¡POBRECITOS! 

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  Triste es la muerte en todas sus fases, porque da pena ver a un enfermo postrado en su lecho, esperando su última hora, es dolorosísimo ver las víctimas de una catástrofe en la que en menos de un segundo pierden la vida varios seres, pero contemplar a un suicida es el dolor de los dolores. Aquel ser ha pensado, ha calculado sobre la necesidad de su muerte, ha dicho como el Dante
a la puerta de su infierno: ¡No hay esperanza! y esto debieron decir los dos escritores ingleses cuya trágica muerte relata un periódico del modo siguiente.
 
 Dos escritores víctimas de la miseria 
 «En Londres se ha desarrollado un triste drama de la miseria que produjo dolorosa emoción. Sobre el río Támesis, cerca de Richmond, fueron recogidos dos cadáveres, el de un hombre y de una mujer.» 
 
 «Los cuerpos estaban ligados fuertemente por una misma cuerda, como si las víctimas no hubiesen deseado separarse ni en la muerte. Identificados los cadáveres resultaron ser los esposos Mabel F. Good y Alejandra Good. Ambos eran escritores y las dificultades de la vida en Londres, las miserias literarias, les impulsaron al suicidio; remedio fatal y desesperado de una situación crítica y angustiosa.»
 
 «Un amigo del matrimonio ha recibido una conmovedora carta de los suicidas, que dice:
 
 «Mi querido amigo: Escribimos, a Vd. para de­cirle adiós, por  última vez. Si todos los hombres fueran tan compasivos, tan afectuosos y tan honrados como Vd. nos ha dado prueba de serlo, el mundo merecería la pena de vivirlo.» 
 
 «Si alguna vez nos recuerda Vd., no piense en nosotros con tristeza; al abandonar voluntariamente la vida, lo hacemos alegremente, como quien se entrega al descanso tras de un día de rudo trabajo.» 
 
 «Adiós querido amigo.- MABEL F. GOOD Y ALEJANDRA GOOD. » 
 
 ¡Qué carta tan triste! ¿no es verdad? ¡tener que morir por no encontrar el calor necesario para vivir!… estando todo tan armonizado en la naturaleza, que hay como se dice vulgarmente, una cosa para cada sitio, y un sitio para cada cosa… 
 
 ¡Renunciar a la esperanza, a ese día del mañana que nadie, absolutamente nadie sabe lo que guardan sus horas! ¡romper violentamente esa lazada que se forma en el seno materno, negando rotundamente la eternidad de la vida! ¡Pobrecitos los que se suicidan!, son dementes incurables; aunque bien considerado, el que no cree en la supervivencia del alma, y se ve rodeado de innumerables penalidades y no espera nada del porvenir, poner un término a tantos sinsabores, en cierto modo es lógico, pero, ¡qué lógica tan horrible!
 
 Atormentada por el recuerdo del matrimonio suicida, he preguntado al guía de mis trabajos por el pasado de esos dos infelices, y he obtenido la comunicación siguiente. 
 
 «¡Pobrecitos! has puesto por epígrafe a tu artículo, y nunca título más apropiado has dado a ninguno de tus trabajos. ¡Pobrecitos! sí, muy pobrecitos son esos dos desventurados, no por sus crímenes, porque no han cometido ninguno, todo el daño que han causado ha caído como lluvia de fuego sobre ellos mismos.» 
 
 «Son dos espíritus identificados el uno con el otro hace millones de siglos, han estado unidos con todos los amores terrenales y todos los lazos del compañerismo y de la amistad, siempre la determinación de uno ha sido del agrado del otro, nunca se han traicionado, jamás se han engañado ni se han usurpado los bienes o los honores adquiridos por uno en menos tiempo que lo ha logrado el otro; y sólo un vicio dominante han tenido los dos, el despilfarro; muchas veces han ocupado altas posiciones sociales, y han heredado de sus mayores pingües riquezas, pero en cuanto ellos han podido disponer de ellas a su antojo, a veces, en breves segundos han quedado reducidos a la miseria, los dos han sido siempre jugadores incorregibles, y no es ésta la primera vez que apelan al suicidio para librarse de la mendicidad o de un trabajo superior a sus fuerzas.»
 
 «En su encarnación anterior fueron hermanos, y su padre, hombre débil y bueno, sin iniciativas, sin fuerza moral sobre sus hijos sucumbió al fin a sus ruegos y a sus súplicas y les entregó todo su capital, para que ellos lo hicieran producir, y le proporcio­naran una vejez tranquila. Los jóvenes al verse dueños de tan gran fortuna, hicieron lo de siempre, jugaron y perdieron y arruinados completamente abandonaron su ciudad natal avergonzados de su pobreza, y el padre al verse solo, anciano y pobre, antes de entrar en un asilo benéfico, prefirió matarse y se apoyó una pistola en la sien muriendo instantáneamente. Sus hijos al saber el trágico fin de su padre, por primera vez se impresionaron y la sombra del anciano la vieron por doquiera, trataron de trabajar, y vivieron triste­mente perseguidos por la sombra que iba tras de ellos no por hacerles ningún daño, al contrario, para darles buenos consejos y borrar de su mente la honda tristeza que les causaba el fin desastroso de su padre.» 
 
 «Cuando los tres espíritus se vieron en el espacio, el padre trabajó mucho para regenerar a sus hijos, y éstos volvieron a la tierra decididos a trabajar y a vencer sus vicios; pero una existencia es muy breve plazo para borrar siglos y siglos de malas costumbres y locos despilfarros, así es que han sido vencidos en la lucha, y han buscado en el suicidio el fin de sus amarguras queriendo al mismo tiempo sufrir lo que hicieron padecer a su inocente padre, ellos no creen en nada, aceptan la vida sin buscar la causa de tal efecto, y nacen y mueren con menos conocimiento que un molusco, ya ves si son ¡pobrecitos! Siguiendo la costumbre, nombraban a Dios en sus últimas cartas como podían nombrar al Sol y a la Luna y a los demás mundos del espacio, por costumbre, por rutina, pero sin darle su verdadero valor al nombre de Dios, por que si se lo hubieran dado no hubieran buscado en la muerte el término de sus penas. Adiós. 
 
 Tiene razón el espíritu, ¡qué pobrecitos son esos dos infelices que no han podido ver el más allá! 
 
 ¡Morir, cuando se puede conquistar un cielo!… ¡Morir, cuando tenemos un ser que nos guía y nos dice: Ama, trabaja, aprende y enseña! ¡Qué locura! ¡qué aberración! ¡qué ceguedad! 
 
 ¡Tener andado la mitad del camino de una existencia, y caer en el abismo para luego emplear nuestras fuerzas para salir de él… ¡Ah! ¡suicidas! ¡suicidas! vosotros, únicamente vosotros sois los pobrecitos de la creación. 
 
 AMALIA DOMINGO SOLER
 Artículo extraído de la revista «La Luz del Porvenir Nº 32, editada en Villena, el 15-04-1908.
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