NO PONGÁIS LA LÁMPARA DEBAJO DEL CELEMÍN

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No pongáis la lámpara debajo del celemín

No pongáis la lámpara debajo del celemín

Cuando una verdad, surge, cuando una luz viene a iluminarnos en las tinieblas, es necesario no apagarla, ni tampoco ocultarla, a los ojos de los demás, sino que debe procurarse darle toda su intensidad, a fin que sus rayos vengan a iluminar seres que como nosotros la necesitan.
  Las palabras de Jesús, «es menester no dejar la luz debajo del celemín», significan que la verdad que se posee debe propagarse, extenderse por todo, hacer partícipes a los demás del progreso que uno ha alcanzado, sembrar aun en terreno árido que con el tiempo, la misma semilla ejercerá su influencia benéfica sobre él y le hará apto para producir. La verdad no es patrimonio de pueblos o seres determinados, pertenece a la humanidad toda y es deber de los que la poseen, hacerla comprender a los demás, llevar la luz allí donde reina la oscuridad, la razón donde domina el error. 
 
  Grandes son las luchas que deben sostenerse para hacer triunfar la verdad y cuanto más grandes y sublimes son los principios que se quieren implantar mayores son los obstáculos que tienen que vencer, mas la misma grandeza de las ideas que se quieren propagar dan valor y energía para triunfar de esos obstáculos. 
 
  La humanidad debe progresar, el hombre mismo es el que ha de labrar su progreso, e iría contra su mismo adelanto si al recibir la luz, si al conocer alguna verdad, tratara el egoísta de recoger él solo los frutos que ésta va a producir. 
 
  Es cierto que el hombre desconfía siempre de las nuevas ideas, mas con la fuerza que da la verdad, se podrá destruir lentamente las oposiciones y barreras que siempre encuentra toda innovación. Jesús, en medio de un pueblo ignorante, planteó sus sublimes principios y él y sus apóstoles, venciendo toda clase de obstáculos y teniendo que luchar con dificultades miles, propagaron su hermosa moral. Se podrá objetar que en muchos casos Jesús oculta el sentido de sus palabras bajo el velo de la alegoría que no puede ser comprendida por todos. 
 
  El explica esto diciendo a sus apóstoles: Les hablo por parábolas, porque no están en estado de comprender ciertas cosas; ven, miran, oyen y no comprenden; decírselo todo sería inútil en este momento; pero a vosotros os lo digo, porque os es dado comprender estos misterios. Obraba pues con el pueblo como se hace con los niños, cuyas ideas no están aún desarrolladas. El hombre, como ya he dicho, debe conquistar él mismo por su trabajo y esfuerzo el progreso. Jesús, en sus parábolas, deja sembrada la semilla, es a la humanidad a quien le corresponde hacerla germinar, es decir interpretar las verdades comprendidas en esas parábolas. 
 
  Toda enseñanza debe ser proporcionada a la inteligencia de aquél a quien se dirige, y si Jesús no iluminó muchos puntos, es porque las personas a quienes se dirigía no estaban en condiciones de comprenderlos. Mas lo que la prudencia aconseja callar momentáneamente debe descubrirse más o menos tarde, porque llegados a cierto grado de desarrollo, los hombres buscan ellos mismos la luz, la oscuridad les pesa. Habiéndoles dado Dios la inteligencia para comprender y guiarse en las cosas del mundo quieren razonar su fe, entonces es cuando no se debe poner la antorcha debajo del celemín, porque sin la luz de la razón la fe se debilita. 
 
 En su sabia previsión, la Providencia sólo revela las verdades gradualmente, las descubre siempre que la humanidad está en disposición de recibirlas; pero los hombres que están en posesión de estas verdades, la mayor parte de las veces las ocultan con el objeto de dominar, y ponen así la luz debajo del celemín. 
 
  Es de notar que Jesús no se expresaba en parábolas sino respecto a las partes hasta cierto punto abstractas de su doctrina; pero habiendo hecho de la caridad hacia el prójimo y de la humildad, la condición expresa de salvación, lo que dijo concerniente a esto, es perfectamente claro, explícito y sin ambigüedad. Así debió ser, porque es la regla de conducta, regla que todo el mundo debía comprender para poderlo practicar; es lo esencial para la multitud ignorante, a la que se limitaba decir: Esto es lo que debéis hacer para alcanzar el reino de los cielos. 
 
  Sobre los demás puntos sólo desarrollaba su pensamiento a sus discípulos, siendo éstos más adelantados, moral e intelectualmente. Sin embargo, aun con sus apóstoles, dejó en la vaguedad muchos puntos cuya completa inteligencia estaba reservada para tiempos ulteriores. Estos son los puntos que han dado lugar a interpretaciones tan diversas, hasta que la ciencia por un lado y el Espiritismo por otro, han venido a revelar nuevas leyes de la naturaleza, que han hecho comprender su verdadero sentido. El Espiritismo viene hoy a poner en claro una porción de puntos oscuros; sin embargo, no lo hace inconsiderablemente: los espíritus proceden en sus instrucciones con una admirable prudencia; sólo sucesiva y gradualmente, han abordado las diferentes partes conocidas de la doctrina, y del mismo modo serán reveladas las otras a medida que llegue el tiempo de sacarlas de la oscuridad. 
 
  Si la hubiesen presentado completa desde un principio, sólo hubiera asustado hasta a los que no estaban preparados y esto hubiera sido un obstáculo para su propagación. Si, pues, los espíritus no lo dicen aún todo ostensiblemente, no es porque haya en la doctrina misterios reservados para los privilegiados, ni que pongan la antorcha debajo del celemín, sino porque cada cosa debe venir en tiempo oportuno; dejan que una idea madure y se propague antes de presentar otra, y a los acontecimientos que preparen la aceptación. 
 
  El momento ha llegado para los espiritistas de demostrar que son verdaderos discípulos de Cristo, y esparcir la verdad. Es necesario armarse de valor para afrontar todos los peligros y hacer germinar la semilla sembrada por el que dijo: «Amaos los unos a los otros». 
 
  En esta época de crisis moral y renovación social, cuando parece que el materialismo cunde por todas partes y hace millares de víctimas, es que tras las tumbas se levantan los muertos y vienen a confirmar las palabras de Cristo. 
 
  La hora ha sonado, marchemos a la lucha, con la frente levantada y sostenidos por el valor que da la verdad y la fe, despleguemos el estandarte del Espiritismo; no temamos el ridículo ni la mofa y propaguemos la verdad, asentemos el edificio que queremos construir sobre el pedestal inconmovible llamado: Moral y Espiritualidad. 
 
No pongáis la lámpara debajo del celemín por: María Balech
 
Artículo extractado de la revista «LA LUZ DEL PORVENIR», editada el 12 de diciembre de 1.895.
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