El aprendizaje del ser humano no se limita únicamente a la adquisición de conocimientos. El ser humano aprende intelectual, emocional, y espiritualmente apoyándose algunas veces en la reflexión y el discernimiento. Pero también adquiere un aprendizaje importante de la observación, la experimentación y la relación con sus semejantes.
Todo esto nos lleva a la premisa de que aprender no es únicamente conocer, sino también experimentar, interactuar con otros, realizar por nosotros mismos, sentir, vivir en una palabra. Ahora bien, con frecuencia solemos confundir conocimiento con comprensión; el primero se adquiere de la vida, lo que no implica que sea comprendido adecuadamente y aprehendido en nuestro interior para incorporarlo a nuestro desarrollo como personas.
Cuantas veces ante una misma circunstancia conocida que se nos presenta reiteradamente volvemos a equivocarnos; esta es la evidencia más clara de que aquello que conocemos no lo hemos comprendido, pues de lo contrario nuestra respuesta hubiera sido acertada.
La comprensión va unida al aprendizaje, el conocimiento no. Sorprendentemente vemos a muchas personas de gran preparación intelectual y con vastos conocimientos que fracasan a la hora de responder adecuadamente ante los hechos que se les presentan, aunque estos sean conocidos de forma sobrada por el individuo gracias a su extensa formación.
El ser humano sólo avanza cuando es capaz de comprender lo que va conociendo; y esta comprensión pasa a formar parte de su acervo personal, de su conciencia y mente, de tal forma que, interiorizada de forma definitiva en su inconsciente, es capaz de responder incluso sin racionalizar la respuesta, como muy bien nos explica la inteligencia emocional. Este tipo de inteligencia es capaz de interpretar correctamente nuestras emociones, bajo el control de la voluntad y adquiriendo la empatía necesaria que nos ayuda a comprender y comprendernos mejor.
A pesar de ello es conveniente matizar que, el escaso conocimiento que tenemos de lo que es la conciencia, impide muchas veces entender los procesos que ésta maneja para dirigir la mente. Si enfocamos el asunto desde el prisma espiritual; y puesto que, tanto la conciencia como la mente son instrumentos del alma humana, obtenemos respuestas mucho más amplias y satisfactorias que la biología evolutiva es incapaz de ofrecer.
El espíritu o alma humana es inmortal y preexistente al cuerpo biológico. Por norma general su experiencia evolutiva de miles de años, volviendo una y otra vez a la tierra a través de la reencarnación, le permite manifestar lo aprendido y consolidado en vidas anteriores. Este conocimiento es fruto de la experiencia vivida en el pasado y se haya incorporado en la memoria espiritual o memoria inconsciente -según la psicología-. Aquí sería preciso incorporar lo que la inteligencia espiritual nos aporta como crecimiento y auto-realización personal, según las investigaciones del gran psiquiatra Viktor Frankl y de la Drª Dana Zohar, actualmente profesora en Oxford. Un alto cociente espiritual ayuda a tener una vida plena y llena de sentido, adecuando nuestro crecimiento y volviéndonos más creativos.
«La Inteligencia espiritual colectiva es baja en la sociedad moderna. Vivimos en una cultura espiritualmente estúpida, pero podemos actuar para elevar nuestro cociente espiritual»
Dana Zohar – Drª en Física por Harvard
En la experiencia evolutiva de una nueva vida en la tierra, el olvido del pasado es únicamente a nivel consciente, no así inconsciente. La prueba la tenemos en los recuerdos espontáneos de vidas anteriores, en las capacidades de los niños prodigio cuyos talentos provienen de lo aprendido en vidas anteriores; en las terapias de vidas pasadas que muchos psiquiatras y psicólogos utilizan para detectar patologías y traumas con orígenes en existencias anteriores, y en los arquetipos que traemos como herencias incorporadas en nuestra psique desde tiempos ancestrales (Carl Jung), etc.
Todo este bagaje de conocimiento o aprendizaje personal, que se suele denominar como memoria extra-cerebral, -pues su origen no se encuentra en el cerebro sino en alma humana- es la base de la individualidad y la conciencia del ser humano; de su aprendizaje, comprensión y acción durante su trayectoria evolutiva.
Y cada vez que venimos a la tierra, este aprendizaje se amplia con nuevas experiencias intelectuales, psicológicas, emocionales, espirituales, etc. Así crece la conciencia, así se progresa y evoluciona; de esta forma incorpora el alma humana a su acervo personal lo que va conociendo, viviendo, sintiendo, experimentando, razonando y observando.
Nada se pierde, pues la propia naturaleza del espíritu, inmortal, y creado para la perfección y la felicidad posibilita la principal cualidad el crecimiento personal, en inteligencia (racional y emocional) y sobre todo en moralidad (espiritualidad). El hombre que se encamina hacia Dios, ha de acercarse a Él en el desarrollo de aquellas semillas que Dios colocó en el germen de su conciencia, y que no son otras que los atributos divinos que hemos de desarrollar. Esos atributos que en estado latente se encuentran en el interior de cada persona, permitiendo llegar de la oscuridad a La Luz y del primitivismo a la plenitud -del salvaje al genio-.
Todos tenemos estas capacidades, no obstante los distintos niveles de conciencia, inteligencia, comprensión y aprendizaje que observamos en los seres humanos depende del uso realizado con nuestro libre albedrío para avanzar en la comprensión de la vida y en el desarrollo personal.
Unos afrontan la tarea antes, otros después; algunos se obstinan en no avanzar y durante varias vidas se estancan en su progreso hasta que las leyes que rigen el proceso evolutivo -imparables- les colocan en la tesitura de enfrentarse a sí mismos. Las consecuencias de sus acciones, les hacen comprender la necesidad de acompasar ese crecimiento espiritual, si quieren verse libres de los sufrimientos y aflicciones que supone la imperfección del espíritu y su escaso adelanto evolutivo. Así pues, todos somos iguales; todos partimos del mismo lugar, depende de nosotros, de nuestro libre albedrío, conquistar nuestro futuro antes o después.
El crecimiento, el aprendizaje, la comprensión de la vida y de las leyes que la rigen en profundidad, permite al ser humano valorar el camino recto; aquel que le ahorra esfuerzo y sufrimiento. Este camino no es otro que comprender la trascendencia de la vida, el sentido de la misma, y una vez alcanzada esta comprensión, actuar en consecuencia, obrar y trabajar por uno mismo y por los que le rodean.
El sentido de la vida, desde el aspecto trascendente de la misma, nos presenta una experiencia transitoria de varias décadas, después de las cuales regresamos a nuestra verdadera patria, el mundo del que procedemos, el habitat del espíritu. Una vez allí reflexionaremos sobre los objetivos, méritos o deméritos conseguidos y nos propondremos nuevos retos de crecimiento personal, intelectual y moral en nuevas venidas a la tierra a través de la reencarnación.
Todo ello encaminado a engrandecer nuestra conciencia, nuestra comprensión de la realidad, a fin de seguir conociendo, entendiendo y amando la vida, que es infinita, como su Creador. En este crecimiento de nuestra alma en búsqueda de la plenitud, encontraremos algunas cosas muy importantes, la paz interior, el atisbo de la felicidad a la que estamos destinados, el equilibrio y la armonía que el espíritu alcanza cuando es consciente de su realidad y actúa en consecuencia.
Esta invitación a la trascendencia de nuestro ser es la consecuencia del desarrollo del hombre, cuando comienza a atisbar el horizonte de su inmortalidad, cuando empieza a comprender que todo su bagaje de conocimiento y comprensión ha de ser puesto al servicio de la acción, del trabajo noble y honesto, de la actuación en el bien, del esfuerzo personal que amplía y fortalece la voluntad y la capacidad de alcanzar todo tipo de metas y objetivos que se proponga.
En el trabajo y el servicio bajo la acción y búsqueda del bien hacia el prójimo, todo se va descubriendo; aquello que estorba va diluyéndose (egoísmo, orgullo, celos, envidias, etc), y aquello que nos hace crecer espiritualmente se va ampliando (amor, perdón, concordia, sentido de la vida, paz interior y bienestar psicológico).
El hombre comienza así a comprender su naturaleza interior, la fuerza de su propio ser espiritual, indestructible, con infinita capacidad de aprendizaje y comprensión. A partir de aquí entiende que los límites son barreras que nosotros mismos colocamos; pero que no existen para el progreso infinito del espíritu. Y desde ese momento entiende el plan, la proyección y el sentido que su Creador ha preparado para él y todos como él: retornar a la fuente de la que salió simple e ignorante, para regresar lleno de sabiduría, amor y conciencia; con plena individualidad y capacidad ilimitada.
Comprender, aprender y actuar sin límites por: Redacción
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