Dualismo y preexistencia del alma
“Ante todo es necesario cuidar del Alma, si se quiere que la cabeza y el resto del cuerpo funcione correctamente”
Platón, Filósofo s. IV
El concepto de inmortalidad de los griegos, representado por el pensamiento del filósofo Platón, ha perdurado en nuestra civilización occidental durante los dos milenios posteriores. El dualismo platónico consideraba la naturaleza humana compuesta de dos elementos: el alma y el cuerpo.
Es por ello que, a pesar de la existencia de otras teorías que diferían de este concepto y aportaban otros elementos constitutivos de la naturaleza humana, la adopción de la cultura judeo-cristiana de este dualismo fue determinante para el desarrollo de esta idea principal respecto a la naturaleza del alma.
Sin embargo, muy pronto encontramos una importante distinción entre la concepción griega del alma y la cristiana. A partir del siglo III d.C. y como consecuencia del Concilio de Nicea, el planteamiento original del pensamiento del Maestro de Galilea (*) (un alma preexistente al nacimiento) que era igual al de los griegos, se cambia absolutamente por la ortodoxia que impone la nueva iglesia asociada al estado romano a través del emperador Constantino.
(*) “El espíritu es como el viento, no sabéis de dónde viene (pre-existencia), ni a dónde va (inmortalidad)”.
Jesús de Nazaret
Asumir la preexistencia del alma suponía aceptar que esta tenía una experiencia anterior individualizada y con conocimiento, fuera del control y dominio de la Iglesia y también permitía la posibilidad de la vuelta a la vida en sucesivas reencarnaciones, por ello se cambió este importante dogma por el de la “creación de alma y cuerpo al mismo tiempo cuando se nace», algo que ha venido perdurando hasta hoy.
Los propios filósofos griegos ya avanzaron el concepto de la preexistencia del alma cuando Sócrates, condenado a muerte en la cárcel, se dirige a sus discípulos y les explica lo siguiente:
“El alma es más vieja que el cuerpo. Las almas renacen sin cesar del Hades (mundo del espíritu), para volver a la vida actual. Por consiguiente, nuestras almas existían antes de este tiempo, antes de aparecer bajo esta forma humana; y mientras estaban así, sin cuerpo, ya tenían conocimiento”
Libro: Fedón de Platón
Como podemos comprobar, la teoría del nacimiento simultáneo del alma y el cuerpo en el momento del nacimiento era contraria a la más pura tradición filosófica antigua, por su incoherencia. Algo que todavía es más manifiesto si recurrimos al planteamiento de la justicia divina, las desigualdades humanas y las diferencias a la hora del nacimiento.
¿Cómo se puede concebir un Dios justo que permite las desigualdades desde el mismo momento de nacer? ¿Por qué unos nacen en mal abundancia y otros en la miseria, por qué unos con cuerpos bellos y sanos y otros con deficiencias y disfunciones orgánicas, psíquicas, etc.? ¿Por qué unos en ambientes, familias o sociedades donde no tendrán apenas oportunidades y en cambio otros rodeados de facilidades para triunfar en la vida?
Todo esto va en contra del concepto de un Dios justo que concede las mismas oportunidades a todos sus hijos. Y por esto mismo este planteamiento de la creación del alma en el momento del nacimiento no sólo es injusto en su base sino también profundamente retrógrado y contrario a la más elemental lógica y razón si admitimos un ser bondadoso y perfecto como es Dios que, sin arbitrariedad ninguna, concede a todos las mismas oportunidades y en igualdad de condiciones.
Y si lo abordamos desde un punto de vista no sólo filosófico o espiritual sino también orgánico, podemos recurrir al caso de los gemelos univitelinos, con la misma carga genética, nacidos en condiciones de igualdad biológica, educados en el mismo ambiente y con las mismas oportunidades. En estos casos la evidencia nos demuestra que la mayoría de las veces nos encontramos dos cuerpos iguales en lo fisiológico y biológico con temperamentos diferentes, con tendencias distintas, con aptitudes, desarrollo y gustos completamente dispares.
Esto prueba no sólo la inmortalidad del alma y el carácter que ésta imprime en cada ser humano, a pesar de la condición fisiológica que hace diferente y único a cada persona, a pesar de ser iguales biológicamente, y al mismo tiempo pone de manifiesto que cada uno de ellos tiene su propia alma, distinta y diferente a la de su gemelo.
Pero al mismo tiempo, si preguntamos a los partidarios de la teoría de la iglesia (un alma creada al mismo tiempo que el cuerpo) no sabrán ofrecer en este ejemplo una respuesta satisfactoria, porque les podremos preguntar: ¿los gemelos tienen una misma alma que se divide en dos al mismo tiempo que se divide la célula que los engendra y los define? ¿Acaso uno tiene un alma y el otro carece de ella? ¿Si hay dos cuerpos deberán existir dos almas, y en este caso al ser iguales los cuerpos, son iguales las almas?
Estas y otras muchas preguntas sobre este tema hacen que ningún teólogo serio se comprometa a dar unas respuestas sobre ello, porque son conscientes de que la teoría de la creación del alma al mismo tiempo que el cuerpo no se sostiene de ninguna de las maneras.
El alma, efectivamente, es más vieja que el cuerpo como afirmaba Sócrates y como confirmó Jesús al explicar que no sabemos de dónde viene, lo que es lo mismo que decir que ignoramos su pasado espiritual, sus condicionamientos, su trayectoria evolutiva como ser inmortal, individual y único creado por Dios.
Por ello las corrientes espiritualistas en su mayoría carecen de dogmas al uso como los que mantienen las religiones, no aceptan este momento de la creación del alma al unísono con el cuerpo. Y colocan a este último como un instrumento del alma para permitirle a esta su progreso, su adelanto, las experiencias que debe enfrentar para adelantar en su depuración y elevación hasta llegar a la perfección relativa a la que está destinada.
Y otro de los conceptos ampliamente aceptados es aquel que afirma que nuestro cuerpo debemos cuidarlo como “templo del espíritu”, porque nos sirve de herramienta, pero que al mismo tiempo y mientras dura nuestra trayectoria en la Tierra, este actúa como una prisión para el espíritu, pues este último no se encuentra en su “hábitat natural”, el mundo espiritual al que pertenece, del que proviene y al que deberá retornar una vez le llegue el momento de la muerte física y la separación del principio espiritual inmortal de la argamasa celular biológica que lo retiene.
“El cuerpo es la cárcel del alma inmortal”
Platón – Filósofo s. IV a.C.
Tengamos en cuenta que el alma humana, desde que es creada por Dios sencilla e ignorante, recorre experiencias milenarias en distintas vidas para adquirir experiencia y conciencia. Esto sería imposible sin la inmortalidad de la misma y la herramienta de las vidas sucesivas que le permite al espíritu avanzar, desarrollarse y alcanzar mayores metas de desarrollo de sus facultades y capacidades que de forma latente alberga en su conciencia, donde fueron colocadas por Dios como una semilla que, llegado el día, permitirá el resultado de un árbol frondoso, frutos extraordinarios, madera incombustible y todas las cualidades superiores del alma inmarcesible derivadas de la imagen y semejanza de su creador. «Sed perfectos como mi Padre es perfecto» dijo el Maestro Jesús; ¿se puede ser perfecto en una sola vida?
Así pues, aceptando la realidad del alma como un ser individual, inmortal, con libre albedrío y voluntad propia podemos colegir que el ser humano está formado en principio por dos naturalezas: la animal o biológica que deriva de la evolución y selección de las especies en la que nuestro cuerpo humano procede del Homo sapiens-sapiens y este a su vez de una rama escindida de los simios; mientras que nuestra otra naturaleza es espiritual y deriva de la realidad de nuestra alma inmortal, creada por Dios sencilla e ignorante, que nunca se extingue por ser inmortal y que recorre una trayectoria milenaria a través de la reencarnación y cuyo destino final es reintegrarse como un espíritu puro al pensamiento divino con su propia individualidad, sin perder su esencia personal, alcanzando así la perfección relativa y la dicha permanente.
Dualismo y preexistencia del alma por: Antonio Lledó Flor
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“Todas las almas de los hombres son inmortales, pero las almas de los justos son inmortales y divinas”
Sócrates – Filósofo, s.IV a.C.