NO HAY EFECTO SIN CAUSA

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En Campillo de Arenas, (Jaén) se suicidó el 21 de mayo último, un anciano de 60 años. Se le encontró ahorcado en las ramas de un olivo. El suicida se llamaba Antonio Martinez Aguilar; tenia bienes suficientes para vivir con desahogo, mucho más cuando la familia sólo se componia del matrimonio y un hijo casado.

Un espiritista me escribió contándome el triste suceso, diciéndome: «Como quiera que se ignoran los móviles que le obligaron a cometer tal disparate, deseamos que Vd. pregunte a su guía sobre el ayer de ese desventurado, pues según nuestro parecer, creemos que ese desgraciado ha sido obsesado por un mal espíritu, y guiado por él hasta el extremo de ocasionarle la muerte. ¡Pobres seres que faltos de un ideal, no saben eximirse de los malos pensamientos que sus enemigos les inspiran!».

Efectivamente, que el suicidio de un anciano que vivia tranquilamente sin conocer las angustias de la lucha por la existencia, llama poderosamente la atención, muy en particular a los espiritistas que sabemos la intima relación que existe entre el ayer y el presente de los espiritus; y aprovechando la primera oportunidad que se me presentó, pregunté al guia de mis trabajos, y éste me contestó lo siguiente:

«Tienes razón al creer que cuando a ciertas edades se toman resoluciones tan extremas, causas muy poderosas deben influir para su realización.

El humilde anciano que en los últimos años de su existencia puso fin a sus días de un modo tan violento y tan inusitado, no tenía motivos en verdad para deshacerse de la carga de la vida, ya que por esta vez su carga había sido ligera, y había vivido como dijo uno de vuestros poetas, ni envidiado ni envidioso, pero cuando se ha faltado repetidas veces a los deberes que impone la moralidad, tarde o temprano se tiene que dar comienzo al saldo de las cuentas atrasadas, y ese suicida tiene larguísima historia.

No ha cometido grandes crímenes, de esos que manchan el libro de la historia universal con manchas imborrables, no; no ha matado a nadie con espada ni puñal, ni con balas homicidas, no ha incendiado ningún pueblo, no ha derribado ningún trono, ha pasado completamente desapercibido y sin embargo, ha hecho muchas víctimas (innumerables puede decirse), porque ha sido un seductor irresistible, dotado de arrogante figura, llevando en sus ojos el fuego del deseo y en sus labios la miel de la lisonja; las mujeres se sentían dominadas por su mirar magnético y atraídas como las mariposas, se acercaban al fuego de sus ojos y quemaban las alas de su virginidad sin saber lo que hacían; y él, satisfecho su deseo, buscaba nuevas flores para libar en su cáliz el néctar de la vida, y muchas de aquellas incautas doncellas buscaban en la muerte lo que no podían encontrar en la vida, su honra inmaculada. Entre sus víctimas figuró una joven hermosísima, hija de una gran familia y la infeliz, al conocer que iba a ser madre, se arrojó a un precipicio para ocultar en el fondo su deshonra. Como el amor siempre es clemente, ella perdonó a su matador, y desde el espacio procuró traerlo a buen camino, pero el hijo que se agitaba en sus entrañas (antiguo enemigo de su padre), al verse libre de la cárcel materna, se aumentó el odio que sentía por su antiguo enemigo y se dio palabra a sí mismo de perseguirle y conducirle a la muerte cuantas veces le fuera posible, ya que había desperdiciado la ocasión de reconciliarse con su antiguo enemigo que le eligió por padre para dar comienzo a una reconciliación que se hacía necesaria, ya que llevaban muchos siglos de ofenderse mutuamente; pero el vicio dominante del seductor incorregible pudo más que el buen deseo de su enemigo y la llama del odio del antiguo enemigo brilló nuevamente con más calor y con más vida; por eso ha muerto ese anciano violentamente, porque su enemigo no le deja, y aunque otros espíritus velan por él, se juntan fuerzas iguales y cae vencido el seductor de otros tiempos. No será ésta la última vez que apelará al suicidio ese desgraciado; compadeced a todos los suicidas, que la mayoría de ellos son víctimas de sus enemigos de ayer, y haced cuanto os sea posible por no adquirir enemistades, que no hay enemigo pequeño. Si despreciáis a un mendigo o marcáis con tratado desvío a un ser que os es antipático, diciendo: No lo puedo remediar; ese individuo me molesta, me crispa los nervios, no puedo estar junto a él, y… ¡quién sabe si mañana, ese ser tan repulsivo, se agitará en vuestras entrañas y sufriréis por él los dolores del alumbramiento y las mil penalidades que ofrece a las mujeres la maternidad!

Mucho puede decirse sobre este tema, pero basta por hoy. Adiós».

Dice bien el espíritu, no hay enemigo pequeño; por eso debemos esforzarnos en hacer ensayos del amor universal para no tener más que amigos AQUI Y ALLA.

AMALIA DOMINGO SOLER

Artículo extraído de la revista «La Luz del Porvenir», Nº 9, 12 de junio de 1907.

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