La esperanza, cómo no, es otro de los muchos valores humanos que toda persona lleva consigo. La esperanza está implícita en nuestra personalidad, como lo está la piel y los tejidos, parece que no se la ve pero yo creo que no hay ningún ser humano que no albergue alguna esperanza, porque si no se tiene esperanza en algo es como si estuviéramos muertos, nos falta algo.
Nos falta el aliento de vivir. De vivir no precisamente para uno mismo, sino de vivir también para los demás, para ver de qué manera nuestros hijos, vecinos, nuestros pueblos, con sus industrias, el mundo entero progresa, solucionando sus problemas, sus diferencias, etc., etc.
Hay personas en esta vida que viven con la esperanza de ver la alegría en otros, el entusiasmo, la paz, el perdón, quizás porque ellos ya lograron sus proyectos, o porque el objeto de su vida está tan dedicado hacia los demás que su esperanza es la esperanza, el ansia de vivir de sus semejantes.
Un padre puede que no tenga ninguna ambición personal, pero se desvive por sus hijos, por ellos trabaja, por ellos se preocupa, los educa, etc., para que fruto de toda una vida de dedicación pueda un día verlos íntegros, seguros de sí mismos, capaces de triunfar. Esa esperanza es la que les mantiene vivos, ilusionados, es el sentido de su vida, una vida de ejemplo, de esfuerzo, digna y honrosa. No digamos de aquella madre que sólo tiene en el mundo a un niño entre sus brazos, a la que el horizonte que se le presenta es de dolor, de lucha, de sacrificio, pero el amor hacia ese niño hijo suyo, la esperanza en darle un porvenir, una vida digna, le hará posible salvar los obstáculos y dificultades y asimismo, la esperanza será la base sobre la cual construya su futuro y edifique su personalidad.
De este modo podríamos encontrar infinidad de ejemplos que nos señalan que vivir sin esperanza no es vivir, es abandonarse uno a sí mismo, es no valorar el tesoro que es la vida.
Hoy más que nunca es momento de abrigar infinidad de esperanzas, porque se están derrumbando muchísimos esquemas, porque aparecen nuevos factores a los que hay que encarar desde un frente común: enfermedades, catástrofes, niveles de miseria jamás sospechados en vísperas del año 2.000, luchas fratricidas entre pueblos hermanos, invalidez demostrada de sistemas políticos, económicos, etc.
La humanidad de hoy día tiene, como podemos sentir en nuestra propia piel, mucho que aprender de sí misma, del pasado, del presente y del futuro, porque tiene sencillamente que aprender a vivir en comunidad, en paz y armonía, sin diferencias, con la única política predominante por encima de todas las demás del perdón, de la tolerancia y de la ayuda mutua y recíproca. Lo que no tiene un país o un pueblo, lo tiene otro, al igual que con las personas pasa con los pueblos o los estados, ninguno es imprescindible y todos son necesarios.
Pero a nadie se le puede forzar u obligar, a nadie se le puede transformar en otro que no sea él mismo. El edificio de la estructura humana se construye individualmente, son las experiencias, el dolor y la alegría, el éxito y el fracaso, el amor y el desamor, las pruebas y las vicisitudes, mejor o peor asimiladas las que nos forjan y van definiendo a cada individuo.
Triste es que las experiencias de unos no nos sirvan de ejemplo, de modelo de aprendizaje para otros que aún no hemos llegado a ese lado del camino, porque entonces la humanidad se podría evitar muchos trastornos y sufrimientos innecesarios, y la pena no es que no sirvan, sino que no las sabemos aprovechar.
Por esto es preciso armarnos de fe y esperanza en un mañana que se acerca a pasos agigantados, sin previo aviso pese a estar largamente anunciado. Un mañana radiante, esplendoroso, fulgurante, cargado de ventura, de candor, de realización feliz y desenvuelta por los senderos del bien, de la regeneración par a par entre mundo e individuo, en paz y armonía.
Pero un mañana que no vendrá sin demoler este hoy, y lo aniquilará por antagónico, por cruel y malvado, por egoísta, por su propia esencia materialista y destructora de esperanzas.
De aquí que cuanta más desolación y desamor se nos caiga encima, mayores dosis de esperanza y de entusiasmo hemos de poner para contrarrestar toda esa campaña maligna que se cierne sobre el planeta y que parece imparable, porque recordando a nuestro buen amigo José Fernández:
Nuestro Padre Amoroso y Celestial contempla a nuestra humanidad desde dentro de ella, no desde fuera, y sabe lo que está pasando, pero aguarda como el herrero ese momento en el cual el metal alcanza las condiciones para ser modelado y darle su forma definitiva. Esa es nuestra fe y esperanza, mientras tanto no contemos el tiempo, este pasa fugaz, lo interesante y transcendente es fortalecerse sobre esa convicción y que nuestra metamorfosis alcance la más inimaginable belleza, la de convertimos de demonios que somos por nuestra imperfección, en ángeles por la pureza de nuestros sentimientos e intenciones, entonces estará el trabajo enorme justificado y recompensado, el dolor olvidado y gozaremos la felicidad de habernos mantenido fieles a nuestros objetivos de perdón y de sacrificio, de lucha contra el mal y entrega al semejante, sean cuales fueren las circunstancias bajo las cuales nos tocó vivir.
El que espera desespera
pero quien no espera no alcanza:
piensa como quien no espera
y obra teniendo esperanza.
MARIANO AGULLÓ