Normalmente se suele admirar a las personas pacientes por la perseverancia que muestran en su actitud, porque no se rebelan ante situaciones que, por lo general, llevan a la mayoría de nosotros a romper con las mismas ya que no sabemos soportarlas.
La paciencia es una gran virtud que estriba en saber soportar los infortunios, saber tolerar las incomprensiones, saber esperar aquello que se desea, sufrir con resignación trabajos molestos y pesados, etc… de la manera más callada y pacífica. La paciencia es lo opuesto a la ira, y es un gran freno que, junto a la prudencia, nos ayuda a controlamos, a pensar dos veces las cosas, y a saber sufrir con abnegación incluso experiencias que no nos corresponden.
Paciencia es también dar tiempo para que se puedan suceder los acontecimientos en el momento oportuno y más idóneo. Los seres humanos somos en muchas ocasiones por inercia impacientes, queremos las cosas ya, nuestros defectos nos hacen incluso impulsivos, inconscientes, atrevidos, imprudentes, y nos llevan a cometer errores, y también a perjudicar a terceras personas, a las que debíamos haber ayudado dándoles el tiempo que necesitaban para alcanzar sus objetivos.
Todas estas circunstancias se subsanan con una buena dosis de paciencia sabiendo esperar a que por su natural se produzcan los acontecimientos necesarios para poder realizar aquello que se anhela. Muchas veces solemos decir, ¡qué paciencia hay que tener! Efectivamente hay situaciones en las que hay que tener mucha paciencia, saber controlarse para no dejarse llevar por la emotividad o por nuestro fundamento, con lo cual agravaríamos la situación o podríamos dar motivo a mayor controversia.
Trabajando con paciencia y perseverancia se pueden conseguir grandes resultados. El progreso espiritual, es en muchos aspectos, un trabajo de paciencia, de ir sembrando, de ir superándonos en el esfuerzo por comprender mejor la vida, a las personas, que todo aquello que vamos haciendo debemos ir puliéndolo, eso sí con las ideas claras y tratando de caminar con pasos certeros.
Una actitud de paciencia nos ayuda mucho en nuestro progreso interior, sobre todo a la hora de no discutir, de no emitir juicios y opiniones infundadas, y a no dejarnos llevar por las apariencias. Esto es muy importante, ya que hacemos en nosotros un trabajo de autocontrol y de análisis de las situaciones que nos puede ofrecer una visión muy clara de las experiencias que vivimos, ayudándonos a darle a cada hecho su significado, llegando así a conclusiones acertadas. Mientras que si nos dejamos llevar por arrebatos de ira incontrolados, agravamos las situaciones aportando pocas soluciones.
Una actitud de paciencia cobra una importancia mayor cuando se ha venido a la Tierra a realizar un trabajo en conjunto, y también cuando se ha venido a ayudar a determinadas personas con las cuales estamos unidos y tenemos por misión ayudarles a cumplir con el compromiso que a su vez ellas han traído. ¿Por qué es esto así? Porque normalmente la persona que viene a ayudar tiene una visión muy clara de lo que hay que realizar, y la forma de hacerlo, y se lo transmite a los demás, pero éstos por sus entorpecimientos y defectos que traen les cuesta mucho verlo, y también porque se rebelan ante lo que hay que hacer, es por esto que se ha de tener mucha paciencia para poder ayudar a algunas personas con las que se ha venido comprometido, y no hay que echarlo todo a rodar porque cueste alcanzar ese momento en que todo empiece a funcionar y se vea que se están consiguiendo los propósitos que se persiguen.
Como vemos es importante la paciencia, porque no se puede forzar a nadie, ni tampoco se deben forzar las situaciones, ya que esto lleva a que se hagan las cosas sin comprenderlas y esto sirve de muy poco. Ser paciente es darnos una oportunidad más a nosotros mismos, y a su vez nos capacita para ser lo suficientemente indulgentes y comprensivos para darles otra oportunidad a los demás.
Siempre se ha dicho que la prisa no es buena consejera y es cierto. La persona prudente es paciente y con el trabajo constante, aunque le resulte penoso y costoso, pone toda su voluntad y su fe al servicio de su progreso adquiriendo una férrea voluntad y un espíritu disciplinado que le guiará en el transcurso de su vida. Mientras que el imprudente se torna impaciente, con lo cual no se hace consciente de muchas situaciones y deja pasar por su lado infinidad de ocasiones, que podía haber aprovechado en pro de su adelanto.
Un ejemplo de paciencia nos lo está transmitiendo continuamente nuestro Padre Amoroso, que viendo la sucesión de errores que cometemos, viendo tanta torpeza con la que tropezamos continuamente, sin atinar por el camino más acertado para nuestro progreso, nos da uno y otro día, una y otra vida, para que vayamos haciéndonos conscientes del estado en el que estamos y podamos corregir los fallos para bien nuestro. Esto mismo es lo que hemos de hacer con nuestros compañeros y amigos, ayudarles a caminar, tendiéndoles la mano cuando sea necesario y dejarles bien patente que pueden contar con nosotros para lo que necesiten.
Fermín Hernández Hernández