«¡No busques exhibirte! La persona sabia que ha conocido su esencia superior no se entrega al narcisismo ni se enaltece».
Lao-Tsé
Sobre este personaje de la antigua China apenas se sabe nada. Hay quien dice que habría vivido hacia el siglo VI antes de Cristo y, por tanto, coetáneo de Confucio. Para otros investigadores, habría vivido en el s. IV a. C.
Su nombre significa «viejo maestro», y se le atribuye la obra más importante de la filosofía taoísta, el Daodé jing (Tao Te Ching, o Tao, simplemente); aunque no faltan autores que consideran este tratado místico como un conjunto o recopilación de refranes taoístas escrito por muchas manos. Bien, no voy a entrar yo en este complejo jardín que creo compete a los historiadores, y en este breve artículo me limitaré a comentar la frase de Lao-Tsé arriba expuesta y su conexión con nuestra doctrina espiritista.
Esta sentencia del excelso filósofo es un evidente canto a la sencillez y la humildad. Se puede, evidentemente, ser un sabio, tener amplios conocimientos en una o varias materias; es algo lógico, porque en definitiva, el progreso del ser humano en tanto espíritu eterno consiste en ir profundizando los misterios de la vida, del universo, y el principal beneficiado es el propio sabio. Pero si ese conocimiento no se traduce en ayudar a los demás y tan solo busca el reconocimiento y la adulación del entorno social, entonces su progreso solo será intelectual, pero no moral; resultado, un progreso a medias. Pero si comparte su saber con la intención de ayudar a sus semejantes a ir alcanzando su mismo nivel, entonces la evolución sí será completa.
No escondáis la vela bajo el celemín, dijo un excelso Maestro, sabio y amoroso, seis siglos después. Porque su moral se basaba en que todos somos hermanos, y los hermanos se ayudan, sencillamente, sin compensaciones.
La excesiva complacencia con los propios méritos, el narcisismo del que habla Lao-Tsé, desembocan en prepotencia, la cual nos hace creernos superiores a los demás. Y nadie es superior a nadie. Todos estamos inmersos en el mismo camino evolutivo, y el hecho de que alguien destaque en un campo del saber no indica que lo haga en otro. Podemos ser maestros en algo, pero aún somos aprendices de mucho, y por ello más nos valdría aprender los unos de los otros, intercambiando conocimientos para hacernos progresar mutuamente; quizás así, tal progreso sería más rápido. Pero por el momento, esto no es posible. El atraso moral de nuestro planeta es evidente; el verbo ‘competir’ reina a sus anchas; nos enseñan desde pequeños a ser los mejores, a destacar sobre el resto, a veces sin importar si para ello pisoteamos a nuestro prójimo. Esta línea de pensamiento egoísta se ha mantenido desde tiempos remotos, a pesar de los numerosos filósofos y profetas enviados a la Tierra para darnos el mensaje opuesto… como Lao-Tsé. Pero el último profeta, al que hemos llamado Espiritismo, ha venido con más fuerza, porque no se trató de uno solo, sino de muchos; un profeta colectivo con el mensaje del verbo ‘compartir’ por bandera, en vez de competir. Y aunque pueda tardar, la sustitución de un verbo por otro acabará por llegar.
Hagamos para ello nuestra parte. Pongamos en práctica ante nuestros semejantes las enseñanzas de Lao-Tsé: sigamos con la propia instrucción y con la subsiguiente divulgación; gratis, sin pedir nada a cambio, solo por el placer de contribuir al progreso colectivo. Y por supuesto, como dicen tanto el espiritismo como el Tao, con la necesaria humildad a la hora de recibir sugerencias, comentarios, aportaciones de los demás… incluso críticas.
Lao-Tsé por: Jesús Fernández Escrich
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