ABRIENDO LOS OJOS

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Abriendo los ojos

Abriendo los ojos

En las múltiples vidas que el espíritu ha de recorrer para comenzar a vislumbrar un poco de claridad espiritual, la conciencia del ser se va ampliando con todo tipo de experiencias, positivas, negativas, traumáticas, dolorosas, enriquecedoras, nobles, elevadas, etc.

Es sin duda un proceso milenario, pues el alma del hombre, cuando encarna, pierde la conciencia de su ayer y solamente la intuición, la inspiración o los presentimientos le avisan conscientemente de su pasado y de su realidad inmortal. Conforme el alma va purificándose, la conciencia va aflorando del inconsciente profundo hasta el inconsciente, y de aquí, algunos pálidos reflejos llegan al consciente hasta que se convierten en certezas firmes y seguras cuando lo espiritual es despertado internamente.

Nuestro despertar espiritual puede producirse de muchas formas; a veces es el dolor el que nos lleva a la reflexión obligatoria de aquellos planteamientos que nunca nos hacemos por encontrarnos viviendo una vida placentera y de comodidades múltiples. Este es el sentido bendecido del sufrimiento humano, el aldabonazo, el aviso, la campana que a muchos les ha servido de acicate para comprender otras realidades distintas a la materia.

Cuando despertamos por el dolor es preciso investigar, resolver las dudas al respecto del sentido de la justicia o injusticia, pues de lo contrario corremos el riesgo de caer en la rebeldía, la desilusión y la negación de uno mismo, abandonándonos a todo concepto de sinsentido de la vida humana, propiciando un carácter agrio, violento, insatatisfecho y depresivo con todo aquello que nos rodea, incluso con aquellos que nos aman y desean nuestro bien.

Es pues muy importante que, si nuestro despertar se produce como consecuencia del sufrimiento moral o físico, rápidamente intentemos comprender las causas que lo han producido. Para ello, nada hay mejor que estudiar las leyes que rigen el proceso evolutivo del alma humana, donde una de sus primeras premisas es comprender la Justicia Divina. Cuando llegamos al convencimiento de esta realidad, nunca más buscamos culpables de nuestro dolor; entendemos a la perfección que las causas que lo han producido se encuentran dentro de nosotros mismos; generadas en la vida actual o en vidas pasadas.

Es precisamente la comprensión de esta realidad la que nos impele a ver la vida con otros ojos; diferentes a la desconfianza que se genera en nuestro interior cuando no entendemos las causas que producen el sufrimiento, creyendo en este último caso ser las víctimas de la suerte, el destino, la injusticia o la desigualdad.

Muchos hombres abren los ojos a la realidad del espíritu a través del sufrimiento propio. Tanto es así, que la ceguera de nuestra alma respecto a la comprensión de su efecto terapéutico y de las posibilidades que nos permite ver una nueva realidad a través del dolor, está a la orden del día. La mayoría de las personas, identificadas únicamente con el cuerpo físico y con las sensaciones que este experimenta, tienen enormes dificultades para vislumbrar nada positivo detrás del dolor. Para ellas sólo existe el aquí y el ahora, y lo único que precisan es conseguir el bienestar psicológico o la salud deteriorada que les está haciendo sufrir en este momento.

Pero también existen personas cuya conciencia despierta, no con el sufrimiento propio, sino con el ajeno. Uno de los mayores espíritus que encarnaron en la Tierra a lo largo de la historia de la humanidad se iluminó gracias a ello. Sidarhta Gautama, conocido como el Buda, descubrió la realidad de su espíritu inmortal y alcanzó la iluminación superior gracias al efecto que el sufrimiento ajeno produjo en su alma.

La base del pensamiento budista se resumen en la Cuatro Nobles Verdades que el Buda predicaba, y que hacen referencia a la existencia del sufrimiento, a su causa, a sus consecuencias y a la forma de encararlo. Comprendemos así que, si un espíritu de la grandeza de Buda se iluminó a raíz de descubrir el sufrimiento ajeno, el despertar de la conciencia humana es posible realizarlo en la comprensión de la realidad de la vida a través de los demás.

El otro ejemplo por el que nuestra alma puede despertar de la ignorancia milenaria y hacerle abrazar las verdades profundas de la vida, aceptando la inmortalidad, la causa primera (Dios), y la necesidad del progreso espiritual es el descubrimiento del Amor. Cuando el alma descubre el Amor auténtico, el verdadero, se produce en ella una catarsis, una auténtica revelación interior que hace que despertemos a una realidad oculta a nuestros sentidos pero inmanente en todo el universo. Esta revelación no es otra que la comprensión de que todo lo que existe está hecho por amor, fuente creadora de toda vida, de toda realidad, de todos los seres que pueblan el Universo físico y Espiritual.

Ese amor universal que emana del Creador impregna toda su obra,  aunque no somos capaces de vislumbrarlo en sus primeras etapas; el despertar de nuestra conciencia hacia el Amor permite que entendamos mejor todo lo que es eterno y tiene sentido. Es por ello que el máximo exponente del Amor, el Maestro Jesús, viene a descubrirnos en Reino de Dios en la Tierra en el interior de nuestros corazones. Esta es una de las mayores luces del alma que acaba con la ceguera espiritual de una conciencia adormecida que comienza a despertar a la vida auténtica, la del espíritu inmortal.

Así pues, por el dolor o por el amor es como realmente se progresa en los mundos en que nos encontramos reencarnando una y otra vez. Son los únicos método para despertar nuestra conciencia hacia el bien, la salud, el bienestar psicológico y espiritual que nos permite alcanzar la paz interior y el cumplimiento de nuestros deberes espirituales vida tras vida.

La ceguera del adormecimiento que sufre nuestra conciencia hasta que despertamos a la realidad de la vida superior -la vida del alma inmortal- condiciona nuestra vida actual y las vidas futuras. Si sufrimos todavía esta ceguera nos colocamos en el camino de la infelicidad para el presente y el día de mañana. Pero si la abandonamos y aceptamos el despertar de nuestra conciencia a los valores superiores del espíritu -el amor, la comprensión de la justicia divina, el progreso en el bien, etc. estamos iluminando en nuestra alma el camino de la felicidad y el amor al que todos estamos llamados antes o después.

Así pues, sólo depende de nosotros el despertar a la dicha que el Amor Universal nos tiene destinados.

Abriendo los ojos por: Benet de Canfield

©2023, Amor, Paz y Caridad

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