P: “El respeto instintivo del hombre y los pueblos por los difuntos, ¿es efecto de la intuición que tiene de la vida futura. R: Es su consecuencia natural; a no ser por ello, ese respeto no tendría sentido”. A. Kardec, L.E. It. 329
El tema de los funerales y la conmemoración de los difuntos recordando su memoria suele ser una costumbre arraigada en la mayoría de los pueblos y civilizaciones de la Tierra. Concurren para ello diversas circunstancias sociales, culturales, religiosas y espirituales. Algunas ciencias como la paleontología y la arqueología han descubierto que esta actitud de respeto por las personas que parten al otro lado de la vida es tan antigua como el propio hombre.
Tanto es así que en las necrópolis más antiguas descubiertas datadas en los primeros momentos de la aparición del Homo sapiens sobre la Tierra, los enterramientos muestran formas peculiares y características que evidencian el respeto por los fallecidos, la creencia en la vida de ultratumba y en el viaje que han de emprender hasta llegar al otro lado, para lo cual no escatimaban colocar junto al difunto todo tipo de utensilios que les ayudasen a realizar esa travesía lo mejor posible.
Sin duda, pues, desde el principio de los tiempos esta costumbre ha sido un deber que el propio hombre ha tenido por instinto y se ha impuesto así mismo como intuición de lo que le aguarda al otro lado. Sabemos que todas las civilizaciones antiguas honraron preferencialmente a sus difuntos, pero la que mayor empeño puso en ello fue la civilización egipcia, donde mediante el reconocimiento del valor de la vida en el mas allá, y siendo una sociedad eminentemente religiosa donde el faraón era considerado un Dios en la Tierra, los ritos de enterramiento alcanzaron una magnificencia y profundidad nunca igualada. Véase las tumbas y pirámides de los reyes y faraones como muestra de la importancia que concedían al viaje al otro lado.
En la actualidad, no sólo la tradición, la religión o las costumbres sociales siguen manteniendo estos actos de respeto, sino que desde un punto de vista estrictamente espiritual podemos considerar que se trata de un deber de fraternidad despedir a los que se marchan con la dignidad necesaria. No en base a su rango, méritos, bondad, poder o fama, sino por el mero hecho de ejercer un acto de caridad que le ayude a realizar el tránsito lo mejor posible, suavizando en lo posible la turbación mediante nuestra ayuda desinteresada a través de la oración por su alma.
Abordemos pues algunos aspectos que es conveniente conocer al respecto de estos momentos tan importantes en la vida de todos y cada uno de nosotros. Nadie escapa a la fatalidad biológica de la muerte física, por ello, todos quisiéramos que nuestra partida al otro lado se produzca en las mejores condiciones para nuestro propio bien. Y cuáles son esas condiciones? ¿Cómo podemos ayudar a aquellos que acompañamos en el duelo y al que se marcha? ¿De qué forma evitamos perjudicar al que parte?
Ya en el “Libro Tibetano de los Muertos” se establecen algunas reglas en los momentos del enterramiento para los familiares y deudos de aquellos que se marchan, a fin de no perjudicar ni con los pensamientos ni los sentimientos exacerbados a aquel que está en un proceso de transición y turbación y precisa de un ambiente sereno y equilibrado que le ayude a desprenderse del cuerpo físico con suavidad y lo antes posible.
Pero sin duda, la filosofía espírita, al esclarecer las leyes que rigen los procesos del mundo espiritual con el material, nos permite conocer con exactitud en la situación precisa que experimenta el finado en cada momento (desprendimiento, tránsito y turbación) y de qué manera facilitamos o entorpecemos con nuestra actuación que este proceso se lleve a cabo lo mejor posible.
En este sentido, y como regla general en todos los casos, no podemos ni debemos tener en consideración la conducta moral del que parte, y por muy mala que la persona haya sido, no tenemos derecho a aumentar el suplicio que su propia conciencia le presenta con nuestros pensamientos de odio, rencor o resentimiento. Las leyes más elementales de la caridad nos obligan a perdonar, olvidar el mal y recordar el bien, ayudando así a ese espíritu endeudado a salir lo antes posible de su situación. Y si hemos de recordar sus actos o su memoria en algún momento evitemos hablar mal de él, pues le perjudicamos e incluso si es vengativo puede volverse contra nosotros.
Si se trata de una persona de bondad, que ha dejado una huella de honestidad y adelanto moral en la Tierra, además del reconocimiento externo (que es lo que menos importa al que se marcha) debemos procurar ayudarle con nuestras oraciones y nuestros recuerdos positivos con él o con otras personas. Esto ayuda al espíritu a envolverse en vibraciones positivas, saludables, serenas y de paz que acelerarán el proceso del desprendimiento en una placidez importante, lo que le ayudará en el tránsito y la rápida recuperación de la memoria después de una breve turbación de pocas horas.
Pero incluso en este caso, hemos de hacer una llamada a la responsabilidad de los familiares y personas más queridas. A pesar de la conducta y la vida que haya llevado en la Tierra, aquellos que convivieron con él deben procurar mantener la serenidad y la calma a fin de que sus pensamientos y emociones (aunque afectados por la inevitable tristeza de la separación) no generen desesperación, desarmonía o desequilibrio en el espíritu que se marcha, al ser llamado constantemente mediante pensamientos de amor egoísta y posesivo que solamente consiguen retener el proceso de separación del alma del cuerpo al llegar a la mente del afectado. El que acaba de fallecer en esos momentos se encuentra turbado, y cualquier actitud de sufrimiento exagerada por parte de los familiares le hace sufrir también a él mismo.
P: ¿Son sensibles los espíritus al recuerdo de quienes los amaron en la Tierra? R: Mucho más de lo que podéis creer. El recuerdo se suma a su felicidad si son dichosos. Y si son desgraciados, es para ellos un alivio” Allán Kardec, L.E., it, 320
Hay quien desaconseja recordar a los difuntos; sin embargo, sabemos con certeza que cuando lo hacemos conscientemente y de la manera adecuada, aquellos que nos amaron en la Tierra y que partieron al espacio se regocijan, se muestran felices de que les recordemos y les tengamos en su memoria. Es por ello que sí es conveniente recordar lo bueno, los momentos felices, la personalidad de aquellos que amamos, pues no solamente nos alegramos sino que muchas veces les atraemos y les hacemos felices, por mucho tiempo que hay pasado desde que dejaron la Tierra.
Algunos piensan que la costumbre de conmemorar a los difuntos o reunir los despojos de los familiares es una cosa fútil. Sin embargo, para los espíritus que se liberaron de la materia un día concreto no es tan importante, pues el tiempo para ellos es relativo y ellos acuden al llamado del pensamiento. No obstante debemos considerar que la reunión en un mismo sitio de enterramiento de la familia es una costumbre piadosa que importa bien poco a los espíritus. Y la visita a la tumba es también un modo de demostrar que se piensa en el espíritu ausente, aunque el conocimiento espiritual nos informa de que es la oración por esa persona lo que santifica el acto del recuerdo; y poco importa el lugar donde se pronuncie si se hace con el corazón.
Al espíritu afectado por el fallecimiento, que numerosas veces concurre a su propio entierro sin apenas percatarse por encontrase turbado, que el funeral sea de una u otra forma, con mayores honores y dignidades le es indiferente o importante, según sus sentimientos. Así pues, para terminar, debemos considerar que los funerales son actos para honrar la memoria del finado; recordar lo mejor de él sin angustias ni desesperación por la partida, ya que el conocimiento de la vida espiritual nos capacita para entender que antes o después volveremos a encontrarnos con él en el otro lado, y si ha sido amado y querido tendremos la gran satisfacción de contar con su ayuda en el momento en que nosotros debamos partir.
Es pues conveniente, y en todo momento, mantener hacia él la actitud del bien, la oración, la compasión y la piedad que querremos para nosotros mismos el día en que debamos partir para el otro lado.
Funerales y difuntos por: Redacción
2023, Amor, Paz y Caridad
“No lastimes a los que se han ido. Guardar viejos y dolorosos recuerdos es mantener presente el sufrimiento pasado. Los que se fueron obedecieron la voluntad divina. No te opongas a Dios. Para tener paz, vuelve tu pensamiento a Dios. Observe que todo continúa cultivando la Vida, esforzándose en el progreso, buscando alcanzar lo mejor. No te quedes atrapado en la retaguardia del pasado. Sigue adelante. Levanta la cabeza. Dios bendice tu esfuerzo. Ora por los que se han ido. Dios los acaricia. Retenga solo los recuerdos alegres. Aceptar la marcha de la vida es comprender los designios de Dios.” Lourival Lopes