«Si permites que tu corazón sea tu brújula, tu mente tu mapa y tu alma tu guía, nunca te perderás»
Explicamos en estos artículos que venimos desarrollando las fases que el alma humana experimenta en su ascensión hacia su creador. Sin embargo, es preciso recordar que, desde antes de la etapa en que el alma se ilumina, las precisiones que detallamos y explicamos son referencias y observaciones que podemos aprender debido a los ejemplos de aquellos que alcanzaron la iluminación en la Tierra.
Son estos ejemplos de caminos luminosos, de aquellos seres que lo consiguieron, los que deben hacernos reflexionar que todo ello está, o estará, a nuestro alcance, ahora o en vidas futuras, si nos lo proponemos firmemente. Pues todos ellos dejaron por sentado que al igual que ellos nuestra alma puede alcanzar esos estados de iluminación, dicha y perfección, pues todos somos creados iguales y a todos se nos dota de las herramientas e instrumentos precisos para que nuestra alma siga creciendo hacia estados de más luz y dicha personal.
Es la voluntad de nuestra alma la que en instantes de conciencia puede vislumbrar que desea realmente liberarse del error de las vidas de sufrimiento y de la ignorancia de las leyes que rigen la vida auténtica (la vida inmortal del alma), a fin de determinarse a trabajar en ese camino de redención y ascensión personal hacia Dios.
En el capítulo anterior explicábamos que el alma iluminada transita con paso firme y sin temor a equivocarse, pues ya nada material le perturba en el cumplimiento de su misión en la Tierra. También explicábamos que en la entrega al semejante estos seres iluminados encuentran la realización a la que aspiran, amando profundamente a la humanidad y sometiéndose a los designios de un creador al que vislumbran en todas las criaturas que a ellos se acercan.
El alma iluminada se acerca cada vez más hacia Dios, y por ello se une a Él sin apenas darse cuenta en la misma medida en que se convierte en un instrumento de su amor derramado sobre la Tierra. Sabemos que en la jerarquía espiritual millones de seres iluminados que ya se liberaron de las reencarnaciones colaboran con la obra divina, sustentándola, impulsándola y amparando todas las iniciativas de progreso y ascensión de las almas más atrasadas que viven en mundos como el nuestro.
Así pues, somos conscientes que en cada mundo estas jerarquías espirituales colaboran en el plan perfecto de la obra divina para auxiliar a sus hermanos más atrasados, espiritualmente hablando; es decir, nosotros. Los espíritus iluminados que reencarnan para ofrecer su ejemplo son un eslabón de esa cadena de ayuda que se derrama desde el gobierno espiritual del planeta hacia todas las criaturas que viven y experimentan la evolución y el progreso en este mundo.
Pero hay otros muchos, que no reencarnan, que se ocupan de diversas tareas para ayudar a progresar a pueblos, sociedades, civilizaciones, etc., haciendo avanzar ciencias y experiencias, vertiendo las ideas de nuevos conceptos de vida, amor y libertad que no siempre son entendidos y puestos en práctica de forma correcta por aquellas almas más retrasadas en el camino evolutivo.
Sin embargo, esa ayuda nunca cesa, siempre está presente y bajo las instrucciones del equipo que gobierna espiritualmente la Tierra. Son las directrices del máximo exponente del amor, director y transmisor del plan divino: El Cristo.
Este ser extraordinario y perfecto, inspirado por la voluntad divina del Señor que rige los mundos, es el encargado de hacer progresar a esta humanidad, llevándonos desde el primitivismo hacia el progreso, del instinto a la intuición, del odio hacia el amor, de la ignorancia y la oscuridad hacia la luz, de la mentira y el engaño de la materia a la verdad y la realidad del espíritu.
Cuando el alma iluminada comienza su recorrido, llega un momento en que su máxima aspiración es “unirse a Él”, ser portavoz de sus instrucciones angélicas, de sus claridades evolutivas, de sus auxilios y consuelos misericordiosos, de sus rescates milenarios, de sus orientaciones y oportunidades, etc.
El alma iluminada comienza a identificarse con el Señor del mundo, aquel que rige las mentes y corazones de los que habitan el planeta que le ha sido encomendado y que modela según sus cualidades angélicas. La mayor de sus expresiones materiales fue su venida a la Tierra, encarnado en la figura de Jesús. El ser más perfecto que nunca habitó este planeta. Esta concesión provisoria que nuestro Señor materializó en el mundo para liberarnos del error ha sido el ejemplo de muchas almas para alcanzar esos estados iluminativos que les llevan a ser una con Él.
Cuando esto acontece, el ser iluminado ya no actúa por él mismo únicamente, sino bajo la influencia e inspiración del Señor de nuestro mundo, cuya representación máxima -Jesús- es el ángel enviado a redimir a esta humanidad del error y el sufrimiento. Él vino y lo dijo: “todo lo que yo hago podéis hacerlo”. Nada hay que pueda frenar al alma humana en su camino de ascensión y de retorno hacia Dios. Todos llegaremos al estado angélico, antes o después, el tiempo no es importante, todo depende de una única cosa: nuestra voluntad. Y cuanto antes despertamos y nos iluminamos, el abandono del error y el sufrimiento nos proporciona momentos de dicha y plenitud que acercan nuestra alma hacia Dios.
Pablo de Tarso: “No soy yo quien vive en mí, sino Cristo”
Es un ejemplo de lo que queremos explicar. Como Pablo de Tarso, muchos seres iluminados en su paso por la Tierra, “fusionan” sus almas con la esencia angélica que les inspira para cumplir con su misión en este mundo, sin perder por ello su individualidad, sino acrecentando la misma, al ser instrumentos del bien y del amor poderosamente afinados y sintonizados con las fuerzas del amor que dirigen la evolución del planeta.
Esta unicidad es otro paso del alma importantísimo, pues se convierte en instrumento divino, interpretando fielmente, con sabiduría y amor, la voluntad de los espíritus superiores. Con ello, el espíritu asciende otro peldaño decisivo en su trayectoria inmortal hacia Dios.
Una con el por: Antonio Lledó Flor
2019, Amor, Paz y Caridad