¿LA REENCARNACIÓN TIENE UN FINAL?

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¿La reencarnación tiene un final?

¿La reencarnación tiene un final?

 

P: “El número de existencias corporales ¿es limitado o se reencarna perpetuamente? R: Cada existencia es un paso en la senda del progreso. Cuando el espíritu se ha despojado de sus impurezas, ya no tiene necesidad de las pruebas de la vida corporal.”

Allán Kardec, L.E., ít. 168

Analizábamos el mes anterior algunas situaciones de las reencarnaciones en los mundos derivadas de las migraciones espirituales que los espíritus realizan. Esta reflexión nos confirma que las vidas sucesivas no son exclusivas del proceso evolutivo del planeta Tierra sino que se dan por todo el universo en un determinado y concreto tipo de mundos, donde sus humanidades precisan de las experiencias de la vida en la carne para adelantar y progresar hacia la plenitud a la que toda alma está destinada.

Sin embargo, si bien son miles de millones los planetas habitados que albergan mediante procesos de reencarnación el desarrollo de la evolución de los espíritus que en ellos habitan, también existen mundos habitados solamente por espíritus que no reencarnan debido a variadas circunstancias.

Algunos de ellos ya los mencionamos sucintamente en artículos anteriores; hay mundos que son escuelas de descanso e instrucción de espíritus ya  adelantados y que sirven de regeneración espiritual y de energías después de varias existencias en la carne en mundos difíciles y atrasados, que han exigido fuertes sacrificios y enorme desgaste por las misiones sacrificiales emprendidas por determinados espíritus.

Estos mundos son habitados espiritualmente y no tienen humanidades reencarnadas, sino que su población es únicamente espiritual, pero además de servir de cierto descanso y recapitulación de fuerzas a los espíritus que los habitan, al mismo tiempo les sirven de instrucción y preparación para nuevas metas que deberán afrontar en el futuro más inmediato. 

Estos espíritus que habitan estos mundos no están liberados de la reencarnación, antes al contrario, aunque ya estén bastante adelantados precisarán seguir reencarnando durante un tiempo determinado en diferentes misiones que les serán asignadas y que servirán para completar sus procesos evolutivos con cuerpo físico de manera definitiva. Serán sus próximas existencias las últimas reencarnaciones si son capaces de superar las pruebas que les quedan pendientes de vivir en la carne y que supondrán para ellos grandes desafíos y retos.

Y a partir de aquí, si logran superar todas las pruebas que les son presentadas y para las que se han preparado, es muy probable que no vuelvan a reencarnar, afrontando a partir de ese momento su adelanto y progreso únicamente como espíritus casi puros, sin precisar ya de ningún cuerpo nunca más, pues su estado de felicidad, inteligencia y plenitud estará cerca de la perfección relativa a la que aspiran.

Vemos pues, con este ejemplo, que la reencarnación sí tiene un final en el proceso evolutivo del alma humana. Y este viene determinado por el grado de adelanto conseguido. De tal forma que, cuando ya no es necesario bajar a incorporar un cuerpo físico, el espíritu tiene ante sí la infinitud e inmensidad del espacio universal para seguir desarrollando sin fin sus capacidades espirituales, sus grados de amor y sabiduría que le acercan a la angelitud; teniendo esta última como el estado de perfeccionamiento y acercamiento a Dios más excelso que podamos comprender.

P: ¿En qué se convierte el espíritu después de su última reencarnación? R: En un Espíritu bienaventurado, un espíritu puro”.

Allán Kardec, L.E. ít. 170

Desde ese momento, estos espíritus pasan a colaborar con la obra divina más directamente; penetrando en el pensamiento divino y gozando de la dicha de interpretarlo y ejecutarlo, se convierten en forjadores y constructores de mundos, en avatares dirigentes de sociedades y humanidades en los distintos planetas donde, gracias a experimentar parte de la grandeza de Dios, dirigen las nuevas humanidades que Dios crea incesantemente al estar permanentemente crean do nuevos espíritus ignorantes y sencillos que necesitan de las experiencias del progreso, de la reencarnación y de la evolución.

Esos espíritus puros y perfectos son los que guían las distintas humanidades que pululan por el cosmos, los que las alientan, los que las impulsan al progreso y al conocimiento del amor y las leyes divinas, los que procuran los sacrificios más extraordinarios, ofreciendo sus propios ejemplos para que sus tutelados reencarnados en los planetas que dirigen cumplan los ciclos evolutivos que las leyes de Dios determinan. Su único objetivo es trasladar el amor divino en el que vibran hacia los espíritus que tienen a su cargo.

De esta forma son capaces de cualquier proeza, y si para ello es preciso volver a reencarnar de forma excepcional para ofrecer un ejemplo y dar un impulso al adelanto de esa humanidad, lo hacen sin dudar, aunque lleven siglos sin hacerlo, aunque les suponga un enorme sacrificio de reducción vibratoria, de reconstrucción de un periespíritu nuevo del que ya prescindieron cuando dejaron de reencarnar, pues ya no les era útil. 

Este es el ejemplo del Maestro de Galilea, un ser angélico, el más perfecto que nunca llegó a la Tierra, liberado de la reencarnación desde tiempo inmemorial y ofreciendo su venida a la Tierra para impulsar a esta humanidad a la que ama, protege y conduce hacia estadios evolutivos de mayor progreso, plenitud, dicha y felicidad.

La reencarnación es pues una herramienta que usa la providencia divina para permitirnos avanzar en el progreso y adelanto espiritual, adquiriendo experiencias bajo nuestro libre albedrío, permitiéndonos rectificar nuestros errores, fortaleciendo nuestra fe en Dios y en la justicia de sus leyes, comprendiendo la causa del sufrimiento y la forma de enfrentarlo con dignidad. Pero la reencarnación termina cuando nuestra alma ya no la necesita para progresar. 

En algunas culturas y religiones orientales se denomina la “rueda del sámsara” a los ciclos de reencarnación en los que el alma se ve obligada a volver de nuevo a la Tierra, y para estas filosofías, cuando acaba esta rueda, se llega a la liberación del ciclo del nacimiento y de la muerte.

Cuando se termina esa etapa de progreso del alma, esta se encuentra ya en la plena conciencia de su realidad inmortal sin obstáculos que le impidan su crecimiento hacia Dios y la plenitud de sus capacidades. Y a partir de este momento sus cualidades, percepciones y recursos se elevan exponencialmente, al no verse sometidas a la cárcel que todo cuerpo supone para el alma cuando reencarna. 

Es entonces cuando, liberada de toda imposición y con sus capacidades espirituales en expansión continua y permanente, el alma va ampliando la iluminación alcanzada hasta estados incomprensibles para nosotros. Estados que le permiten vibrar en el amor divino, acompañar el pensamiento divino y colaborar en la construcción del universo físico y espiritual bajo la pulsión de la planificación divina.

¿La reencarnación tiene un final? por: Antonio Lledó Flor

©2022, Amor, Paz y Caridad

“La vida del espíritu recorre las fases que observamos en la existencia corporal, pasando del estado de embrión al de infancia y madurez hasta el estado de adulto que es la perfección; con la diferencia de que en la vida del espíritu no hay decrepitud como en la vida corporal. Difiere también en que su existencia, que tuvo un comienzo, no tendrá fin…, debiendo pasar por una serie de existencias en distintos mundos,… representando para él oportunidades de progreso” 

Allán Kardec, L.E. ít. 191a

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