CIENCIA Y ESPIRITUALIDAD

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   El mes pasado tratábamos en la editorial sobre aspectos de la ciencia y la tecnología que condicionan la vida de los individuos en este siglo XXI de forma notable y determinante. Los efectos, positivos o negativos, de este enorme desarrollo tecnológico de las dos últimas décadas, se encuentran actualmente en estudio y son objeto de amplios debates éticos  por la comunidad científica.
 
  Pero sin duda, el debate más antiguo y enconado es el que enfrenta a la ciencia y espiritualidad sobre la existencia del alma, y la de Dios. Este, sigue plenamente vigente y con fuerza inusitada desde que, con la ilustración y el racionalismo, se separaron definitivamente en el desarrollo del conocimiento por un lado, la fe, que pasó a ser objeto de estudio de la Teología, y por otro la razón, que quedó en exclusiva bajo el prisma de investigación de las ciencias positivas.
 
  El espíritu científico lo resumieron mejor que nadie los racionalistas, siendo Descartes su máximo exponente el que, al respecto de la búsqueda de la verdad, afirmaba lo siguiente: “Si deseas ser un auténtico buscador de la verdad, es necesario que, al menos una vez en la vida, pongas en duda, en la medida de lo posible, todas las cosas”. El mismo actuó de esta forma en sus investigaciones y llegó a la aceptación de la existencia de Dios a través del atributo de la perfección del mismo.
 
  Lejos de seguir el ejemplo de Descartes, y desde hace trescientos años, la ciencia quedó anclada en el método positivista; intentando negar cualquier afirmación tendente a la existencia de la conciencia, alma o espíritu, como nuestro propio yo independiente del cuerpo físico. En el devenir de aceptar únicamente lo que los sentidos físicos pueden aprehender mediante sus percepciones, el cerebro se ha convertido en el siglo XX y XXI en el recipiente que todo lo alberga y todo lo crea.
 
  Tanto es así que la neurología moderna acepta la conciencia del ser humano; pero la cree fruto de los procesos químicos e impulsos eléctricos neuronales que se producen en nuestro cerebro. Para muchos de estos científicos, fuera del cerebro no existe nada independiente del sistema fisiológico del ser humano; así pues el pensamiento y  las emociones, nacen, se forman y se desarrollan en el cerebro según estos científicos.
 
  La ciencia ortodoxa sigue pues anclada en el reduccionismo(*), que tiende a explicar todo lo que acontece bajo el más puro planteamiento del materialismo; negándose siquiera a profundizar en los campos de la conciencia y la mente humana, y derivando estos aspectos a una creación propia del cerebro humano. Parten del preconcepto de que “saben” que esto es así, obviando por sistema, profundizar en el estudio de las causas que la originan.
 
 Naturalmente, también existen neurólogos con auténtico espíritu de búsqueda de la verdad científica, que no se conforman con estas explicaciones y, sin embargo, estudian las causas que pueden ser el origen de la mente y la conciencia humana. Pondremos dos ejemplos, en dos momentos cruciales de la investigación científica del cerebro humano; los inicios del siglo XX y el momento actual:
 
  El primero el del Dr. Alexis Carroll, neurólogo y premio nobel en 1912, que al respecto de la mente y su posible origen en el cerebro decía lo siguiente:
“Decir que las células cerebrales son la sede de los procesos mentales es una afirmación sin  valor; pues no existe un medio de observar la presencia de un proceso mental en el interior de las células cerebrales”
 
  El segundo el del Dr. Eben Alexander, neurólogo, eminente científico de la Universidad de Harvard que afirma en su libro Proof of Heaven (Mayo 2013): “La conciencia, no es únicamente real, sino que lo es más que el resto de la experiencia física, hasta el punto de que constituye el fundamento de todo” “El indicio más sólido que existe sobre la realidad del mundo espiritual es el profundo misterio de nuestra existencia consciente”.
 
  De estas reflexiones podríamos colegir que, al igual que la gran mayoría de la humanidad acepta y cree en la existencia del alma y de Dios, una gran parte de la comunidad científica está dejando atrás atavismos y supersticiones del pasado; para reencontrarse con el auténtico espíritu científico que profundiza en las causas de todo aquello que acontece, exento de preconceptos y prejuicios corporativistas o de clase.
 
  Demos pues la bienvenida al avance de la ciencia y, sobre todo, a la valentía de aquellos investigadores que, a pesar de los inconvenientes, rechazos y prejuicios de muchos colegas anclados en el inmovilismo, enfrentan cara a cara a la verdad con el más puro y genuino espíritu científico, a fin de  descubrir el origen real de la conciencia, alma, o espíritu, llamemosle como queramos.
 
  Me gustaría terminar con la frase de un eminente neurofisiólogo, que pone de manifiesto la ambigüedad y la escasa búsqueda de la verdad científica que predomina en muchos miembros de la comunidad científica desde hace varias décadas. El eminente premio Nobel de Fisiología Sir John C. Eccles  (1903-1997) afirma con rotundidad al respecto del materialismo científico:
 
(*) “Sostengo que el reduccionismo científico rebaja de manera increíble el misterio de lo humano con su prometedor materialismo, con la pretensión de poder explicar todo cuanto sucede en el mundo espiritual por medio de patrones de actividad neuronal. Esta idea debe catalogarse como superstición.
 
 Debemos reconocer que somos criaturas espirituales, dotadas de almas que  moran en el mundo espiritual, así como seres materiales cuyos cuerpos y cerebros existen en un mundo material”
REDACCIÓN
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