Uno de los problemas más graves a los que se enfrenta el ser humano de hoy día es, sin ninguna duda, a la posibilidad del suicidio. Casi todos los días leemos en los periódicos casos de personas en situaciones límite, que han perdido o están a punto de perder lo que consideramos esencial para nuestras vidas: Por ejemplo, la pérdida de la custodia de los hijos o la posibilidad de poder verlos, un fuerte desengaño amoroso, los desahucios viéndose en la calle, la falta de recursos para poder subsistir, etc. Son situaciones que llevan a muchos a verse como en un callejón sin salida. Una aparente derrota moral y existencial, que, salvo aquellos que confían en sí mismos y mantienen el coraje de la fe en algo superior, en muchos otros significa tirar la toalla y adoptar una decisión lamentablemente extrema.
Salvo en los casos de locura o de obsesión espiritual, se puede considerar el suicidio como la máxima expresión del egoísmo. Una gran prueba existencial, una lucha extrema contra las propias debilidades, para que afloren, como contrapeso, los recursos internos que todos poseemos pero que muchas veces no utilizamos: La fe, el coraje, la esperanza, la fortaleza, la paciencia, la resignación, etc.
El matiz más importante se encuentra en la siguiente idea: Ya no son los problemas sino lo que se interpreta de esos problemas lo que verdaderamente puede hacer más daño. Las dificultades y reveses de la vida se observan como una losa infranqueable en lugar de verlos como retos y posibilidades de crecimiento.
Como comentábamos anteriormente es la ignorancia de las consecuencias lo que lleva a estas personas a la búsqueda de la nada, o un atajo a la piedad divina muy mal entendida, que creen les llevará a eliminar los sufrimientos a los que se ven sometidos. ¡Gravísimo error!
Dios es misericordioso, es todo amor, pero también es justo. A cada quien según sus obras. Cada caso es diferente, existen agravantes y atenuantes que sólo puede juzgar Dios, sin embargo, no podemos ignorar las consecuencias, a tenor de lo que nos cuentan los múltiples casos recogidos a través de la mediumnidad como aquellos testimonios de personas suicidas, más bien de intento de suicidio, que han experimentado una ECM (experiencias cercanas a la muerte), como recoge en sus libros el doctor Raymond Moody. Las experiencias que narran en unos casos como en los otros son muy similares. El siguiente testimonio de un espíritu es bastante significativo: “¡No sabéis cuanto sufro!… Estoy abandonado, he huido del sufrimiento para encontrar el tormento.”
Para poder comprender las consecuencias de dichos actos hemos de elevarnos por encima de la materia y observar las diferentes vidas físicas como instantes muy cortos en la evolución. Esto desde el cuerpo físico y sus limitaciones cuesta trabajo entenderlo, sin embargo, hemos de ser conscientes de que, por muy severas que puedan llegar a ser las consecuencias del acto del suicidio, le van a servir de gran lección al espíritu. Es muy importante tener presente la “dimensión temporal” de las penas, aunque para el suicida puedan parecerle eternas. Por cierto, nadie se encuentra desamparado en el mundo espiritual. Existen hospitales y colonias de recuperación para estos casos, empero, las dificultades son muy grandes y requieren, por lo general, mucho tiempo para conseguir resultados satisfactorios, es decir, una cierta recuperación psíquica y espiritual de los afectados. Al mismo tiempo, la oración sentida por ellos es un bálsamo poderoso que les alivia sobremanera sus sufrimientos.
Debemos mencionar, además, otros factores decisivos que repercuten directamente en el proceso de separación del espíritu de la materia en el caso de los suicidas; como es la cuota de energía vital que traemos al nacer, la suficiente para abastecer toda una vida física programada. Si se corta de una forma voluntaria antes de tiempo, tiene sus consecuencias puesto que esa energía no desaparece por arte de magia. Además cabe recordar que el espíritu se vale de un cuerpo intermedio, semimaterial que sirve de lazo de unión, de conexión entre el espíritu y la materia. Todas las agresiones que podamos hacerle al cuerpo físico también repercuten en ese cuerpo espiritual, lo cual significa que, el suicida con su acción le causa daños graves al periespíritu, sufriendo desde el mismo instante en que se ha quitado la vida, y por lo general, debiendo retornar al plano físico con graves problemas y deficiencias físicas en la zona donde se auto agredió, para drenar, restaurar y equilibrar el daño causado.
Por otro lado, contribuyen inconscientemente en la expansión de esta lacra algunos científicos e intelectuales materialistas que pregonan, apoyándose en su prestigio académico y su influencia en la sociedad, que después de la vida existe la “nada”. Al menos, no deberían ser tan categóricos puesto que con sus afirmaciones crean opinión, y las opiniones como las corrientes de pensamiento generan consecuencias. Es de una gran presunción afirmar categóricamente la no existencia de Dios o la imposibilidad de la vida después de la vida. Al menos deberían ser prudentes y no aseverar lo que no han comprobado o no alcanzan a ver. La ciencia avanza a pasos agigantados, empero, no poseen sus investigadores la verdad absoluta, ha tenido que rectificar muchas veces sobre sus postulados.
En este sentido, hay suicidas, y también seres orgullosos, intelectuales del saber material que al pasar al otro lado y enfrentarse a su nueva realidad se han llevado una gran sorpresa, y han llegado a manifestar a través de la mediumnidad la siguiente reflexión: “Sufro cuando me veo obligado a creer todo lo que negaba.”
Por cierto, esa falta de fe en Dios de algunas personas es la que lleva a mucha gente a preguntarse cómo es posible que hayan materialistas si todos hemos pasado por el mundo espiritual, hemos reencarnado muchas veces. La explicación se encuentra en el atraso evolutivo en el que nos encontramos. El orgullo y el no reconocer nuestras faltas, convierte a muchos espíritus en seres endurecidos cuya situación les impide, una vez vuelven a la vida corporal, desarrollar de forma sencilla la fe innata. Son aquellos que, muchas veces dicen: “Me gustaría creer pero no puedo. Hay algo en mí que me lo impide”. Esta reflexión, refleja muchas veces, la necesidad y la obligación de tener que hacer un esfuerzo mayor que el resto para recuperar la intuición natural, aquella que nos permite reconocer sin dificultad a un Dios Todopoderoso, al Padre amoroso que nos guía y nos conduce.
En conclusión, la posibilidad del suicidio es una prueba difícil para los espíritus débiles, faltos de fe y confianza, en la que muchos espíritus se estancan durante varias existencias. Viéndose en la necesidad de volver a la vida física, en unas condiciones que le empujarán a vivir serias dificultades, hasta el punto de tener que afrontar la tentación que no la necesidad de volver a caer en el suicidio.
Además, es necesario poner de relieve otro tipo de suicidio considerado indirecto, nos referimos al abuso de drogas, del alcohol, del tabaco. También hay que incluir los deportes de riesgo extremo, exponiendo la vida de un modo innecesario, tan sólo por el orgullo de conseguir algún record, o formar parte del libro Guinness. Todos estos casos con final fatal, aunque pueden tener atenuantes, también son considerados como suicidios, por la falta de responsabilidad a la hora de cuidar su vehículo de progreso que es su cuerpo, y por los compromisos que tenemos con nuestros semejantes a los que se dejan de atender por la falta de prudencia en sus actos.
Todo lo contrario a quienes arriesgan su vida por salvar a otros. Esto es diferente. Se trata de un grado de altruismo y de abnegación que el Padre tiene muy en cuenta. No hay que olvidar que aquel que arriesga su vida por salvar a otro, no tiene la menor intención de perderla. Se trata de un acto espontaneo, generoso y de gran valor moral.
La vida es un don precioso. No podemos menospreciarla.
La doctrina espírita nos aporta las claves, el mensaje de esperanza que la sociedad necesita. Avanza poco a poco, cada vez son más sus estudiosos y seguidores. Nos ofrece la certeza en el porvenir, nos explica la temporalidad de las desgracias, también que Dios es justo y jamás nos abandona.
Por todo ello, es necesario un cambio de rumbo. Retomar nuestra esencia espiritual. La nada no existe, y la vida es un ejercicio de amor y de misericordia de Dios. No debemos menospreciarla y sí aprovechar las oportunidades que se nos ofrecen de crecimiento. Hemos sido creados para caminar hacia la perfección, hacia la felicidad más absoluta. Es lo que nos han transmitido los grandes avatares de la humanidad y es la gran verdad de la que no debemos prescindir. Pensemos en ello.
José M. Meseguer
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