“Bienaventurados los pobres de espíritu”

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Continuando con el análisis de las máximas de Jesús, nos encontramos este mes con una nueva bienaventuranza del famoso Sermón de la Montaña: «Bienaventurados los pobres de espíritu».

Esta frase encierra como todas las anteriores un mensaje importante, pero en este caso concreto, es susceptible de malas interpretaciones.

Generalmente se considera como pobres de espíritu a aquellas personas que son apocadas, débiles, sentimentalistas; como vulgarmente se suele decir, «tontas de tan buenas que son». ¡Nada más lejos de la realidad!

En primer lugar el Maestro coloca un contrapeso respecto a aquellos que se enorgullecen de su inteligencia o saber, porque cuanto mayor es el conocimiento más se descubren las limitaciones de la ignorancia humana y al mismo tiempo la grandeza de Dios ante nuestra insignificancia.

Por tanto, se refiere a aquellos que no se sienten superiores y no utilizan su inteligencia o poder para someter a los demás, sino para servir de ayuda a los menos inteligentes y capaces, ya que el Padre nos confiere todos los atributos para el servicio a nuestros semejantes y no con fines egoístas.

En definitiva, esta máxima de Jesús ensalza, en pocas palabras, al humilde y rechaza al orgulloso, ya que lo condena a «no ver» el reino de Dios, ante la falta de sintonía, de preparación moral.

Precisamente el orgullo es el enemigo más implacable del ser humano, y concretamente para los espíritas todavía la responsabilidad es mayor contra esta lacra, ya que con el estudio de la doctrina espirita y la posesión y ejercicio de facultades mediúmnicas, se corre el riesgo de considerarse por encima de los demás; bien por la facultad que se posee, creyendo que es un privilegio concedido por Dios, o bien porque considera que con los conocimientos adquiridos de la doctrina espirita son, por sí solos, suficientes para superarse espiritualmente sin necesidad de esfuerzos y sacrificios, que en definitiva es lo que distingue al verdadero espírita.

Otra de las máximas del Maestro apuntillan sobre este aspecto: «el que quiera ser el primero que se coloque el último». Con esta frase nos transmite la idea del servicio y la renuncia desinteresada hacia los demás. En una palabra, instrumentos dóciles, dispuestos a cargar con la cruz de las imperfecciones y debilidades para seguir sus pasos con la mayor limpieza posible.

En base a lo expuesto podemos preguntarnos ¿Cómo podemos asumir nuestra cruz, con todo lo que representa de pruebas y sinsabores, cuando nos rebelamos a las primeras de cambio? Si no somos «pobres de espíritu» o lo que es lo mismo humildes, y nos dejamos llevar por el orgullo, lo más probable es que no queramos aceptar las situaciones que nos puedan empequeñecer aparentemente respecto a los demás, y las rechacemos de pleno.

Por desgracia, entre los mismos espíritas no somos lo suficientemente autocríticos en múltiples ocasiones. No nos detenemos a analizar el porqué de las situaciones que nos ocurren, pasando por alto muchos errores producto de nuestras debilidades y defectos, hasta el punto de creer que todo lo hacemos bien. También podemos caer en la falsa idea de creer en privilegios, y pensar que los guías son apuntadores que nos evitan los entorpecimientos e incomodidades del camino, en cuyo caso malos instrumentos podemos ser de la obra del Maestro.

Jesús con su mensaje nos marca el camino a seguir: «Amarás al prójimo como a ti mismo» como principal ley, todo lo que se aparte de este principio se aleja del progreso, y la única forma de manifestar ese amor es por medio de las obras; «a los míos los reconoceréis por sus obras».

A poco que estudiemos dichos principios básicos, nos daremos cuenta rápidamente de la dificultad que entraña el llevar a la práctica dichas leyes a la perfección, con lo cual nadie se puede considerar absolutamente acertado en sus pasos, y por ello la cualidad de la humildad nos puede hacer descender hasta nuestra verdadera realidad espiritual, que es la que marca lo que todavía nos entorpece para poder cumplir fielmente con aquello a lo que hemos sido llamados.

Él siempre nos habló con sus obras, precisamente el más grande de todos los espíritus que han pasado por la Tierra, evidenció su sencillez y humildad, anteponiendo siempre la voluntad divina sobre la propia, «no vengo a hacer mi voluntad, sino la voluntad de mi Padre».

Por tanto, los espíritas no podemos hacer ostentación de facultades ni de nuestro saber. Nuestras armas son las obras y el ejemplo que se desprende de ellas. Hemos de ser responsables en definitiva del compromiso adquirido, siendo conscientes en todo momento de nuestro atraso evolutivo y lo mucho que todavía nos falta por hacer y aprender.

Además, ser pobre de espíritu supone nobleza, aceptación de la propia realidad que nos envuelve y afecta, con sus problemas y vicisitudes. Significa también, valorar a los demás, sus aptitudes, sus cualidades, sus capacidades; saliendo de la espiral egoistica de considerarnos especiales, y pensar casi siempre en clave personal, sin tener en cuenta a los demás y lo mucho que se puede hacer conjuntamente si se unen las fuerzas, complementándose y apoyándose los unos a los otros para conseguir un fin común.

Supone también tener el coraje de no considerarse superior en ningún aspecto a nadie. Como indica la gran Joanna de Ângelis, en un fragmento del mensaje psicografiado por Divaldo Pereira Franco el 03-01-2005: “El coraje real, es el esfuerzo moral desarrollado por el ser humano, para liberarse de la imagen que se ha formado, creyéndose superior a las demás personas de su círculo social”.

Todos somos iguales, estamos en etapas transitorias, fugaces si las comparamos con la inmensidad del progreso que nos aguarda, dentro de un Programa Divino que nos impele constantemente al crecimiento, a la conquista, a compensar las deficiencias, las carencias, con el desarrollo paulatino y programado de todas las potencialidades que algún día nos convertirán en seres perfectos”como perfecto es mi Padre”.

Efectivamente, el gran descubrimiento, el más extraordinario, es que todo, absolutamente todo es transitorio. Estamos de paso; las riquezas materiales, las posesiones, la posición material, etc., son perecederas; algún día todo se quedará aquí. No obstante, las aptitudes, cualidades,  así como los conocimientos son relativamente transitorios. ¿Por qué? Porque también  se engrandecen y amplían, desarrollando constantemente el espíritu sus potencialidades, en una metamorfosis evolutiva constante. De ese modo, la superioridad o la inferioridad siempre son relativas.

De ese modo, poner en valor por parte del Maestro a los “pobres de espíritu” supone ajustar a la realidad, la verdadera dimensión humana de lo que verdaderamente somos. La auténtica justicia igualitaria, sin la cual, la ley del amor carecería de sentido. En un proyecto de vida que algún día, dentro de muchos siglos, nos reunirá definitivamente a todos en la Casa del Padre.

José Manuel Meseguer

2015  © Amor, paz y caridad

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