CONCIENCIA Y MENTE
La definición de la palabra conciencia tiene varios significados en función de cómo se interprete su naturaleza y lo que representa. A veces interpretamos la palabra con “s” cuando enfatizamos la importancia de “darnos cuenta” de alguna experiencia eterna o interna que nos acontece. Usamos esta acepción para enfatizar que nos hemos hecho conscientes de algo o alguna cosa.
De tal manera que usamos la expresión para confirmar que poseemos una realidad e individualidad personal capaz de sentir, percibir, recordar, memorizar, experimentar o vivir aspectos que son iluminados por nuestro ser interior como sucesos que nos afectan y que, por ese mismo motivo, son diferentes de nuestro ser interno aunque en algún momento hayan pasado a formar parte del mismo. Son realidades que forman parte de nuestro mundo interior y de la forma en cómo las percibimos o las experimentamos.
Es a través del pensamiento como podemos darnos cuenta de esta realidad, y a través de él nos volvemos conscientes de nosotros mismos. Así pues, y en palabras del psicólogo experimental y físico Peter Russell, “La facultad principal de la conciencia es la capacidad de tener experiencias interiores”.
Un ejemplo de esta facultad extraordinaria, que no es exclusiva del ser humano, sería considerar la conciencia como “la luz de un proyector de cine”. El proyector proyecta luz en una pantalla y modificando esa luz se crean distintas figuras que presentan infinidad de imágenes. Estas imágenes son las percepciones, los sueños, los recuerdos, las sensaciones, los pensamientos, los sentimientos…, son las formas en que se presenta la conciencia, mientras que la luz en sí misma sin ninguna imagen sería la propia facultad de la conciencia.
En este sentido, cada uno de nosotros podemos comprender que todas las imágenes de la pantalla se conforman a partir de la luz. Sin embargo, no somos conscientes de la luz como tal, puesto que son las imágenes que aparecen (pensamientos, sensaciones, recuerdos, etc.) las que captan nuestra atención. Sabemos, pues, que somos conscientes, pero solemos serlo sólo a partir de las distintas percepciones, pensamientos y sentimientos que llegan a nuestra mente. Muy excepcional y raramente somos conscientes de la conciencia como tal.
Hablemos ahora de la Mente como un instrumento superior del Alma humana, que por sí misma es la expresión inmaterial del espíritu, ya que la característica principal de este último es ser un “principio inteligente” con capacidad de razonar por sí mismo, de pensar sobre sus propios pensamientos, de ser consciente de su individualidad y existencia, de realizar procesos de abstracción y de tomar por sí mismo y en base a su propio libre albedrío las decisiones que considera oportunas.
La Mente es el poderoso aliado del Alma para comunicarse con el medio en el que vive y se relaciona, para transferir de forma bidireccional la información externa que captan nuestros sentidos a nuestro yo profundo, a nuestro acervo de experiencias milenarias que se archiva en el inconsciente. Pero también la Mente es el instrumento del que se vale el Alma para transmitir, a través del cerebro y el sistema nervioso, los pensamientos y emociones que nuestra Alma tiene.
Esto afecta de forma directa nuestra vida, nuestra salud, nuestro comportamiento y nuestra realidad. Pues, a través del Centro Coronario, situado en la parte superior de la cabeza, recibe nuestro Periespíritu los impulsos de esas dos fuerzas poderosas, el pensamiento y la emoción, y transferidas las energías que la naturaleza del pensamiento y la emoción producen a través de la glándula pineal, se activan los procesos bioquímicos cerebrales que liberan las hormonas que son de inmediato trasladadas al torrente sanguíneo, generando procesos de salud al tratarse de pensamientos saludables y emociones nobles (liberamos oxitocina, dopamina, serotonina, etc..), o de enfermedad, al tener la mente distorsionada con pensamientos o emociones tóxicas y negativas por el estrés crónico, las actitudes viciosas y obsesivas o las pasiones disolventes (liberamos cortisol, adrenalina, noradrenalina, etc.).
El funcionamiento de la Mente es como el de una gran estación de Tren, de donde parten nuestros propios pensamientos generados por nuestra voluntad. Pero también llegan a nuestra estación (Mente) otros pensamientos que no son nuestros, y que vienen de otras estaciones por similar frecuencia y sintonía (otras mentes que piensan como nosotros). Si estos últimos son de carácter tóxico o negativo y los alimentamos al llegar a nuestra Mente (estación), solemos retenerlos porque nos identificamos con ellos y vibramos en su misma frecuencia, y esto genera el principio de la disfunción energética y la perturbación mental, que en algunos casos se convierte en graves patologías que enferman a la persona, entrando en bucles constantes de “mono-ideas” que son agravadas con procesos obsesivos de grave crueldad al sintonizar con otras mentes perturbadas que piensan y sienten como nosotros.
“Si quieres saber los secretos del Universo, piensa en términos de energía, frecuencia y vibración”. Nicola Tesla – Inventor
Esta frase de Tesla es una realidad constatada y contrastada, que en el caso de la Mente humana se cumple de forma inexorable. El pensamiento, como producto de la Mente, es una poderosa fuerza que nos afecta y que es capaz de influyenciar otras Mentes. La realidad de las últimas investigaciones al respecto de “las Mentes Interconectadas” no hace sino reforzar este principio universal del axioma: el semejante atrae al semejante.
Es la ley de afinidad que rige en las leyes físicas y espirituales por igual y de la cual el ser humano no está exento en absoluto; de ahí que la Mente sea inmaterial, que tenga su propia evolución y que su origen no sea otro que la Mente Universal de Dios, de la cual procede y recibió en su día sus cualidades latentes.
La Mente humana no se encuentra ubicada en ningún lugar de la anatomía física, y aunque el cerebro sea el receptor principal de los pensamientos y emociones, cuando sentimos una emoción o estamos experimentando pensamientos que derivan en emociones o sentimientos inmediatos, no los procesamos por el cerebro sino que es todo el organismo a la vez quien sufre su influencia. La medicina y en concreto la psicología y la psiquiatría ya ha establecido los síntomas que se producen en todo el cuerpo humano como consecuencia de emociones distorsionadas, fuertes o exageradas: sudoración excesiva, aumento de la tensión arterial, taquicardias, dificultad de concentración y atención, problemas de raciocinio derivados de la intensidad de la emoción o pensamiento que se trate, etc.
Como vemos, las consecuencias de esas dos poderosas fuerzas (pensamiento y emoción) nos afectan no sólo en el cerebro sino en el resto de las funciones y sistemas biológicos, el glandular, el inmunológico, el sistema nervioso, etc..
La Mente es un poderoso aliado de la conciencia. Ambas evolucionan al mismo tiempo que lo hace su principal agente y director: el Alma humana,. Son sus instrumentos, y conforme el hombre adelanta intelectualmente y desarrolla su sentido moral, que le capacita en el discernimiento del bien y del mal, la conciencia se vuelve más amplia, lúcida, sutil y fuerte. Mientras tanto la Mente va seleccionando, bajo la voluntad y el libre albedrío del Alma los contenidos superiores que le interesa a esta última potenciar y que no son otros que los valores superiores del espíritu, objetivo del progreso del Alma en todo momento desde que fuera creada por Dios hasta que llegue a la plenitud y la perfección mediante el desarrollo de esas cualidades latentes que el Creador colocó como huella indeleble en el interior del ser humano.
El proyector de cine y la estación de tren por: Antonio Lledó
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