APARICIÓN DE LA CONCIENCIA

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Aparición de la conciencia

Origen y naturaleza

«La conciencia es la presencia de Dios en el hombre».

Victor Hugo – Escritor

En la actualidad, en pleno siglo XXI, todavía la ciencia no ha podido desvelar ni el origen ni la naturaleza de la conciencia. Psicólogos, neurólogos e investigadores de la mente están de acuerdo en algunas cosas al respecto de la conciencia, no obstante, discrepan en cuanto a las hipótesis que pretenden esclarecer de donde procede la conciencia y cuáles son sus atributos.

Entre los puntos de coincidencia, destaca ya en la gran mayoría la aceptación de que la conciencia no es algo material, no tiene pues una dimensión física ni tampoco ubicación concreta en el espacio. Las hipótesis respecto al origen de la conciencia son variadas según los distintos investigadores. Para aquellos que únicamente basan sus estudios en la materia, afirman que la conciencia, a pesar de no ser material, es un epifenómeno que emana de algo material como son las relaciones entre las sinapsis neuronales del cerebro humano.

Esta hipótesis cada vez está más desacreditada, pues algo inmaterial es difícil que pueda estar originado por la materia, y ha llevado a muchos neurólogos a la paradoja de aceptar el fenómeno del “pansiquismo” (existencia de un alma en la naturaleza) que desde la primera célula incorpora una proto-conciencia en las células de todo ser vivo. Es decir, para rechazar cualquier energía, fuerza o principio espiritual individualizado que pueda ser el origen de la conciencia, admiten en la misma materia un “principio inmaterial” del que no saben explicar ni su origen ni su desarrollo.

Al final, la explicación más plausible a la que llegan algunos neurólogos materialistas es afirmar que el tiempo se encargará de desvelar mediante la investigación que la conciencia es de origen material, aunque actualmente no tengan evidencias ni hechos confirmados sobre este supuesto. Esta afirmación y nada, supone que la hipótesis materialista está completamente fuera de lugar, sin pruebas ni evidencias que la mantengan, y al no encontrar respuestas deciden dejarlo al albur del tiempo y el porvenir de la ciencia.

Por norma general, otros muchos investigadores, psicólogos, físicos y neurocientíficos admiten, como premisa principal, que la conciencia son las experiencias interiores conscientes que el ser humano incorpora a su psique y, por lo tanto, podemos saber de ella gracias a sus facultades y productos que genera, pero no tanto en cuanto a su íntima naturaleza.

Esa facultad de la conciencia permite organizar, analizar y comprobar que los pensamientos, las emociones, las sensaciones, los recuerdos, la memoria, los reflejos condicionados, los reflejos inconscientes, etc., son productos de la conciencia que sí podemos estudiar y conocer, pero no es la conciencia en sí misma. Muy pocas veces solemos ser conscientes de la propia conciencia.

En un ejemplo ilustrativo compararemos la conciencia con un proyector de cine que proyectando luz en una pantalla modifica esa luz para crear toda una serie de figuras de la que resultan infinidad de imágenes. Estas imágenes son los sueños, las percepciones, las sensaciones, los sentimientos y pensamientos, etc.; en definitiva, son formas de conciencia que podemos conocer y gracias a ello sabemos que somos conscientes, pero raramente somos conscientes del foco de luz, es decir, de la conciencia como tal.

Desde el punto de vista espiritual todo es más sencillo. La vida tiene un origen claramente definido en aquella materia animalizada o “animada” por el fluido vital que la distingue de la materia inanimada. Esta energía vital que otorga la vida y que procede del fluido cósmico universal aparece ya en las primeras moléculas de azúcar que se combinan golpeándose contra las rocas en los océanos en formación hace 3.000 millones de años. De aquí surgen las primeras algas o plantas y con ello dan lugar, después de largo tiempo, a la aparición de los animales unicelulares (protozoos, amebas, etc.). Estos últimos por evolución y desarrollo de la aglomeración y la mitosis celular darán origen a los animales multicelulares que, llegado al periodo cámbrico, hace ahora 500 millones de años (“la explosión cámbrica”), nos presentarán el desarrollo animal como algo definitivo.

Pues bien, desde la primera célula viva que podamos conocer, ya existe en ella un “principio espiritual en desarrollo” que con el transcurso de las eras, los eones y las transformaciones del planeta se va desarrollando y ampliando, dando lugar al psiquismo individualizado. Es conveniente distinguir entre “principio vital-espiritual” y “principio inteligente”. El primero procede de las transformaciones del fluido cósmico universal y la materia y sus diversas combinaciones, por lo tanto se modifica junto con la misma y cuando se extingue la vida biológica una vez utilizado este principio vital en cualquier célula, de plantas u otros elementos vivos, regresa al conglomerado de la sustancia primitiva para volver a ser usado.

Pero el “principio inteligente” no tiene el mismo origen que el “principio vital-espiritual”. El principio inteligente es inmaterial, prima la mente, el pensamiento, las emociones y el resto de atributos individualizados que conformarán la conciencia con la aparición del hombre y el desarrollo del mismo. Todo efecto inteligente procede de una causa inteligente, por ello el principio inteligente procede la “inteligencia suprema y causa primera del universo” (A.K., it.1 L.E.) a la que llamamos Dios.

Este principio inteligente distingue al hombre de otros reinos de la naturaleza que sienten o piensan de forma discontinua pero no tienen conciencia de sí mismos. Es lo que ocurre con las plantas, que sienten pero no piensan, o con los animales, donde algunos de ellos situados en la escala evolutiva superior, con un avanzado desarrollo de su psiquismo, son capaces de tener emociones y algunos pensamientos discontinuos pero sin ser conscientes de su individualidad.

La conciencia de uno mismo aparece en la etapa “hominal”, cuando el espíritu humano es incorporado en cuerpos primitivos y animalizados con un desarrollo del psiquismo avanzado. Esta incorporación permite al hombre comenzar su evolución como tal, a partir de ese momento tiene conciencia de sí mismo, posee libre albedrío para tomar sus decisiones y tiene voluntad propia para dirigir sus acciones. Y aunque en unos primeros momentos o distintas vidas que se suceden rápidamente se rige por el instinto como los animales que le rodean, sin embargo en él comienza a tener preponderancia el pensamiento, el habla, las relaciones con el entorno, la imitación del comportamiento animal, etc.

Comienza a abrirse paso la “experiencia de la conciencia”, y a partir de aquí se inicia imparable el desarrollo evolutivo del alma y de los instrumentos a su servicio (mente y la propia conciencia que inicia su progreso) que en un principio apenas tienen experiencia y que deben adquirirla mediante los procesos de vidas en la carne (reencarnación), que van desde la sensación y el instinto a la emoción y el pensamiento.

“Sea lo que sea lo que ocurra en mi mente, de lo que no puedo dudar es de mi conciencia, esta es mi única verdad absoluta e incuestionable, y si Dios es la facultad de la conciencia, entonces Dios es la verdad.”

Dr. Peter Russell – Físico y Psicólogo – Libro: Ciencia, Conciencia y Luz

La evolución de la conciencia comienza su viaje como una hoja de papel en blanco, donde apenas hay experiencias conscientes; únicamente cuenta con el instinto procedente del psiquismo animal que deriva de la etapa anterior y que, al incorporarse “el principio inteligente”, llamado alma o espíritu, suma para los inicios de la etapa humana el aspecto latente de los atributos divinos que el alma deberá desarrollar mediante su propio esfuerzo a lo largo de los próximos milenios de vidas y experiencias.

El espíritu humano presenta así sus cualidades: individualidad, conciencia, voluntad, libre albedrío, pensamiento y emoción consciente, etc. Pero además de ello aglutina “el principio espiritual” (psiquismo) de los demás reinos de la naturaleza, con “el principio inteligente” que procede directamente de Dios. Y es en este último aspecto el motivo por el que la criatura es creada a “imagen y semejanza del creador”, en cuanto a su inmortalidad y trascendencia. De aquí se deduce que de Dios proviene la facultad de la conciencia.

Además de ello, Dios coloca en la conciencia del ser humano las leyes morales que deberá seguir para una evolución rápida y consciente que le lleve a la dicha y la perfección relativa a la que todo espíritu está destinado. Esas leyes, y no cualquier otra cosa, son el juez imparcial que regula nuestro camino evolutivo. Esas leyes regulan el progreso del alma a través de la conciencia, y esta última es la que, bajo el uso del libre albedrío y la voluntad, ofrece la respuesta a la trayectoria del alma inmortal hacia la felicidad.

Cuando seguimos esas leyes, la evolución y el progreso se producen sin grandes alteraciones. Cuando nos desviamos y actuamos en contra de las mismas, el dolor corrige nuestros errores y deficiencias y nuestra propia conciencia nos devuelve, antes o después, en esta vida o en otras próximas, aquello que hicimos mal, el daño infringido a otros o a nosotros mismos para que seamos conscientes de lo que es correcto y o que no. De esta forma nos armonizamos y equilibramos con las leyes superiores que rigen la vida.

“Nadie escapa a su conciencia”, y por ello, las leyes esculpidas en la misma no son otra cosa que el código de reeducación que el alma necesita para encaminarse a través de los siglos y las experiencias. Y conforme avanzamos en el desarrollo de la conciencia se despierta en nosotros una mayor capacidad de discernimiento acerca de la realidad que somos y de la forma de distinguir el bien del mal. Este discernimiento es el que distingue a los hombres que aprovechan sus experiencias y adelantan en lo intelectual y en lo moral a lo largo de las eras. Y ejemplos hemos tenido de ello en todas las épocas de la humanidad. Por esto mismo la conciencia amplía nuestro sentido moral, como ya lo afirmaba Blaise Pascal el gran matemático y filósofo del siglo XVII en su obra «Pensamientos»:

«La conciencia es el mejor libro moral que tenemos» 

Así pues, la conciencia es la fuerza más importante del alma humana. La que dirige, sin apenas saberlo, nuestra evolución consciente. La que posee las reglas superiores del progreso del alma en consonancia con las leyes de Dios. Y por ello mismo, nuestra conciencia progresa al mismo tiempo que nuestra alma inmortal desarrolla las cualidades divinas que de forma latente lleva implícitas. Y cuando esto se produce, el hombre vive la abundancia del discernimiento, la claridad de la verdad y el sentimiento elevado del amor que una conciencia plena lleva aparejado al alcanzar los estados de conciencia elevados que el alma experimenta.

Aparición de la conciencia por: Antonio Lledó Flor

©2023, Amor, Paz y Caridad

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