LA INFANCIA

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El tema elegido para abrir esta nueva sección es de una gran trascendencia para todos los espíritas de hoy, porque estamos refiriéndonos a un sector de nuestra sociedad que dentro de unos años recibirá el «testigo» de la responsabilidad de nuestro mundo, nos referimos, claro está, a la infancia.
 

Sabemos, gracias al Espiritismo, que la niñez es una etapa en la vida de un espíritu encarnado que le sirve como «reposo», debido a las imperfecciones de sus órganos, y por otro lado, como nos indica la codificación: «le hace más accesible a las impresiones que recibe y que pueden cooperar a su adelanto, al cual deben contribuir aquellas personas que están a cargo de su educación» (pregunta. nº 383, Libro de los Espíritus).

 
Los niños se caracterizan generalmente por su impresionabilidad, por una sensibilidad y ternura que atrae a los adultos, por una inocencia que les hace ver la vida desde una óptica mucho menos complicada que la de los mayores, aunque el germen de sus rasgos del pasado, sean virtudes y defectos, muy pronto comienzan a manifestarse.
 
Esta es la etapa de observación y la imitación. El niño es curioso por naturaleza, observa todo lo que le rodea, le gusta saber, indagar, averiguar el porqué de las cosas. También imita a los adultos o compañeros en aquellas cosas que consideran que pueden realzar su personalidad y que le hagan parecer más mayor, o simplemente por el mero hecho de copiar unas actuaciones porque no conoce otras distintas.
 
No podemos olvidar también, el concepto que suelen tener los niños de los padres y personas más allegadas, para ellos la conducta que observan es muy respetable y digna de seguir debido a la valoración tan alta que tienen de los mismos. Sin embargo, cabe matizar que no todos los niños están en las mismas condiciones ni en el mismo grado de preparación espiritual; en ocasiones son una fuerte prueba para los padres por su constante rebeldía y por una serie de tendencias negativas, en ocasiones permitidas por los padres, al no actuar correctamente ni prestarles la debida atención para tratar de corregirlas.
 
Todas las características anteriormente expuestas nos hacen observar, tal y como nos indica la doctrina espirita, de cuál es la verdadera dimensión y responsabilidad de los adultos con respecto a los más pequeños, un compromiso que no atañe sólo a los padres y educadores, sino a todas aquellas personas que conviven con ellos, sean parientes o amigos.
 
La sociedad materialista de hoy día enfoca sus esfuerzos para proporcionar una educación meramente intelectual y profesional al niño, para que el día de mañana pueda «competir» en la vida y se abra un hueco en la sociedad que satisfaga todas sus necesidades materiales. Es obvio que la preparación intelectual y profesional es importante, pero una buena educación moral y espiritual es la que debe de primar en todos aquellos que nos llamamos espíritas. Como dice un refrán: «un ejemplo vale más que mil palabras», la conducta ejemplar debe ser el principal objetivo de los adultos, ya que como anteriormente hemos expuesto, el niño es un observador nato, no podemos permitirnos el lujo de fallarle, ya que tenemos una responsabilidad asumida antes de encarnar, principalmente los padres respecto a los hijos. 
 
El niño ha de aprender a compartir, a ofrecer a los demás, a ser responsable y respetuoso con todos sus semejantes, a no temer a la muerte por la certeza que debe de tener en la vida espiritual, y no encontrarse con el mal ejemplo que ofrecemos a veces los adultos mostrando una tétrica imagen de dolor al perder a algún ser querido, provocando confusión y quedando fuertemente grabado en la mente impresionable del niño.
 
Durante la etapa infantil los educadores deben estudiar las tendencias e inclinaciones que traen del pasado, para poco a poco ir corrigiéndolas, tratando de incentivar todo lo bueno que poseen. A veces, una corrección a tiempo nos puede librar de no pocos disgustos, ya que si permitimos que las tendencias erróneas se arraiguen en el pequeño, más tarde resultarán difíciles de corregir, por lo tanto, la observación diaria de sus actuaciones es muy importante. 
 
Además, es muy conveniente crear un buen clima a su alrededor, el niño es por naturaleza bastante alegre, tratemos de incentivar esa alegría generadora de energías positivas, compartamos con ellos el tiempo y tratemos de ser verdaderos amigos para que puedan depositar su confianza en nosotros. Procuremos mantener la armonía, porque un ambiente desarmónico crea en ellos enormes dificultades para que puedan desenvolverse con normalidad.
 
Para concluir recordar la necesidad de que los adultos evitemos las discusiones y enfrentamientos en su presencia, porque lo que los niños ven es lo que copian y podríamos desarrollar cierta agresividad en ellos. Y ante todo mostremos una verdadera imagen de coherencia en nuestras palabras y acciones, para que nuestros anhelos de progreso espiritual sean transmitidos a ellos; en su mayoría espíritus con una preparación espiritual superior a la nuestra, ya que han de ser los forjadores de esa Nueva Humanidad que se avecina. ¡No podemos fallarles!
 
 
José M. Meseguer
© Amor, paz y caridad 2014
Los niños son el recurso más importante del mundo y la mejor esperanza para el futuro.

John Fitzgerald Kennedy (1917-1963) Político estadounidense.

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