EL CASO DE DRAUSIO-MARÍA APARECIDA II

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(Viene del nº anterior)

PRIMEROS INDICIOS – LA BICICLETA.-

Desde los primeros meses de vida, Drausio comenzó a dar señales que sugerían que él era la reencarnación de María Aparecida. Favoreció el registro de estos episodios, la relativa expectativa de los padres a la posibilidad del renacimiento de María Aparecida en la persona de Drausio.

El Sr. Luis tenía la costumbre de llevar a María Aparecida a pasear, montada en el sillín de la bicicleta. Ella apreciaba inmensamente esta diversión.

Cuando Drausio tenía cinco meses de edad, el Sr. Luis lo llevó a la barbería. Ocurrió que su bicicleta se hallaba en el salón, en aquella oportunidad. Al avistarla, el niño comenzó a inclinar el cuerpo en dirección al lugar donde se encontraba la bicicleta. No siendo luego comprendido por el padre, se puso a llorar y a forzar el cuerpo en aquella dirección. Entonces el Sr. Luis percibió que se trataba de la bicicleta. Colocó al niño sobre el sillín. Inmediatamente cesó de llorar y mostró su alegría con una larga sonrisa. Se alegró especialmente cuando el padre caminó con él sentado en el sillín de la bicicleta. Era la primera vez que Drausio veía semejante objeto.

PALABRAS EXTEMPORÁNEAS.-

Es corriente que la actividad elocutoria sólo surja en el ser humano aproximadamente a los dos años de edad. Al parecer, el habla depende del completo desarrollo de ciertas regiones del cerebro, lo que ocurre cerca de aquella edad.

Mientras tanto, existen casos de precocidad, en los que ciertos niños aprenden a hablar antes de los dos años. Un ejemplo mundialmente conocido es el de Christian Henry Heinecken, llamado:  el    «Niño de Lubeck». Nacido en 1721, poco tiempo después pasó a hablar con fluidez. Con un año de edad, conocía toda la Biblia. A los cuatro años, ya había aprendido el latín y el francés. Murió antes de alcanzar los cinco años de edad. (HOLROY, 1977, p. 136).

Drausio manifestó algunos instantes de actividad elocutoria precoz, pero el fenómeno fue fugaz. El primer hecho de este tipo tuvo lugar cuando contaba apenas con siete meses de edad. D. Domingas, la abuela del niño, insistió varias veces en ponerle los guantes, pues estaban en plenoo invierno. Todas las veces que su abuela le ponía los guantes, el niño obstinadamente los retiraba. Ya un tanto impaciente, D. Domingas le habló con energía: «¡no te quites más los guantes! ¿Has oído, Drauzhinho?» En ese momento, la abuela quedó estupefacta, pues el niño de siete meses, que todavía no hablaba, le respondió claramente: «¡No está frío no, abuela!» Era el modo de expresarse la niña.

En algunas ocasiones, habiéndose sentado en la ventana que daba a la calle, llamaba por el nombre a tía Leda o a uno de los tíos, cuando éstos pasaban por la calle. Si, más tarde, se insistía con Drausio para que repitiera los nombres, no decía nada, pues todavía no sabía hablar. Parece que ocurría, en el momento en que veía a uno de sus tíos, un repentino afloramiento de la reminiscencia reencarnatoria relativa a aquel pariente, suscitándole entonces el reflejo del habla.

EL CAJON DE LAS HERRAMIENTAS.-

– En la barbería, el Sr. Luis reservó un cajón destinado a guardar varias herramientas de uso corriente, tales como tijeras, máquinas de cortar el pelo, etc. Como todos los demás cajones de la barbería, éste también estaba cerrado con llave. Estando en vida, María Aparecida tenía especial predilección por aquel escondrijo, pues adoraba jugar con las herramientas del padre. En cuanto llegaba al salón, pedía la llave para abrirlo. El Sr. Luis atendía su petición y ella misma abría el mueble y se ponía a jugar con aquellos objetos.

Una vez, Drausito, todavía con un año y dos meses, se encontraba en la barbería, abrazado al cuello de su padre. El Sr. Luis recordó la predilección de María Aparecida por las herramientas y resolvió hacer un test. Puso al pequeño Drausio en el suelo y le entregó la llave del referido cajón. El chiquillo inmediatamente se encaminó hacia la cerradura indicada e intentó abrirla con la llave. Después de varias tentativas infructíferas, se echó a llorar. Aquello era muy nuevo todavía y no conseguía su intento. A esta altura, el Sr. Luis le ayudó a abrir el cajón. El niño cesó de llorar y reveló una gran alegría al poder mover las herramientas, como si las estuviese reconociendo en aquel momento.

LA MARIPOSA.-

Fijada en el techo del salón de la barbería, hay una pieza de cerámica, estrecha y un tanto alargada, allí instalada hace algún tiempo. Servía de soporte a una llave eléctrica actualmente inutilizada. Cuando María Aparecida estaba viva, mostraba su atención atraída por aquel objeto extraño y solitario amarrado allí, en el techo. Para divertirla, el Sr. Luis señalaba aquel aislador y le decía: «¡Ahí está la mariposa!» Así, la niña aprendió a llamar mariposa a aquel soporte de cerámica. Preguntándola por la mariposa, ella inmediatamente apuntaba hacia el techo, en dirección al aislador.

En el mismo día en que Drausito descubrió las herramientas, localizando correctamente el cajón en que se encontraban, el Sr. Luis se acordó de hacer una prueba más con el niño. Le preguntó inesperadamente: «Drausio, ¿dónde está la mariposa?» ¡Inmediatamente el niño se volvió para el techo y apuntó con su dedito hacia el bello soporte de la llave eléctrica!

RECUERDOS DE LA ANTIGUA CASA.-

Inicialmente, la familia del Sr. Luis habitó en la Calle Capitán Scandiuzzi, junto a la casa donde ahora viven los abuelos de Drausio y su tía Leda. Con la muerte de María Aparecida, el Sr. Luis se mudó a otra casa situada en la Calle Manuel Antonio Maciel. Drausio no conocía la antigua residencia.

Con edad de un año y ocho meses, hallándose en compañía de la madre, pasó por enfrente de la antigua casa cuando, como de costumbre, iban a visitar a los abuelos. En este momento, subió el primer escalón del pequeño portal que cierra la entrada lateral de aquella residencia y, volviéndose, dijo:     «¡Quiero entrar; ya viví en esta casa; abre la puerta; porque quiero ver el gallinero del abuelo!» Más tarde, satisfecho su pedido, Drausito demostró reconocer el antiguo gallinero donde D. Domingas criaba sus gallinas. Del mismo modo, se verificó su familiaridad con la huerta existente en el patio. De ahí en adelante siempre que iba a casa de los abuelos, Drausio quería también entrar en la antigua casa donde María Aparecida hubiera vivido.

(continuará)

Hernani Guimaraes Andrade

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