«QUE NO SEPA TU MANO IZQUIERDA LO QUE HACE TU DERECHA“

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“Estad atentos a no hacer vuestra justicia delante de los hombres para que os vean; de otra manera no tendréis recompensa ante vuestro Padre, que está en los Cielos… Más tú cuando haces limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha; para que tu limosna sea oculta, y tu Padre que ve lo oculto, te premiará” (San Mateo, cap. VI, v. 1; 3 y 4.)

En esta ocasión el Maestro apela a la discreción en el obrar, a la prudencia, a la naturalidad, a la sencillez cuando se trata de colaborar con los demás, en hacer el bien.

Con ello nos lanza el mensaje de la espontaneidad que nos iguala unos con los otros; que nos presenta como trabajadores en la obra de Dios. Que pasa por ayudar al semejante, en cualquier faceta de la vida, sin medir el esfuerzo; sólo viendo la necesidad y colaborando con la mejor de las voluntades.

Jesús fue un ejemplo de equilibrio inigualable. Era capaz de curar por imposición de manos con la misma actitud que cuando desarrollaba cualquier otra actividad. Siempre sereno, discreto, amable, atento y afectuoso. De ese modo, El mostraba su lado más humano.

También es una invitación a dejar de hacer ruido con propuestas, con intenciones, con deseos que, cuando llega el momento de cumplirlas quedan en saco roto. El verdadero trabajador no anuncia, ejecuta aquello que considera que debe de hacer. Estudia las posibilidades desde un enfoque realista y práctico, y si lo considera factible y positivo lo desarrolla con diligencia, con constancia y esfuerzo. Esto es algo en lo que por desgracia muchos se quedan por el camino. Estudian la teoría, la explican muy bien…pero les falta convicción, les falta voluntad de realización. Programan, organizan, pero a la hora de la verdad, abandonan excusándose en sus múltiples obligaciones sociales o familiares.

La práctica del bien estimula, amplía el campo de visión y de acción. Hace tomar conciencia de las enormes posibilidades de crecimiento que supone la vida y la relación con los otros.  Es el “dar” como una obligación moral gratificante.

El dar reporta su recompensa intrínseca, sin necesidad de reconocimientos u homenajes. Es un signo de madurez espiritual; trabajando en aquello que le reporta plenitud interior, con lo que se siente identificado, implicándose en proyectos de bien, en las necesidades ajenas impostergables.

La alegría del servicio al prójimo sin ensimismarse en ciertas búsquedas místicas, en pos de una iluminación interior que no puede llegar completamente, si no es acompañado con un trabajo proyectado hacia el bien de los demás.

Otro de los riesgos más comunes cuando se trabaja en una línea espiritual puede ser el de la “autocomplacencia”. Pensar que todo lo tenemos hecho, siguiendo por un camino espiritual que ha estado dando sus frutos durante años y adoptando una actitud de inercia, de rutina, sin esforzarse; simplemente trabajando en aquello que surge ante nuestros ojos o lo tenemos programado mecánicamente durante mucho tiempo. Sobre todo en personas que no llevan el peso de complicaciones en su vida personal.

Ante esta circunstancia hay que estar precavidos, ser autocríticos y analíticos, estar abiertos a nuevas posibilidades de trabajo. Hemos de tener en cuenta de que, aunque podamos estar por el camino correcto, existen riesgos de estancamiento espiritual, somos demasiado frágiles todavía como para considerar que el éxito en nuestras empresas están asegurados. La parte negativa presiona con más o menos sutileza, nos conoce bien porque nos ha estudiado y conoce los flancos débiles, las carencias y debilidades, y sobre ellas preparan estrategias de desgaste, de anonadamiento, de dificultad para que nos despistemos y, a ser posible, abandonemos el barco del progreso espiritual consciente.

La relajación y la autocomplacencia es un riesgo tan universal que incluso afecta a espíritus que ya forman parte de humanidades de mundos de regeneración, sobre todo en sus primeras etapas. De ahí la conveniencia, en algunos casos, de tener que volver a un mundo de expiación y prueba para tomar conciencia, despertar del letargo espiritual, comprender las necesidades y obstáculos. Recordar experiencias pasadas para fortalecer el espíritu y no volver a caer en esa atonía sutil y perturbadora.

Venimos al mundo para aprender a convivir, a compartir, a demostrar con nuestros actos que nos sentimos vinculados a los demás, y que, en base a las leyes universales que nos rigen, más concretamente a la ley de evolución, comprender que somos viajeros con un mismo destino final; que las diferencias son provisionales, en virtud al trabajo desarrollado en el pasado. Las tribulaciones de la vida son otras tantas pruebas en las que debemos ser solidarios, no para quitar la carga al prójimo, algo que le pertenece, sino a colaborar haciéndole la vida más fácil, colaborando sin inmiscuirse, apoyando para facilitarle el trabajo de superación.

Es de justicia social, alimentar al que tiene hambre, al que no tiene casa darle cobijo. En una palabra, cubrir todas las necesidades básicas para poder vivir. Esto es algo que en las sociedades civilizadas no debería faltar jamás. Sin embargo los egoísmos de los poderosos y las ambiciones personales provocan un desnivel social que obliga a personas  y asociaciones de todo el mundo a cubrir esas carencias básicas, a suplir un trabajo que deberían acometer los gobiernos responsables.

Estamos en un proceso de cambio de ciclo, de transición planetaria. Esas lagunas de falta de responsabilidad y compromiso social, que son propias de mundos poco avanzados moralmente, pronto llegarán a su fin. Esta sociedad está sufriendo una criba muy importante tanto en los planos astrales como en el plano físico.

Tal y como estaba planificado desde hace siglos se están agotando las últimas oportunidades de cambio para los espíritus con posibilidades pero indefinidos. Para aquellos que en justicia, merecen una última oportunidad de viraje espiritual, un cambio de rumbo en sus vidas.

Todo tiene un límite, y aquello que no se desarrolle en este mundo se tendrá que desarrollar en otro similar pero más atrasado espiritual y materialmente. Es la criba de la que hablaba el Maestro, “la separación de los de la derecha y la izquierda”

De ese modo, en época de crisis tan profunda como la que estamos viviendo en la actualidad, las posibilidades de trabajo se multiplican. La urgencia de orientación ante la confusión y el descontrol imperante, la desarmonía que se percibe afectando a todos los ámbitos sociales; requieren un esfuerzo mayor por parte de aquellos que están dispuestos a trabajar espiritualmente.

Nuestra sociedad, ahora más que nunca, está necesitada de ejemplos más que de palabras, de demostraciones de solidaridad que estimulen al cambio para aquellos indecisos, confundidos, arrastrados por la ola gigantesca de materialismo.

Por tanto, es tiempo de actuar, pero sin buscar protagonismos, ya que es más importante “el mensaje que el mensajero”; siendo fieles al compromiso contraído antes de encarnar.

 

José M. Meseguer

©2015, Amor,paz y caridad

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