
El Espiritismo es ante todo una verdadera revelación que nos hace conocer el mundo invisible que nos rodea, y en medio del cual vivimos sin damos cuenta de ello; las leyes por que se rige, sus relaciones con el mundo visible, la naturaleza y el estado de los seres que lo habitan, y, por consecuencia, el destino del hombre después de la muerte. Lo que caracteriza la revelación espirita, es que el origen es divino, que la iniciativa pertenece a los Espíritus, y que la elaboración es el producto del trabajo y del hombre. (Allan Kardec.- EL GENESIS, cap. I. Caracteres de la revelación espirita.)
«La revelación espirita tiene un doble carácter a causa de su naturaleza: tiene el de revelación divina y el de revelación científica a un mismo tiempo. De la primera, en cuanto su advenimiento es providencial y no el resultado de la iniciativa y del designio premeditado del hombre, y que los puntos fundamentales de la doctrina son los hechos de la enseñanza dada por los espíritus encargados por Dios de instruir a los hombres sobre cosas que ignoraban, que no podían aprender por si mismos y que les importa hoy conocer, por estar ya preparados para comprenderlos.
Participa de la segunda especie de revelación, en cuanto esta enseñanza no es privilegio de ningún individuo, sino que es dada a todos por el mismo medio, y que los que la transmiten y los que la reciben no son seres pasivos dispensados del trabajo de observación y de investigación; que no hacen abstracción de su juicio y de su libre arbitrio; que no les está prohibida la comparación, y si, por el contrario, muy recomendada; y en fin, que la doctrina no ha sido dictada de una vez, ni impuesta a la credulidad, que es una deducción de la observación de los hechos que los Espíritus ponen a la vista de todos, y de las instrucciones que acerca de ellos dan: hechos e instrucciones que el hombre estudia, comenta, examina y compara, y que él mismo saca las consecuencias y aplicaciones.» (Obra cit.)
Esa condición primordial del Espiritismo, asigna un papel indisputable a los Espíritus en nuestra obra; por eso donde quiera que particular colectivamente se trabaja, allí aparecen uno o más Espíritus protectores, auxiliados por un núcleo de seres de ultratumba, cuyo número y elevación está siempre en razón directa de la moralidad de los encarnados y de la bondad de los fines que se proponen. Tan constante es este hecho, que hemos podido elevarlo a la categoría de verdad axiomática.
La revelación espirita, como ha dicho muy bien Allan Kardec, es de origen divino; pertenece la iniciativa a los Espíritus, y la elaboración es el trabajo del hombre.
En estos concisos términos se hallan perfectamente definidos los caracteres fundamentales del Espiritismo. El Autor de todo lo creado, el Infinito Absoluto y Absoluto Infinito, el Ser Supremo, que es Dios, se manifiesta en su obra, revelación permanente, hablándonos en todos los momentos en que el ser inteligente quiere contemplar la majestuosa Creación, sabia, perfecta, como producto de la Perfección absoluta; inescrutable, perfectible y progresiva con relación al ser que en el espacio y el tiempo ha de verificar el desarrollo de su esencialidad. Y se manifiesta también por medio de esas esencias o entidades que son el elemento activo del Universo.
De ahí la revelación constante, pero con caracteres de accidentalidad, debida a los Espíritus, colaboradores, más o menos conscientes en el gran concierto de los destinos y cumplidores más o menos poderosos, según su grado de adelanto, de las leyes eternas que a todo rigen.
Pero así como la Naturaleza permanece muda cuando se la interroga con inteligente y escudriñadora mirada, así el mundo de los Espíritus parece silencioso como las tumbas que guardan los restos materiales, si no le pregunta nuestra inteligencia leyendo en los hechos que son la manifestación de aquel mundo.
Ahora bien, esos hechos, efectos inteligentes, y por lo tanto, producto de una causa inteligente, deben su origen a los Espíritus, a los seres que han vivido en este planeta; pero permanecerían como letra muerta, si el hombre no aplicase la ciencia para llegar a su, conocimiento. Esos hechos, patrimonio de todas las edades y todos los países, no han sido hasta hace poco sometidos a la observación y analizados con el escalpelo de la razón; por eso el Espiritismo empírico existió siempre, y el Espiritismo científico data de nuestros días, levantándose sobre la antigua Magia, como sobre la Astrologia y la Alquimia se levantaron la Astronomía y la Química.
A la inmoderada pretensión de leer en los astros el secreto de los acontecimientos terrenos, sucedió el descubrimiento de las grandes leyes de la Naturaleza física, reveladoras del concierto universal y patentizadoras de la existencia del Supremo Hacedor; a la insensata idea de hallar la piedra filosofal, sucedió el principio del conocimiento de la estructura íntima de cuanto nos rodea; del mismo modo, a la práctica inconsciente de lo tenido por sobrenatural y a las absurdas creencias explotadas por el hombre para sumir a sus semejantes en la servidumbre y en la oscuridad, ha sucedido el descubrimiento de las grandes leyes del Mundo espiritual, como suprema base de la creencia racional que nos ha de rehabilitar en el orden moral, restableciendo el perdido equilibrio.
Esta es la misión del Espiritismo, que providencialmente se desarrollará, porque estriba en las leyes eternas a que todo está sujeto. Por eso reviste los caracteres que hemos señalado en estas consideraciones que hemos juzgado necesarias para satisfacer la natural ansiedad de aquellos que desean ir conociendo el resultado de nuestras investigaciones en el terreno de los fenómenos espiritistas.
D. ANTONIO TORRES SOLANOT
Artículo extraído de la obra «La Médium de las flores».