Lucro e infamia
Los ataques aumentaban a medida que Kardec profundizaba en la divulgación de la reforma moral que el Espiritismo propone y en su objetivo de combatir el materialismo. De las burlas iniciales se pasó a ataques personales despiadados, y algunos seguidores se preguntaban: «¿cuál era la causa principal de este giro de los acontecimientos?» Y el codificador quiso responder la pregunta con esta frase:
“¿Cómo queréis que una doctrina que conduce al reino de la caridad efectiva no sea combatida por aquellos que viven del egoísmo?”
La famosa divisa del Espiritismo “Fuera de la caridad no hay salvación”(*) era la lÍnea de conducta que distinguía a los verdaderos espíritas, y al mismo tiempo suponía la frontera y el obstáculo que dejaba en evidencia a los avariciosos, egoístas y soberbios.
Lógicamente, entre los ataques no podía faltar el de aquellos que acusaban al maestro de Lyon de lucrarse con las ventas de los libros, las suscripciones a la Revista Espírita y las donaciones que llegaban desde Inglaterra para apoyar la causa de la nueva doctrina. Un sacerdote había divulgado a los cuatro vientos que el “inventor del Espiritismo” se estaba enriqueciendo con todo ello, y daba como prueba el hecho de que él mismo lo había conocido pobre en las calles de Lyon y que recientemente lo había visto desfilar en París en un imponente y ostentoso carruaje.
Kardec respondió con la verdad: “Nací en Lyon por accidente, pero nunca residí en aquella ciudad, por lo tanto es difícil que usted me viera en sus calles. Y en cuanto al lujoso carruaje, no pasa de ser un carro tirado por burros de carga que lo alquilo dos o tres veces al año por economía”. Y continuó con su respuesta: “¿Qué no diría el Sr. Vicario si viera los banquetes con los que recibo a mis amigos? Todos ellos muy escasos, al lado de las frugales refecciones de ciertos dignatarios de la Iglesia”.
Terminaba explicando que el Espiritismo nunca sería un medio de enriquecimiento, pues predica que todos vivan con lo necesario, muy lejos de la ambición. Y añadía que otra de las lecciones del Espiritismo es ser fiel a la máxima de Cristo de “No hacer a otros lo que no quieres que te hagan”; algo que el Sr. Vicario, supuesto representante de Dios en la Tierra, no cumplía al calumniar al prójimo como lo había hecho.
Entre otros ejemplos de infamia contra el espiritismo, perpetrados por algunos religiosos, destacó la obra publicada por el Abad Poussin, titulada «El Espiritismo ante la Historia y la Iglesia». En ella definía la doctrina espírita como «Obra de Satán», y además de verter todo tipo de infamias y calumnias, incurría en contradicciones flagrantes que Kardec refutó magistralmente en su respuesta. Una de estas contradicciones era reconocerle al Espiritismo su valor en la lucha contra el materialismo (textual): «Si el Espiritismo nos prestó el servicio de derribar las teorías del materialismo del Siglo XVIII, nos aporta en cambio una revelación nueva, que amenaza la base del cristianismo». No obstante, el Abad alentaba a los católicos a «luchar contra el Espiritismo y tomar distancia de las manifestaciones diabólicas que excitan la imaginación y son propias de la ignorancia» .
La respuesta de Kardec, de nuevo en la Revista Espírita, no solo destacó las contradicciones y falsedades del libro del Abad, demostrando que desconocía por completo la doctrina espírita, sino que aconsejaba al Abad y sus lectores a recordar las palabras del ilustre monseñor Frayssinous, el cual hablando sobre el diablo explicaba:
«Un demonio que procurase destruir el reino del vicio para establecer el de la virtud, sería un demonio exquisito, porque se destruiría a sí mismo».
De esta manera, con las propias palabras de un dignatario de la iglesia Kardec aludía al sentido cristiano del Espiritismo y a su valor profundo de la más pura moral cristiana, del amor al prójimo y a Dios que la doctrina espírita defendía. Algo totalmente alejado de los propósitos e intenciones de cualquier Satanás, Belcebú o señor de las tinieblas.
No obstante, en muchos lugares de Francia el fanatismo religioso imperaba en los sacerdotes a la hora de imponer sus criterios en contra de la libertad de conciencia de los ciudadanos. Constantemente llegaban al Maestro de Lyón cartas denunciando los abusos, las presiones y amenazas que muchos sacerdotes hacían a sus feligreses a fin de desacreditar el Espiritismo cuando constataban que algunos de ellos tenían conocimiento de la nueva doctrina.
Baste por ejemplo el párroco de una cercana villa de Lyón que llamó a la puerta de una de sus feligresas al enterarse de que tenía un ejemplar de El Libro de los Espíritus y que lo leía con admiración. El párroco exigió a la señora que le entregara el libro bajo amenaza de no enterrarla cuando llegara su hora. La señora cedió en principio y entregó el libro, pero unos meses después fue a solicitar su devolución. El sacerdote se lo devolvió y ella pudo comprobar las anotaciones que el párroco había escrito al margen de cada página con refutaciones furibundas, insultos y raspaduras de todo orden. Calificativos como demonio, hereje, mentiroso o estúpido se podían leer escritos por el sacerdote en el margen de los comunicados de espíritus que aparecían en el libro.
La señora escribió a Kardec narrando su historia y diciéndole que, ahora más que nunca, ella era una espírita convencida después de oír y leer tantos improperios de aquellos que tenían que dar ejemplo. Y terminaba su carta de esta forma: «Perdónales señor porque no saben lo que hacen». ¿De qué lado estaba el verdadero cristianismo?
Fueron tantas las infamias, las calumnias y las amenazas que tuvieron que soportar muchas personas de buena voluntad que intentaron acercarse a la nueva doctrina, que la respuesta de Kardec siempre fue firme en la defensa de sus postulados, refutando las mentiras y falsedades. No solo mediante los argumentos filosóficos, sino también, y mas importante todavía, en el sentido ético-moral cristiano que la filosofía espírita propugnaba, ejemplificando siempre el perdón de las ofensas y la oración por aquellos que se convertían en feroces perseguidores, aunque, como en estos casos de sacerdotes católicos, debieran haber predicado con el ejemplo que su propia doctrina les exigía.
Este era Kardec en la respuesta y el desafío. La verdadera medida de un hombre singular se mide por los obstáculos que tiene que afrontar y superar; no ya de su honra o prestigio personal, sino principalmente en la defensa de la doctrina cuando era atacada con mentiras, infamias y virulencia para desacreditarla, como fue el caso del honesto profesor Rivail.
Lucro e infamia por: Antonio Lledó Flor
2020, Amor, Paz y Caridad
«La corrupción en el seno de las religiones es el síntoma de su decadencia, porque ella es el indicativo de una falta de fe verdadera»
François Fenelón – Escritor Católico Francés