dejamos que piensen por nosotros, nos dicen lo que tenemos que hacer, nos quitan los sueños e ilusiones y nos obligan a trabajar solo en términos materiales para que otros sí puedan cumplir sus propios sueños.
¡Quien sabe que tiene un destino glorioso, como lo es la propia perfección, se esforzará en su propio crecimiento y elevación! Luchará, peleará, se enfrentará a retos, metas y objetivos; no estará quieto, no le dará miedo el esfuerzo, el sacrificio, el trabajo, porque sabe que la vida lo quiere fuerte y sabio, con buena voluntad y un corazón grande. Lo someterá a muchas pruebas, compromisos y responsabilidades sin las cuales es imposible el progreso y la perfección. Superando los problemas y los inconvenientes, ganamos experiencia y de ello depende nuestro adelanto y ascenso espiritual.
Quien tiene objetivos nobles, altos y busca el desarrollo de sus valores, sabe que cada vida le ofrece diferentes oportunidades, unas más fáciles otras más difíciles, pero se centrará en cada una de ellas porque todas son necesarias y en cada una aprende y desarrolla valores diferentes que al final le aportarán las cualidades espirituales de las que está hecho en potencia.
La felicidad, el equilibrio y la seguridad espiritual están en nuestra mente. Hay que saber planificarse, llenarse de contenidos, dejar lo superfluo a un lado, lo innecesario, para no tener entorpecimientos y podamos disponer de todo el tiempo para dedicarnos a lo que es nuestra tarea, aquella que nos llena y nos satisface internamente, que queda en nuestro yo y no se esfuma como pasa con las cosas materiales, que dependen únicamente de los sentidos materiales.
En definitiva, estamos aquí en este mundo, que es el que nos corresponde por ley, no para continuar siendo lo que éramos, sino para fortalecernos, desarrollando nuestra inteligencia, adquiriendo nuevos conocimientos y valores, y al dejar este mundo volvamos al plano espiritual enriquecidos, más sutilizados y dejando atrás parte de los entorpecimientos, debilidades e imperfecciones que adquirimos en las diferentes existencias ya vividas.
El sentido de la vida por: Fermín Hernández
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“No dejes este mundo con las manos vacías. Acumula la suprema riqueza del alma. No pierdas la dorada oportunidad que te ofrece esta vida de conocer a Dios”.
Sivananda