BUSCANDO LA INMORTALIDAD (3)

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Buscando la inmortalidad 3

Cómo ya detallamos en los dos artículos previos al presente, la inmortalidad se encuentra en la base de los problemas irresolubles que han preocupado al hombre desde que inició su proceso evolutivo sobre la tierra como ser consciente. La historia, la teología, la filosofía y la ciencia, esta última con mayor profusión en estas dos últimas décadas, se han preocupado constantemente de esta cuestión.

La divergencia viene desde el concepto que aceptamos como «Ser Humano», y su posible trascendencia o simple desaparición después de la muerte. Si consideramos al hombre como una máquina biológico-psicológica y social, y no apreciamos su parte transcendente (conciencia, espíritu o mente), es evidente que consideraremos a la mente y/o alma humana como un mero epifenómeno derivado de las conexiones neuronales de nuestro cerebro.

Pero esta concepción científica, ya no lo es tanto en las últimas décadas, como bien demuestran los estudios mencionados en los artículos anteriores (psicología traspersonal, física cuántica, neurología, ciencia de la conciencia, etc.) Es por ello que es preciso tomar en consideración la otra parte científica procedente de la sabiduría antigua, de la filosofía permanente, de la espiritualidad exenta de dogmatismos y exclusivismos religiosos.

Desde una postura racional, con libertad de pensamiento y, sobre todo, libertad plena de conciencia, analizamos los parámetros del ser que sobrevive a la muerte. Es a partir de este análisis donde pocos quieren profundizar, pues la ceguera social respecto a la «cultura de la muerte» pretende que al obviarla o ignorarla esta desaparezca. Existen toda una serie de protocolos, costumbres y rituales cuyo fin tiende a minimizar el aspecto de la muerte a fin de no pensar que existe y que algún día podrá afectarnos. Esto ocurre más en occidente que en oriente, pues en esta otra pare del mundo las religiones y creencias siempre han tenido muy presente la finitud de la vida.

En el análisis profundo que el conocimiento filosófico de la doctrina de kardec nos ofrece, encontramos explicada con claridad meridiana el aspecto de la inmortalidad; pues el objetivo de venir a la vida humana es progresar mediante las experiencias que vivimos, las expiaciones y sufrimientos que padecemos (como consecuencia de nuestros errores del pasado) y las actitudes superiores que ejecutamos en pro del bien para nuestro mejoramiento y superación de las imperfecciones.

La felicidad y la dicha es inversamente proporcional a las imperfecciones que tenemos. Y estas últimas, nos afectan no sólo al venir a la vida, sino sobre todo, al regresar a la patria espiritual, auténtica morada del espíritu inmortal.

Así pues nuestra personalidad humana, cuando estamos encarnados presenta una trilogía que podría sintetizarse en espíritu, periespíritu y cuerpo físico. El primero es creado por Dios igual a todos los demás, sencillo e ignorante, y a través de las experiencias que le proporciona la reencarnación, evoluciona y progresa hasta alcanzar su meta final: un estado de perfección o plenitud en el que, liberado de sus propios errores e imperfecciones, seguirá progresando pero ya sin la necesidad de recurrir a la reencarnación.

El segundo elemento, periespíritu, es el intermediario entre el espíritu y el cuerpo físico, es el elemento aglutinador del principio vital que permite la vida y regula los flujos de las experiencias desde la materia hacia el espíritu y los pensamientos e impulsos del espíritu hacia el cerebro biológico. En este perespíritu está la clave de todos los fenómenos anímicos, psicológicos, mediúmnicos o espirituales que podamos imaginar o conocer.

El cuerpo biológico es la máquina perfecta compuesta de trillones de células, en un perfecto entramado fisiológico-evolutivo, que también va perfeccionándose con el tiempo hasta alcanzar formas más sutiles, menos groseras, también acordes a la evolución y el progreso del espíritu que lo anima.

Cuando fallecemos, nuestro periespíritu abandona el cuerpo junto al espíritu, y a partir de ese momento comienza la descomposición de la materia, pues el elemento que la «animaba» ya no está actuando. Es entonces cuando el espíritu inmortal regresa al que es su verdadero hogar, y en función de su grado de materialismo o espiritualidad, tendrá más fácil o más difícil desprenderse del cuerpo físico y a continuación reconocer la nueva realidad que le espera.

La inmortalidad es una realidad porque la muerte no existe; el espíritu no muere nunca, pues desde que fue creado por Dios es eterno, al ser de la misma naturaleza que su creador. La materia (cuerpo físico) se transforma, y nuestros átomos pasan a formar parte de la naturaleza que animarán otros cuerpos u otras formas de vida.

A veces oímos hablar sobre personas que en estado terminal desean prepararse para un bien morir. Pues bien; la mejor forma de prepararse para ello es corregir aquellas tendencias que nos materializan en exceso, la avaricia, el orgullo, el egoísmo, la concupiscencia, el sensualismo, la lujuria, los celos, el odio, la envidia. Todo aquello que perturbe nuestra mente y la tenga permanentemente imantada a pensamientos, emociones, pasiones o excesos materiales, condicionará sobre manera nuestra partida hacia el otro lado de la vida.

La ciencia descubre a pasos de gigante que realmente «somos lo que pensamos»; aquello que impregnamos en nuestra mente de forma contínua, así como las emociones que mantenemos (destructivas o constructivas), forman nuestro carácter y generan un hábito que es nuestra forma de ser.

Si estos hábitos son constructivos, mediante emociones y pensamientos nobles, altruístas, de bien común, de perdón, de amor de tolerancia, etc.. nuestra mente está perfectamente preparada para el tránsito hacia el más allá; y este se realiza de forma sencilla, nada traumática; sin dolor moral alguno, y con la ayuda permanente que nuestras acciones y pensamientos de bien merecen por parte de aquellos que nos quieren y que nos precedieron en el viaje.

Porque la frecuencia de nuestros pensamientos determina con quien estamos conectando en el plano espiritual; si son positivos y buenos, otras almas, espíritus familiares, espíritus queridos de otras vidas, etc,, acuden a recibirnos con un amor indescriptible que inunda nuestra conciencia de seguridad, paz y plenitud para realizar este viaje.

La muerte es entonces dulce, sin crisis, con lucidez de conciencia y claridad de espíritu. Se convierte en el despertar de un apacible sueño en el que despertamos a la auténtica realidad de nuestro ser inmortal.

Es por ello que según nuestras acciones, pensamientos y emociones, preparamos nuestra vida para un tránsito apacible o tormentoso. Sobre todo, en este último caso, si estamos profundamente materializados; si nuestra mente vibra permanentemente en el egoísmo, la avaricia, las pasiones o los vicios; quedamos esclavizados a esas actitudes y hábitos que son los que mantenemos, y cuando llega el momento de desencarnar, apenas somos conscientes de que estamos en el otro plano, pues nuestra mente sigue imantada al dinero, al vicio, a la concupiscencia, el sensualismo y las percepciones materiales que la dominan.

En estos casos vagamos sin rumbo, intentando hacer lo mismo que hacíamos, intentando satisfacer las sensaciones materiales que nos envuelven. Hasta que nos damos cuenta de que no no es posible; pues no tenemos ya un vehículo físico que nos permita experimentar esos vicios, pasiones o adicciones; al mismo tiempo, y poco a poco, la desesperación se apodera de nosotros al no poder comunicar con aquellos a los que vemos y oímos pero que no nos atienden.

El sufrimiento comienza entonces, y se va ampliando al comprobar como se reparten nuestra herencia (en el caso del avaro), al ver que no podemos satisfacer nuestros vicios (no podemos beber, ni fumar y nos acercamos a aquellos que lo hacen para aspirar el éter que calma un poco nuestra ansiedad), etc. La angustia sigue aumentando hasta que llegado un momento somos conscientes de nuestra falta de cuerpo físico, y solicitamos ayuda. En ese momento somos recogidos y ayudados para comprender nuestra situación. Aspecto que a algunos espíritus les cuesta años y años reconocer.

Estos ejemplos, son apenas algunas informaciones que ratifican lo que acontece después de la muerte, pero en esto, como en lo tocante a la ley humana, el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento. Pues las leyes divinas son perfectas, e iguales para todos, siendo su único objetivo facilitar el progreso del espíritu hacia el camino de la perfección.

Comencemos pues a entender que la inmortalidad del ser humano afecta a aquello que no puede morir: la vida del espíritu inmortal; creación divina por amor, que la causa primera e inteligencia suprema (Dios) tuvo la misericordia de incluir en el programa de su obra perfecta e infinita: El Universo físico y Espiritual.

Antonio Lledó Flor

©2016, Amor,paz y caridad

«Los materialistas del siglo diecinueve y sus herederos marxistas del siglo veinte trataron de decirnos que, a medida que la ciencia proveyera más conocimiento acerca de la creación, podríamos vivir sin fe en un Creador. Sin embargo, hasta ahora, con cada nueva respuesta hemos descubierto nuevas preguntas. Cuanto mejor entendemos el plan maestro para las galaxias, más razón hallamos para admirarnos ante la maravilla de lo que Dios ha creado.»

Wherner Von Braun – Físico

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