La indulgencia, que consiste en perdonar y echar un velo sobre las faltas de nuestros semejantes, es uno de los mayores deberes que debemos observar siempre como verdaderos cristianos que queremos llegar a ser. La doctrina de nuestro maestro Jesús hace hincapié en ello en diversas formas: “No juzguéis y no seréis juzgados” “Perdona a tus enemigos ” “Devuelve bien por mal”, “No miréis la paja en el ojo ajeno ”, “Reconcíliate con tu adversario”, etc.., es decir que esta cuestión ocupa un lugar preferente en la lista de deberes y obligaciones que nos invita a practicar la doctrina del evangelio, y que también el espiritismo amplía y aclara consecuentemente.
Para practicar con éxito la indulgencia es necesario estar imbuido de un sentimiento de caridad y de piedad hacia el prójimo, y también ser consciente de que cuantas experiencias nos ocurren en la vida están destinadas a poner a prueba nuestros valores morales y la convicción que tenemos en la reforma interior que ha de ser una constante a lo largo de nuestra estancia en la Tierra.
Quien es consciente de que ha de aprovechar al máximo las experiencias y pruebas que la vida en la Tierra nos proporciona y se ha propuesto progresar al máximo poniendo en práctica los conocimientos espirituales, tiene en su haber como herramientas de trabajo todas las virtudes morales para aplicarlas en el momento necesario, que es cuando surge una necesidad determinada y cuando en nosotros se produce esa lucha interior en la cual hemos de vencer nuestros defectos y limitaciones para obrar lo más acorde a las enseñanzas que nuestro Maestro Jesús nos legó, con su ejemplo.
Soportar las faltas, ofensas, agravios, etc… no es sólo un deber, sino que además hemos de ser capaces de olvidarlos, para que en nosotros no haya ni un ápice de rencor, resentimiento o cualquier otro tipo de sentimiento negativo de aversión o rechazo hacia esa persona y no nos veamos imposibilitados de obrar hacia ella con nobleza de sentimientos y como lo haríamos con la debida naturalidad y con un sentimiento cristiano. Es más, la doctrina de nuestro Maestro Jesús nos habla de devolver bien por mal, lo cual nos está diciendo que hemos de ganarnos a esa persona para que comprenda que no le deseamos ningún mal y tenemos también el deber de hacerle comprender con toda benevolencia y delicadeza si ha incurrido en alguna falta hacia nosotros para que pueda reconocerlo y no repetirlo.
Si actuamos faltándoles de la misma forma que se nos pudo faltar a nosotros no hacemos más que echar más leña al fuego y en lugar de “reconciliamos con nuestro prójimo”, como se nos ha enseñado, nos alejamos de él, distanciándonos también del camino que se nos ha marcado para nuestro mejoramiento.
La indulgencia nos obliga a no practicar la maledicencia, a no practicar la crítica destructiva, a no deteriorar la imagen de una persona, al contrario hemos de aprender a saber guardamos de divulgar las faltas y defectos de los demás, paliándolas y empequeñeciéndolas, siendo esta una forma de demostrar la amistad que deseamos profesar y reprimiendo así el instinto que nos sale de destruir y de hacer daño a nuestros semejantes. Hemos de ver sus cosas buenas y positivas y procurar que estas las desarrolle aún más, dejando a Dios que el día de mañana le juzgue por sus obras negativas y pueda darle una existencia para que se regenere de todo ello.
Sólo Dios conoce los sentimientos de cada uno de nosotros y puede reprendemos para que nos corrijamos.
No ganamos nada divulgando a los cuatro vientos los defectos de los demás, sino que podemos llegar a herir y hundir a una persona. No, nuestro deber es siempre el de ayudar y esto lo haremos si nos es posible, haciéndole entender que está estancado en el camino del progreso debido a que no es consciente de sus faltas.
Otra cuestión es que una persona, en perjuicio de todo un conjunto, practique el mal en cualquiera de sus formas y esto no cause más que perjuicios propios y ajenos, entonces es justo que para evitar males mayores, quien esté dotado de autoridad moral pueda reprenderlo para hacerle comprender el error en su actitud y comportamiento y pueda corregirse, pero esto siempre ha de hacerse sin faltarle al respeto, con una sana intención y mostrándole un deseo sincero de ayuda.
Nuestro interés ha de ser siempre el de progresar, sin fijarnos en lo que hacen los demás, nuestro modelo ya sabemos cuál es y es ese el que hemos de ir comprendiendo mejor día a día y acercamos a él. Si hacemos sólo bien a quienes nos lo hacen a nosotros no hacemos nada, estamos demostrando un egoísmo. Es necesario que demostremos que somos capaces de elevamos por encima de nuestras limitaciones e imperfecciones y que somos capaces de devolver bien por mal, única manera de hacer que las relaciones entre las personas mejoren y que todos se avengan al bien y al respeto mutuo, tolerancia y convivencia en paz y en verdadera fraternidad.
Apliquemos siempre la máxima de ser indulgentes con los demás y severos con nosotros mismos y empezaremos a andar por el camino del progreso a pasos agigantados, a hacer el bien por doquier y a acostarnos todos los días con la conciencia tranquila de que no tenemos nada en contra de ninguno de nuestros semejantes.
Fermín Hernández Hernández
© Amor, paz y caridad