AMOR A LA VIDA
La vida es la mayor oportunidad que se nos puede brindar, es un regalo inapreciable de nuestro Hacedor. Pero… ¿Somos realmente conscientes del Tesoro que se nos entrega con una nueva existencia, con una nueva VIDA y las inmensas opciones y posibilidades que representa? ¿Somos conscientes de la responsabilidad que conlleva aceptar esta nueva posibilidad de progreso?
Conocer los Principios Espirituales y muy especialmente la Ley de la Reencarnación, nos permitirá aprovechar esa valiosísima dádiva.
Es muy conveniente adquirir los conocimientos espirituales necesarios, pues nos arrojarán la luz y claridad precisas para llegar a conocer el porqué y para qué de nuestra presencia en la Tierra. Con estos conocimientos obtendremos la posibilidad de desarrollarnos en la Vida, en todos aquellos cometidos para los que, (como espíritus) hemos encarnado.
Debemos saber que todas las personas (sin excepciones), “Bajamos” al plano físico y nos envolvemos de un cuerpo material con el fin de llevar a cabo un programa de realizaciones y así, conseguir un grado más en nuestra superación y progreso, (objeto primordial y único de nuestra existencia). Ningún ser humano encarna sin un fin concreto, ningún espíritu recibe un nuevo cuerpo físico para desperdiciarlo perdiendo el tiempo. Nada más lejos de la realidad: Encarnar supone para el Ser Espiritual (Nuestra auténtica realidad) una oportunidad de oro para corregir imperfecciones, errores y malos hábitos del pasado, adquiriendo en paralelo, un grado superior de conciencia y progreso, merced a las experiencias que la vida nos presenta.
Krishnamurti, en su primera obra, “A los pies del Maestro”, decía lo siguiente (Resumido): Hay dos clases de personas en el mundo, los sabios y los ignorantes. Reconoceremos como sabios a los hombres que conocen el Plan Divino de la Evolución. Plan que radica en asumir que somos espíritus en proceso de evolución y, que la vida humana es una experiencia necesaria para despertar y desarrollar las facultades qué, como Seres Espirituales, todos tenemos latentes. Somos Hijos de Dios, hechos a su imagen y semejanza, no en cuanto a las formas, sino en sus atributos.
Así, la vida en la Tierra, la entendemos como una mera etapa en nuestro ciclo evolutivo, como una herramienta de progreso, imprescindible para caminar más rápidamente y disponer de incontables y diferentes experiencias en cada nueva vida. Sin la Reencarnación no existiría progreso, por eso, nuestro Padre nos envía a la Tierra tantas veces sea necesario para experimentar e ir desarrollando los atributos que como Espíritus poseemos en estado latente. Cada Encarnación nos ayuda un poco más a conocernos mejor y nos permite trazar metas a corto plazo que nos ayuden a alcanzar los objetivos planificados.
El espíritu carece de sexo, por ello, dependiendo de las necesidades evolutivas de cada persona, elige venir como hombre o mujer, pues cada rol presenta unas experiencias y dificultades diferentes y, cada una de estas opciones nos permiten desarrollar unas u otras cualidades con mayor facilidad.
Elegimos venir a la tierra con más o menos riquezas, o vivir una existencia de pobreza sumidos en miseria y calamidades. Cada una de estas experiencias concede al Ser Espiritual escenarios muy distintos y en consecuencia pruebas y esfuerzos muy diferentes qué, de ser superados con éxito confieren al espíritu un grado de adelanto muy importante.
El poderoso que abusare de su poder y riqueza, y el pobre de recursos que se rebelase a Dios por las dificultades que encierra su vida de penurias (Vidas, experiencias, previamente escogidas y planificadas), pueden incurrir en decisiones equivocadas que repercutirán en su futuro, fruto de la Ley de Consecuencias o Ley de Acción y Reacción, más usualmente conocida como Ley del Karma.
El rico de ayer podrá ser el mendigo del mañana si fue incapaz de aprovechar los bienes que el Padre y su generosa Ley de Evolución le deparó, usandolos de forma egoísta y únicamente para sí mismo. Mientras que el mendigo que supo llevar su vida con humildad, que fue capaz de superar la prueba de la envidia, amoldándose a lo que el destino le presentó, puede cambiar su situación futura, pasando por una nueva experiencia y nuevas pruebas.
Tenemos la capacidad de elegir una vida con menos comodidades, más dura, con graves enfermedades, que nos afectarán individualmente junto a los seres más cercanos; en suma, una vida repleta de privaciones, sacrificios y renuncias, con el único fin de forjarnos como el acero. Podemos elegir una vida dedicada a la ciencia, al arte, al estudio o investigación. Una vida dentro de un entorno y familia que nos brinde las experiencias adecuadas para conseguir aquellos valores de los que carecemos. En suma, cada vida representa una oportunidad de oro que pone a prueba nuestros valores y nos permite conseguir nuevas metas y conocimientos.
Las Leyes Universales son perfectas y están creadas como ayuda a nuestra evolución, para canalizar nuestro progreso. La Ley primordial, la que prima por encima de cualquier otra, es la Ley del Amor, mediante la cual nuestro Padre, siempre nos brinda la mejor opción que nos encamine hacia la adquisición de los preciados valores morales. Cada cual por Ley, tiene aquello que “necesita” antes de encarnar, puesto que nuestro Padre, en función del grado de evolución adquirido, nos atiende a través de espíritus de gran elevación, encargados de nuestra ayuda y consejo aquello que más nos conviene y necesitamos para cada nueva existencia. Estos espíritus elevados, dentro de su margen de actuación, nos pueden facilitar ciertas orientaciones que ayuden en nuestro progreso.
No podemos dejar de lado la influencia de nuestro karma acumulado, que tiene peso cada nueva encarnación, de ahí que cada uno por Ley tenga lo que se merece. Es el resultado de la siembra realizada en anteriores existencias.
En cada nueva existencia influyen infinidad de variantes y aspectos que se conjugan de manera sabia, merced a la perfección inmanente en las Leyes constituidas por el Creador, para que todo el Universo guarde el Equilibrio y la Justicia perfectos.
Habituados a pensar en terminos materiales y por tanto olvidando y descuidando la parte espiritual (La que más necesitamos), acumulamos pequeños valores materiales que hemos ido atesorando y que nos sirven de escaso equipaje. Así partimos hacia la Patria Espiritual, con las maletas vacías de lo único que podemos transportar: Los bienes espirituales (El bien, ayuda y apoyo al resto de nuestros hermanos y compañeros de viaje). Y es que… todos nuestros esfuerzos buscaron la vida material más placentera posible, aún a costa de abusos, daños y dolor en nuestro circulo de relaciones.
El desconocimiento de aquello aprovechable y que da valor a LA EXISTENCIA, sumerge constantemente a millones de seres humanos en la monotonía, en la disconformidad, materialismo y vacuidad. No sabemos qué hacer con nuestra vida, no entendemos el porqué de los problemas, el porqué del sufrimiento, no creemos en Dios como un Ser Creador justo y sabio que nos ama por encima de todo y que ha creado el espíritu como la obra más perfecta de su Creación.
Por ello muchas personas sucumben ante las adversidades. Desean ser felices, pero… sin haberse sabido ganar dicho estado de conciencia. Nadie es feliz gratuitamente, la felicidad es el resultado de innumerables experiencias ganadas en la lucha y la superación personal, en el camino de la entrega a los demás, sabiendo compartir las dádivas que el Creador nos ofrece.
El sufrimiento y los diferentes grados de apatía del ser espiritual son consecuencia de su andadura por la vida con los brazos caídos, con miedo a errores y equivocaciones, de caminar por la vida con los puños en alto, tratando a los demás con despotismo, violencia e intolerancia, sembrado el crimen, la traición y cualquier otras forma de bajeza y ruindad moral.
Que la vida continúa es una verdad irrefutable, no podemos evitarlo… no podemos dejar de vivirla. Querámoslo o no, entendámoslo o no, finalmente, el espíritu sediento busca el agua. Del mismo modo, el ignorante busca la fuente del conocimiento y la comprensión.
La vida es lo más sagrado que poseemos, es un don divino, pero nosotros somos los únicos artifices de nuestro destino. No podemos acusar a los demás de nuestras desgracias, ni atribuir a la suerte la buena estrella de los demás, porque tenemos libre albedrío y las Leyes Universales son nuestro respaldo, poniendo justicia, orden y concierto en nuestras existencias.
No debemos retrasar nuestra felicidad, aprovechemos pues la vida, seamos útiles a nuestros hermanos y compañeros de viaje, esforcémonos en entender a Dios y sus Leyes Eternas e Inmutables y ocupemos el justo lugar que nos corresponde en el Concierto Universal, el de Seres Libres y Grandiosos, creados para la perfección absoluta conseguida vida a vida con tesón, extrayendo el máximo jugo a cada existencia.
El recorrido podrá haber sido más o menos llevadero, más o menos difícil. En cualquier caso, habrá sido el necesario para extraer los quilates al diamante en bruto que somos cada uno de nosotros. Por tanto, amemos la vida con todas nuestras fuerzas. La actual, la que estamos experimentando es sólo un pequeño capítulo de la Vida Espiritual, un eslabón más en la larga cadena de la Evolución.
Tal y como indicaba Pitágoras a sus discípulos: «Una vida en la carne no es más que una anilla en la larga cadena de la evolución del alma». No la despreciemos, no la dejemos pasar sin más, porque de lo contrario necesitaremos pruebas más duras que despierten las cualidades que anidan en lo más profundo del alma.
Cuidemos la Vida, al cuerpo físico que es el templo e instrumento que lo anida, cuidemos nuestro carácter, la naturaleza, a los niños, a los mayores, a los enfermos y débiles, a los pobres, cuidemos de todos para qué, cuando Dios nos dé una existencia difícil y dura, tengamos siempre cerca una mano amiga que nos ayude a continuar.
Amor a la vida por: Fermín Hernández Hernández
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