Valorar la necesidad de darnos altruistamente a los demás es relativamente sencillo, pues a poco que nos coloquemos en su lugar se aprecia en toda su amplitud la máxima de Jesús: «Haced por los demás aquello que deseéis se hiciera por vosotros». Sin embargo, es preciso algo más, es necesario comprender este precepto moral en
la práctica, en nuestra vida diaria, allá donde nos encontremos.
la práctica, en nuestra vida diaria, allá donde nos encontremos.
Aquí estriba la principal dificultad: decidirnos interiormente a modificar nuestras viejas costumbres egoístas por unos nuevos hábitos donde sobresalgan por encima de todo, la comprensión y la entrega hacia nuestros semejantes. Los inconvenientes son diversos, los principales enemigos los constituyen nuestras propias conveniencias y gustos personales. El amor propio nos hará justificar muchos de los errores cometidos, acomodándonos a nuestros ancestrales modos de conducta y anulando el paso a esos sentimientos altruistas que luchan por manifestarse fuera de nuestro interior.
La razón interna que nos impulsa a llevar a efecto un determinado pensamiento o idea, sigue generalmente el siguiente camino: en primer lugar surge en la mente un pensamiento que valoramos y sopesamos si resulta positivo o no, seguidamente estudiamos la posibilidad de llevarlo a la acción, y la fuerza que va a dar el impulso necesario que precisa esa idea inicial para tomar forma en el mundo exterior es el sentimiento, esto es, la energía que transmite a nuestras ideas la potencia que precisan para convertirse en realidad.
Otra característica que hemos de saber apreciar en nuestras propias acciones, es el móvil que nos impulsa a actuar de un modo concreto. Sucede en muchas ocasiones que «las apariencias engañan», y aunque un comportamiento determinado sea a todas luces positivo, quizás albergue las peores y más oscuras intenciones. Por tal razón, hemos de dar mayor importancia a nuestra intencionalidad que a la acción en sí misma, sin olvidar como decía Gandhi que «la pureza de los medios ha de ser igual a la pureza de los fines», sobre todo si no queremos engañarnos a nosotros mismos con hipócritas justificaciones.
Por propia afinidad espiritual, cada persona tiende a vibrar en una sintonía concreta de pensamiento, aunque al cabo del día se vea profundamente afectada por una abrumadora cantidad de ideas de la más diversa y dispar naturaleza. Así, nos vemos influenciados por ideas poco positivas, aspecto que es nuestro deber saber erradicar y vencer en un determinado momento y recuperar esa tónica vibratoria de índole positiva que nos caracteriza.
Lo más habitual es que seamos nosotros los que por propia iniciativa alimentemos unos pensamientos u otros, dependiendo exclusivamente de nuestra propia voluntad y características espirituales. Un correcto equilibrio entre pensamientos, sentimientos y acciones nos otorgará una paz interior que hasta entonces desconocíamos, recordemos que buena parte del desasosiego interior que en ocasiones sentimos se debe a un desacuerdo entre aquellos pensamientos sentimientos altruistas que el espíritu a través de la conciencia nos transmite, solicitándonos que sean llevados a la práctica, y la postura reacia y acomodaticia que tomamos, haciendo oídos sordos a sus vehementes consejos.
REDACCIÓN