Todo ser humano tiene el deseo intimo, innato, de la búsqueda incesante de la verdad, en un afán por encontrar respuestas que le de un sentido a la vida. Sin embargo, las circunstancias evolutivas; en una palabra, nuestro atraso espiritual, hace que nos resulte más fácil y cómodo dejarse arrastrar por las corrientes del materialismo o seguir el curso de algunas religiones tradicionales sin grandes reflexiones o planteamientos.
Sin embargo, en algún momento de nuestra evolución podemos sentir que lo conocido mayoritariamente, en un sentido u otro ya no es suficiente. Nos surge entonces una inquietud, un afán por buscar respuestas donde otros ni tan siquiera se lo plantean. Queremos saber, explorar la realidad para salir de los automatismos, de las tradiciones. Entonces es cuando nos lanzamos a buscar.
En otros casos son los golpes de la vida los que nos arrebatan el equilibrio, la tranquilidad psicológica y emocional. Por ejemplo; una enfermedad preocupante, la pérdida de un ser querido, los cambios bruscos de fortuna, etc. Son situaciones que nos ponen alerta y nos hacen replantearnos la vida, forzados por las circunstancias.
Muchas veces buscamos, si, pero una verdad que se acomode a nuestros gustos y preferencias; leemos, escuchamos, pero interpretamos en función a la experiencia y al bagaje acumulado a lo largo del tiempo. De algún modo satisfacemos, en parte, una inquietud interior, pero muchas veces ese conocimiento lo llegamos a redireccionar sin darnos cuenta, adaptándolo a nuestra forma de pensar tradicional y nuestros hábitos.
Nos podríamos preguntar: ¿Cómo podemos ser fieles a una Verdad si nosotros somos tan imperfectos? ¿Cómo podemos saber si vamos por el camino correcto, sin caer en la amenaza del error o el fanatismo?
Esta claro que nadie es perfecto. Tenemos la asistencia espiritual que a lo largo de la historia ha acudido siempre en auxilio del hombre. Personajes de gran sabiduría como Buda, Krishna, Lao-Tse, Mahoma, Sócrates, Hermes Trismegisto, el mismísimo Jesús, etc., con su ejemplo y enseñanzas han aportado en cada momento de la historia una orientación, una guía donde acogerse la humanidad perdida para reconducir su camino.
Por otro lado, bien es cierto que, aunque todas las religiones tienen su parte positiva, su parte de verdad, ninguna creencia o religión puede satisfacer a todos. Sin embargo, debemos de buscar aquella que consideremos lo más fiel al sentido común y a la razón, que pueda mirar de frente a la ciencia y no desmentirse en ningún postulado, caminando a su lado y apoyándose en ella. Que tenga una filosofía clara que le de un sentido coherente a la vida. Que no postule dogmas ni posea compartimentos estancos, dejando vía libre a la reflexión personal y colectiva.
Al principio, la búsqueda puede parecer complicada, y entonces muchos optan por un eclecticismo que abarque distintas filosofías. Esto puede tener una utilidad en un principio, no obstante, no es recomendable a largo plazo. Recordemos la historia de aquel discípulo que un día le pregunto a su maestro espiritual, aun reconociendo lo mucho que había aprendido, que le parecería si buscara a otro maestro para aprender otras cosas diferentes. El sabio meditó durante unos instantes y le contestó: “El cazador que persigue dos liebres no caza ninguna”.
Efectivamente, abrazar unas ideas trascendentes y comprobar su realidad ahondando en ellas, nos deben de llevar a un modelo de vida siendo consecuentes con dichas ideas. Es la coherencia entre lo que pensamos, decimos y hacemos. Transmutar creencias en convicciones, consecuencia del análisis, del uso del raciocinio y de los sentimientos nobles para llegar a conclusiones que nos enriquezcan y que podamos incorporar a nuestra vida. Es lo que definen algunas escuelas espiritualistas como la identificación con el Yo Superior; tomar las riendas de nuestra vida para vivir un modelo que hemos asumido como propio. Esto no significa, retirarse del mundanal ruido, trasladarse a un monasterio o alejarse de la realidad social, no. Supone la vivencia interior a través de la relación con nuestros semejantes, con vocación de servicio, respetando la diversidad para colaborar en el bien común. Demostrando con los actos y palabras que nuestra verdad también es relativa pero no por eso menos auténtica, y que tan solo podemos aspirar a vivir lo que hemos aprendido y asumido como parte de dicha realidad. Además, respetando y comprendiendo al semejante puesto que, como reza un viejo aforismo: “nuestro mapa no es el territorio”
Invariablemente, la lógica nos dice que la Verdad es una, pero tan solo podemos aspirar a una pequeña parte que podamos asimilar y asumir. A medida en que seamos capaces de crecer interiormente, nos iremos capacitando para captar nuevos ángulos de esa auténtica Verdad. Sobre todo, en las dos grandes vertientes a desarrollar por el ser humano en su periplo evolutivo, que son el aspecto intelectual y moral. Cuando prevalece un aspecto sobre el otro se produce un déficit, una carencia que necesitamos llenar en la medida de lo posible, para que el progreso sea completo.
De tal modo, personas hay que poseen un gran corazón, son bondadosas, desprendidas, sin embargo, en su sencillez y ante la falta de desarrollo intelectual, de conocimientos espirituales, no saben que caminos tomar, lo que les lleva a cometer errores y muchas veces a perder el tiempo en cosas fútiles que no son necesarias ni convenientes. En su ignorancia e ingenuidad pueden ser engañadas y arrastradas por personas o entidades espirituales más astutas y hábiles, para la consecución de sus intereses egoístas e innobles.
Al mismo tiempo, otras hay que poseen grandes conocimientos, son eruditos en la materia, sin embargo, no dejan de ser grandes teóricos, que de práctica o experiencias carecen puesto que no las han cultivado. No han trabajado el interior, la moralidad, un autoanálisis que les permita comprender mejor su realidad intima. Son capaces de dar grandes charlas o realizar buenos comentarios doctrinarios, pero a la hora de ayudar al semejante, hablar de sus verdaderos problemas recurren de hemeroteca, a las soluciones que les han dado a esos mismos problemas otras personas, casi siempre de prestigio moral o espiritual. De alguna forma, desconectados de la vida real y práctica; sin la suficiente empatía como para transmitir emociones y sentimientos.
Estos serian a groso modo los dos grandes estereotipos, aunque lógicamente con sus matices y variantes. Lo ideal es trabajar para encontrar el equilibrio. Partiendo de nuestras imperfecciones; esforzarnos cada día por ser un poco mejores y más conscientes.
Para concluir decir que nos queda un largo camino que recorrer. Como dijo Jesús hace dos mil años: “Conoceréis la verdad y esta os hará libres”. ¿Libres de qué? De las cadenas de la ignorancia, del fanatismo; marcando un rumbo que necesariamente nos hará mejores personas, más felices, más íntegras; en un recorrido cuyo destino final es la plenitud, la perfección.
José M. Meseguer
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“Basta a menudo cambiar de existencia para creer en la verdad que se negaba”
(Robert de Lamennais)
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