Según la Real Academia de la Lengua la palabra adoración significa: “Reverenciar o rendir culto a un ser que se considera de naturaleza divina”. También puede significar: “Amar con extremo”.
Sin embargo, la mejor interpretación, o al menos la más precisa desde mi punto de vista nos viene de la doctrina espírita. En la pregunta 649 del Libro de los Espíritus la concreta de la siguiente forma: “Es la elevación del pensamiento hacia Dios. Mediante la adoración acercamos nuestra alma a Él.”
Todas las criaturas; en especial los seres inteligentes de la Creación necesitamos de Él, puesto que formamos parte de su esencia, somos una chispa divina en desarrollo y crecimiento hacia la perfección.
Elevando el pensamiento nos reforzamos espiritualmente, recibimos inspiración, conectamos con la realidad íntima; entramos en comunión mental con lo divino, nos reajustamos para recuperar o centrar, en mejor medida, el camino a seguir, en inevitable ascensión hacia la meta soñada.
La adoración supone tomar conciencia de nuestra pequeñez, reconocer la grandeza de nuestro Padre a través de su Obra.
Es buscarle con el sentimiento, proyectar el pensamiento para dejarse envolver por su energía poderosa y para que los vínculos que nos unen se hagan más fuertes, se amplifiquen.
Los ascetas, los místicos, los grandes maestros espirituales; incluso con el esfuerzo estoico de algunos espíritus sumergidos en la retaguardia moral en momentos de grandes dificultades, supieron conectar con esa Fuente Divina para recibir la ayuda necesaria, el flujo de Amor que a todos protege y ampara.
En épocas pretéritas la adoración se manifestaba por medio de distintos tipos de ofrendas y sacrificios, buscando demostrar, a través de los actos externos, la sumisión y la importancia del Dios al que se rendía culto. Hoy día la mentalidad es muy distinta. La forma importa poco y el fondo es el todo. El pensamiento y el sentimiento dirigido hacia lo Alto, con sinceridad, sin artificios ni nomenclaturas estériles, es el único método válido con capacidad de elevación, de llegar con claridad a su objetivo final.
Tampoco existen lugares especialmente adecuados para rendir adoración o culto, como nos han inculcado muchos líderes religiosos a lo largo de la historia. Al menos hoy día, un sector significativo del conglomerado humano ya no necesita de lugares supuestamente sagrados para conectar con Dios, gracias a su comprensión de la realidad espiritual. Sabemos que el verdadero templo de Dios está en todas partes; como refleja la bella poesía de Amalia Domingo Soler titulada LA ORACIÓN. Reproducimos aquí algunas estrofas con su pensamiento:
“Para rogar al Eterno
yo no encuentro necesario
entrar en el santuario
que la costumbre fijó.
¡Cuando un alma dolorida
no encuentra a su mal consuelo
le basta mirar al cielo!
¿Hay templo más grande? No.
…Cuando me encuentro en parajes
donde no hay templos de piedra,
ni ermitas, donde la hiedra
pueda su manto extender.
Busco en collados y en montes
magnífico santuario,
que en un valle solitario
allí está el Supremo Ser.
Allí está el cielo y la brisa,
las cascadas y las flores,
y las aves de colores
que bendicen la creación.
Está la naturaleza,
esa fábrica grandiosa,
de belleza portentosa
y gigante construcción…
(Ramos de Violetas, tomo I; Amalia Domingo Soler)
Despojándonos de prejuicios y preconceptos del pasado; estudiando y analizando la grandeza del Creador se nos amplía el campo de visión, la conciencia se expande. Y en la medida en que nos vamos apoyando en El, lo material pierde valor para tomar una mayor importancia lo espiritual. Los problemas y obstáculos de la vida se observan como un trámite necesario que nos han de enriquecer; son experiencias que han de pasar a formar parte del acervo personal, engrandeciéndonos, elevándonos.
La ley innata de adoración nos hace comprender que nunca estamos solos; que manos amorosas nos sostienen. Son en conjunto los mensajeros de Dios que nos guían; es la Armonía Universal que nos dirige con sus manos repletas de generosidad. Al mismo tiempo, este descubrimiento nos envuelve en un profundo sentimiento de gratitud por todo aquello que se nos otorga y que no merecemos ¡¡Somos tan limitados y pequeños todavía!!
Todo ello nos conduce a una conclusión que representa un compromiso profundo: La necesidad de un cambio interior, la urgencia de servir al prójimo, de hacer todo el bien posible, a manos llenas. Corresponder a las dádivas de Dios devolviendo una pequeña parte de lo que recibimos. Siendo instrumentos del bien; sin pulir todavía pero con capacidad de crecer, mejorar a través del consuelo, de la manifestación de la caridad en sus múltiples formas para acercarse a las necesidades de los demás. Esta es, en definitiva, la mejor ofrenda a Dios, amarle a través del servicio desinteresado; ser partícipe de su obra.
Y puesto que somos tan frágiles, imperfectos y llenos de necesidades, nos sentimos impelidos de una forma innata a solicitar auxilio y amparo.
También la fe en el porvenir nos sostiene. La fe es la antorcha que ilumina el camino, que facilita la comunicación íntima con nuestro Padre. No hay que olvidar nunca que somos parte de Él desde que fuimos creados, somos la consecuencia principal de su amor.
Con la oración o elevación de pensamiento se potencian cualidades como son: la fortaleza, la esperanza, la paciencia, la resignación, etc., para afrontar y resolver con éxito todas las vicisitudes que la vida nos tenga preparadas; superando pruebas, rescatando deudas del pasado.
Algunas circunstancias dolorosas y desagradables de la vida no podremos evitarlas; empero, una mano fuerte, firme nos sostiene; convirtiéndolas en más livianas, más suaves, menos severas.
Por otro lado, hay que considerar que la adoración a través del pensamiento y respaldada con buenas obras supone la base para el cumplimiento de nuestros deberes. Significa abrazar la tarea con confianza, sin miedo; no esperando a que llegue a nosotros sino acudiendo a su encuentro.
Para ir concluyendo queremos recalcar que la excelencia en la adoración se encuentra en los hechos más que en las intenciones, también en los esfuerzos por ser cada día mejor; no hay mejor tributo que ese. Además, cuando se toma la determinación firme de un verdadero cambio moral, una fuerza extraordinaria y poderosa desciende para secundar dicha decisión personal, tomando un impulso imparable. Fue lo que sin apenas percibirlo de una manera consciente demandaba el espíritu ofuscado y perdido de Pablo de Tarso. En un momento clave, se le materializó en el desierto la excelsa figura del Maestro mostrándole el camino, la tarea a realizar. Desde ese momento le acompañó, le sostuvo en sus luchas y sacrificios hasta completar su tarea, convirtiéndose en uno de los más fieles e importantes apóstoles de la cristiandad.
Adoración a Dios por: José M. Meseguer
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