Causa y justicia
Entre todas las importantes reflexiones que esta ley de las Vidas Sucesivas nos permite realizar, sin duda ninguna la que más poderosamente llama la atención es la cuestión filosófica y ética que tiene que ver con la explicación lógica que ofrece la Reencarnación acerca de “las desigualdades humanas”.
Es precisamente la ignorancia de las causas de las desigualdades las que llevan al hombre a negar a Dios y su justicia en numerosas ocasiones. Sin embargo, el conocimiento que la reencarnación junto con la ley de causa y efecto nos ofrece, aclara de forma cristalina, diáfana y ecuánime muchas cuestiones que no tendrían ninguna lógica ni razón de ser si no se contemplara la reencarnación como una ley incluida en las leyes del progreso o evolución del alma humana.
Es por ello que en este resumen final ya no hacemos referencias a los antecedentes históricos, las evidencias científicas o los argumentos filosóficos que hemos venido desarrollando durante estos últimos 23 meses de desarrollo de esta sección. Todo ello ya quedó explicado en los artículos anteriores y, a riesgo de olvidar algunas cosas, consideramos que lo más importante ya está dicho y argumentado.
Nos interesa pues terminar esta sección haciendo una llamada de atención a la importancia de comprender esta ley universal como una herramienta que Dios coloca para que el alma humana pueda progresar intelectual y moralmente en sus primeros estadios evolutivos de camino a la plenitud y la felicidad a la que todos estamos destinados.
Bien es cierto que no todas las cuestiones que tienen que ver con las desigualdades humanas, las aflicciones, las enfermedades o el sufrimiento tienen que ver con el pasado reencarnatorio. Hay muchas consecuencias que padecemos que son fruto de nuestra imprudencia, nuestras pasiones desordenadas, nuestros abusos y excesos en la vida actual, y que tales comportamientos tienen sus consecuencias a medio y largo plazo.
Sin embargo, la gran mayoría de las aflicciones graves, los sucesos importantes que nos acontecen y los retos y obstáculos que la vida nos presenta tienen que ver con las pruebas y expiaciones que nosotros mismos hemos proyectado antes de encarnar y que abarcan una doble función, a saber: por un lado nos sirven para probarnos y adelantar en el camino del progreso, superando y fortaleciendo nuestra alma inmortal; y por otro, nos sirven de expiación en muchas ocasiones para saldar las deudas contraídas con la ley de causa y efecto que, esculpida en nuestra conciencia, nunca podemos abstraernos de cumplir.
Y si por casualidad optamos por fugas psicológicas (adicciones, drogas, suicidios, etc.) para no afrontar esta realidad de reparación y ajuste ante las leyes de Dios, lo único que hacemos es posponer la solución del problema para más adelante, agravando sus consecuencias, al no haber enfrentado la realidad que necesitamos superar y que es la mayor necesidad espiritual que tenemos como espíritus inmortales destinados a la perfección.
Sabiendo con certeza que las leyes de Dios se encuentran inscritas en nuestra conciencia y que nadie escapa de sus propios actos, procrastinar o posponer la solución de los mismos lo único que nos aporta es sufrimiento para hoy y un esfuerzo mucho mayor el día de mañana, cuando debamos enfrentar el problema en peores condiciones que las actuales al no haber aprovechado la oportunidad que se nos ha brindado.
La reencarnación nos ayuda a comprender todo esto y muchas más implicaciones que tienen que ver con nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. Es necesario entender que la causa de todo lo que nos ocurre se encuentra dentro de nosotros mismos; somos el agente que opera en la realidad que vivimos mediante nuestro libre albedrío, sea en el mundo físico con un cuerpo o en el espacio como espíritus, una vez dejamos el cuerpo y regresamos al mundo espiritual.
Entender el sentido profundo de esta ley universal de las Vidas Sucesivas, la importancia que tiene para nuestro adelanto, la explicación que nos permite comprender una Justicia Divina, perfecta, igual para todos, sin arbitrariedades ni excepciones, es sin duda un bálsamo para la mente que se rebela ante la injusticia aparente que se nos presenta tan a menudo cuando estamos reencarnados.
Así pues, si las causas principales de las desigualdades, las enfermedades, las tragedias, el sufrimiento y las aparentes injusticias se encuentran no solo en el presente sino fundamentalmente en el pasado, convendremos en dar la importancia que tiene el conocimiento profundo de lo que esta ley de la reencarnación implica, y con ello la necesidad de estudiarla en profundidad para comprender mejor qué somos, cómo debemos actuar y qué debemos esperar de nuestra vida en la Tierra.
Sepamos pues que nadie escapa a la reencarnación, crea o no en su existencia; toda alma necesita de experiencias para crecer y progresar, para adelantar intelectual y moralmente, y por ello le es preciso comenzar el camino de la evolución simple e ignorante cuando Dios la crea y tiene la primera experiencia humana como espíritu reencarnado, en el planeta que le corresponda.
Las leyes espirituales son iguales en todo el universo; y en los miles de millones de planetas habitados que tienen un nivel de progreso como la Tierra los espíritus progresan bajo sus condiciones específicas, pero todos sometidos a la regulación de estas leyes perfectas de la reencarnación y causa y efecto de las que venimos hablando.
Como hemos hecho durante estos artículos y capítulos anteriores, nos gusta definir la reencarnación como una herramienta al servicio del alma humana que le sirve de oportunidad de reparación y de ascensión.
La reparación viene dada por la necesidad de corregir y saldar los errores cometidos en vidas anteriores y de los cuales nos hemos arrepentido en el espacio antes de volver, y la ascensión es el impulso que toda alma tiene en su interior de avanzar y evolucionar siempre, desarrollando las cualidades latentes que alberga en su interior y que no son otras que las cualidades divinas en potencia que Dios colocó en nosotros cuando nos creó y que debemos desarrollar, como la semilla termina por dar un árbol frondoso con flores y frutos.
Sepamos que la ley de las vidas sucesivas es mucho más que una ley que a todos afecta de una u otra manera, es también una expresión de la misericordia y el amor divino, que nos permite progresar en menos tiempo al sumergirnos en la carne durante un periodo corto de años para enfrentar los objetivos y retos de nuestro progreso y elevarnos hacia los valores superiores del espíritu que todos llevamos en nuestro interior y que, queramos o no, algún día resplandecerán con brillo y excelsitud.
Es la reencarnación la que nos permite adelantar en mayor medida en la Tierra que cuando estamos en el mundo espiritual y somos plenamente conscientes de nuestra realidad inmortal; pues es en la carne cuando tenemos un cuerpo físico el momento de demostrar lo aprendido con anterioridad y trabajar en nuestro propio adelanto espiritual alcanzando mayores niveles de conciencia, amor y solidaridad.
Hago hincapié en la solidaridad porque no basta solo con trabajar nuestro interior; Dios nos ha colocado juntos para que progresemos ayudándonos los unos a los otros, y solamente de esta forma se adelanta adecuadamente. El anacoreta que se aísla del mundo tiene un mérito limitado si no es capaz de entregarse a su prójimo, pues en la acción de ayudar al semejante, comprender sus problemas, ponernos en su lugar y entender que nosotros mismos hemos podido recibir la ayuda en otras vidas por parte de otros, encontramos el sentido profundo de la solidaridad, pero sobre todo de la fraternidad.
Pues todos somos hijos de un mismo Padre, Dios creador, causa primera e inteligencia suprema, y por ello ese Maestro de Galilea, todavía incomprendido a pesar de los dos mil años transcurridos desde su venida, nos dijo: “reconoceréis a mis discípulos porque se aman los unos a los otros”.
Con la humildad que lo caracterizaba y su amor hacia toda la humanidad, y especialmente a los más desheredados, no se cansó de predicar la esperanza en el porvenir con la llegada del “Reino de Dios” en los corazones de los hombres. Para ello daba las explicaciones oportunas, y entre ellas repetía constantemente:
“Para entrar en el Reino de los Cielos es necesario nacer de nuevo”
Causa y justicia por: Antonio Lledó Flor
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