LA VIDA EN EL MUNDO TERRENAL (II)

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No nos dejemos arrastrar por la abulia, por el comodismo, que impiden el  avance del progreso. Tengamos en cuenta que, todos tenemos una meta a alcanzar, y que a esa meta (la perfección) hemos de llegar, ya voluntariamente, ya compulsoriamente.

 Conocemos ya que el progreso es ley de vida, implícito en la Ley de Evolución. Y aún cuando en el mundo espiritual también se progresa y evoluciona cuando el Ser espiritual así lo desea y se esfuerza en ello, ciertos aspectos de la evolución por ley han de efectuarse en el plano físico, que es un plano de resistencias, a fin de desarrollar las facultades del espíritu, por medio del trabajo y estudio en sus diversos aspectos, venciendo tentaciones y difi­cultades, superando las imperfecciones que arrastramos de nuestra vida animalizada, a fin de alcanzar las excelsitudes de la sabiduría, la fortaleza, la pureza y el amor, que es la meta de la reintegración espiritual.

 Así pues, aceptemos la vida que tenemos. No para permanecer iguales, sino para perfeccionarnos más cada día. El trabajo material o intelectual debe ser realizado siempre con buena voluntad y cariño, a fin de que sea agradable, tratando siempre de perfec­cionarlo. Y tras la diaria labor, olvidarlo para entregarse a otros aspectos de desenvolvimiento intelectual y moral-espiritual, a fin de capacitarnos para colaborar en la Obra Divina del progreso de los mundos.

 No ambicionemos la riqueza material, que no proporciona la felicidad, y sí acarrea muchos sinsabores y amarguras, y puede ser un impedimento para el progreso espiritual.

 Pues la riqueza y la vida holgada incitan a la complacencia de los instintos y las bajas pasiones, en tanto que, la vida laboriosa y sin ostentación, es camino seguro para el progreso espiritual.

 El trabajo y el estudio son factores evolutivos. El estudio es la base de la ciencia y avance de la civilización y de una vida mejor. Con el estudio aumentan los conocimientos sobre la vida, se dilata la inteligencia, se desarrolla la capacidad de raciocinio y comprensión, crece el deseo de superación, tornándose las percepciones mentales más nítidas, puras y espirituales.

 Felices aquellos que sienten atracción hacia el estudio y encuentran en él una forma de entre­tenimiento y de diversión, pues, a la vez que evitan los peligros del ocio, cultivan su talento y desarrollan su inteligencia.

 El trabajo, más que una necesidad material, constituye una necesidad moral. El trabajo no es en sí una condena social de los desheredados, aún cuando así muchos lo entienden, es el deber de toda persona sea cual sea su condición económica. Y limitar el trabajo a la sola condición de la ganancia, es egoísmo.

 Así como hay personas de fortuna que piensan tan sólo en ganar dinero, también hay ociosos que no piensan más que en sí y para sí, y de éstos, más entre los pobres que entre los ricos, lo cual es contrario a la ley de progreso. Y el trabajo realizado con cariño y atención, se convierte en un deporte, desarrollando las actitudes e inteligencia, necesarias para una mejor capacitación y progreso.

 Quien quiera ser feliz en su trabajo y progresar en el mismo, debe tomarlo, no como obligación que amargará su vida, sino con dedicación y cariño, poniendo en él todo su interés, tomándolo como un deporte, con lo cual el trabajo se convierte en un placer que favorece la salud física y psíquica, y prolonga la juventud, favoreciendo la longevidad. De lo contrario, el trabajo puede significar un tormento y retardamiento del progreso material y espiritual.

 Y aquellos que se resistan a admitir lo expuesto, argumentando que el trabajo desgasta y agota, deben conocer que, no es el trabajo propiamente el que cansa y agota sino, la actitud mental-emocional desacertada que se adopta cuando se toma el trabajo a disgusto, actitud ésta que produce una tensión perturbadora de gran consumo de energías.

 Necesario es también conocer que, las difi­cultades de la vida humana son necesarias para el desarrollo de la inteligencia y la voluntad, con las experiencias que permiten al espíritu desarrollarse y adquirir fortaleza, por lo que, es desacertado rebelarse contra ellas. Con la vida cómoda y fácil, la voluntad se ablanda y el ser espiritual se debilita. Mientras que, con la lucha, con el esfuerzo constante, se fortifica y crece. Y cuando liberado de la carne, el espíritu echa una mirada retrospectiva a su vida terrena, ve con agrado que cada una de esas difi­cultades fue una experiencia, una lección necesaria para su progreso y evolución.

SEBASTIÁN DE ARAUCO

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