EL VALOR DE UN IDEAL

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¿Cuántas veces no nos hemos interrogado sobre el motivo de la Vida? Sin duda, infinitas, quizás en algunas ocasiones por haber pasado momentos dolorosos o difíciles, tal vez por encontrarnos insatisfechos con las creencias o ideas que profesamos.

El saber dirigir nuestros pasos en una sociedad como la actual, entraña, sin duda, su mérito, y buena parte del éxito hay que dárselo a nuestras aspiraciones o ideas. En este sentido, el mismo Goethe decía: “Vivir sin un ideal es vivir a medias” Y no estaba muy alejado de la realidad, pues al igual que el viajero precisa de un mapa que le guíe hasta llegar al punto elegido, del mismo modo el ser humano necesita del faro que le dé luz ante las vacilaciones, pruebas y dificultades, que a no dudar, encontrará en su camino.

Sin ese ideal, nos limitaríamos a sortear los escollos sin un rumbo fijo, viviríamos el presente sin preocuparnos del porvenir, actuaríamos con la vista puesta en nuestra propia felicidad personal y probablemente no nos preocuparía la ajena. Resulta lamentable, pero así actúa buena parte de la humanidad, son muy pocos los que, careciendo o no de creencias espirituales, actúan de forma altruista para con sus semejantes.

Las doctrinas o ideales no son, ni mucho menos, una panacea que resuelve todos los problemas, son un punto de apoyo para toda persona interesada en mejorarse a sí misma en todos los aspectos de su personalidad, y resultan idóneos para adquirir un mayor conocimiento del mundo en el que vivimos, el por qué y para qué de la vida y el futuro del ser humano, todo ello en base a unos conceptos filosóficos, razonables, sensatos y lo suficientemente lógicos para ser admitidos.

La idea de un Creador que rige nuestros destinos, no resulta nada descabellada, aún incluso en este siglo XXI, pues todavía la infinidad de teorías sobre el origen de la vida, no dejan de ser meras hipótesis, tan respetables como cualquier otra, y se acercan más a la existencia de Dios, como energía creadora, que a su inexistencia. La misma lógica humana apunta que al contemplar un Universo perfecto y armónico hay que rechazar la idea del puro azar como origen del mismo y sí admitir la intervención de una Inteligencia Suprema. Decía La Bruyére: «La imposibilidad de probar que Dios no existe, es la mayor prueba de su existencia».

Las religiones, en todas las edades, han intentado acercar al hombre a Dios. En pos de este fin encarnaron grandes maestros, enviados y profetas que supieron con su palabra y ejemplo sembrar nobles ideales en el común de las gentes. El destino de nuestra humanidad sería otro si la mayoría hubiera seguido esos principios espirituales.

La existencia de una planificación espiritual es la causante de toda esa ayuda que se ha recibido, ¡no cabe otra explicación!, de otro modo, ¿cómo podríamos explicar que diferentes personajes, alejados en el tiempo y la distancia, hayan predicado los mismos postulados fundamentales, sino es a través de la existencia de una Inteligencia que sabiamente los coloque allá donde se necesite imprimir un nuevo impulso espiritual?

Y por supuesto, desde la Providencia Divina se siguen recibiendo conocimientos e ideas que continúan ayudando al ser humano en su evolución social, cultural y espiritual. Sin embargo, hemos de poner en movimiento nuestro discernimiento y capacidad de análisis para valorar toda idea que llega a nosotros, pues quizás alguna no sea todo lo positiva que parezca.

Encontraremos que existen infinidad de ideologías de todo tipo y que estas pueden satisfacer las necesidades e inquietudes de cualquier persona. Unas quizás llamen más a nuestra fe, otras al intelecto, hasta incluso alguna conjuguen razón y fe; aunque en todas ellas encontraremos un denominador común: la búsqueda de los valores transcendentes del ser humano.

La ciencia nos habla del mundo que nos rodea, de todo lo que percibimos con los sentidos físicos. La filosofía nos instruye sobre la realidad del espíritu y sus cualidades internas. Es deber de cada ser humano saber interrelacionar ambas, pues ellas le ayudarán a hacerse una idea más clara y real del por qué y para qué de la Vida.

No basta tener ideas, hay que vivir de acuerdo con ellas. Los hechos, y no las palabras, son los que demostrarán la utilidad o insensatez de nuestros ideales.

Que nos sirva como ejemplo el saber que todos los grandes hombres de la Historia han profesado nobles ideales, y que utilizando su voluntad lograron alcanzar los mayores logros personales y espirituales que podamos imaginar. En nuestras manos está seguir o no sus pasos, todo dependerá de las metas que deseemos alcanzar y del empeño que derrochemos.

F.M.B.

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