INMORTALIDAD Y CRISTIANISMO

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Inmortalidad y Cristianismo

Inmortalidad y Cristianismo

 

“Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe”

Pablo de Tarso

Esta frase resume el pilar fundamental de la teología cristiana en la corriente paulina del primer siglo del cristianismo. Para Pablo, y a la postre la mayoría de los seguidores de la corriente cristiana que él construyó y que terminó por imponerse al resto de los cristianismos primitivos de los primeros tres siglos, la importancia capital de la inmortalidad de Cristo al resucitar es lo que otorga auténtica carta de naturaleza al movimiento cristiano.

Sin la resurrección de Jesús, no es posible construir un edificio basado en la esperanza del porvenir, el consuelo para los afligidos, los pobres y desheredados, la superación de la muerte y la continuidad de otra vida mejor en el más allá. Y el hecho de su resurrección y aparición durante cuarenta días después de su muerte a tantas personas en diferentes lugares, es el mejor ejemplo acerca de la inmortalidad del alma que el Maestro de Galilea predicó durante su vida y ejemplificó después de su muerte.

De ahí que fuera considerado como “el vencedor de la muerte”, y que esta realidad de su resurrección en “cuerpo espiritual glorioso”, como explica Pablo, sea el basamento más fuerte del cristianismo. Porque si algo hay que explicar al respecto de la inmortalidad de Jesús, no es sólo la aparición a los discípulos, a las mujeres, a los caminantes de Emaús o a los quinientos que lo vieron materializarse en luz y gloria en el valle cerca de Galilea antes de su partida; sino también cómo se produjo tal hecho, que lejos de ser ningún milagro, obedece al conocimiento de las leyes espirituales que nos permiten entender las materializaciones del alma, y que son leyes naturales que rigen en todos los ámbitos de la vida humana.

“Todas las narraciones que hablan de estas apariciones aluden a fenómenos visuales, “ver con la mente”, “percibir interiormente”. Se refieren sin duda a un Jesús espiritual y “no corpóreo”. Y así mismo concibió Pablo la resurrección de los muertos, no como un cuerpo de carne y hueso sino como transformado en un cuerpo celestial, diferente al terrenal”. Prof. Javier Alonso – Filólogo, Historiador y Biblista.

Es precisamente la forma en que supera la muerte y la coloca como ejemplo para todos, y no sólo para sí mismo, con esta frase pronunciada durante su paso por la Tierra: “Yo soy resurrección y la vida, el que crea en mí, aunque muera, vivirá”. Está invitando a seguir sus pasos y afirmando al mismo tiempo que la muerte no existe para aquel que es capaz de seguir su código ético-moral de amor al prójimo y perdón de las ofensas.

Son más que evidentes las certezas acerca de la resurrección de Jesús en cuanto al hecho de que esta se produjo en cuerpo espiritual y no en cuerpo físico. No sólo los primeros testimonios escritos, los más antiguos las cartas de Pablo que son incluso anteriores a los evangelios canónicos, sino que incluso posteriormente, durante los primeros tres siglos, muchas corrientes cristianas de distinto signo aceptaban esta cuestión sin ningún tipo de duda.

Solamente tiempo después, cuando la teología cristiana pretende divinizar a Jesús y hacerle pasar de hombre a Dios es cuando se instala por conveniencia el dogma de la resurrección de la carne, que con anterioridad en ningún momento fue usado ni aceptado por los primeros seguidores de Jesús, judío heterodoxo, que nunca pretendió crear iglesia alguna y que respetaba las normas judías como hombre de su tiempo, pero que vino a traer un nuevo enfoque ampliando, y no derogando, la ley de Moises.

Con el conocimiento que nos ofrece la filosofía y ciencia espírita de Allan Kardec (*) se nos presentan los fenómenos psíquicos divididos a su vez en fenómenos anímicos (del alma) y mediúmnicos (producidos por un espíritu). Es muy fácil comprender que Jesús pudo presentarse ante sus discípulos y otros muchos como una materialización de su cuerpo periespiritual, lleno de luz y esplendor, reflejando así su vibración amorosa casi angélica y su elevada energía y magnetismo.

Habiendo dejado su cuerpo en la tumba y desprendido del cuerpo material después del considerable tiempo de transición de horas o pocos días, un espíritu puro de su condición controla a la perfección las energías de su mente y cuerpo periespiritual, presentándose allí donde quiere y bajo la forma que desea, para cumplir de esa manera la profecía que el mismo realizó de que resucitaría al tercer día.

Así pues, cumple su palabra, se presenta después de su muerte a sus seguidores y con ello refuerza hasta tal punto la fe de todos ellos que, arrepentidos por haberle abandonado en el momento de la muerte y el sacrifico de la cruz, adquieren la certeza y el coraje suficiente para esparcir la “buena nueva” que significa la palabra ‘evangelio’.

Desde el punto de vista de la ciencia, la resurrección de la carne es imposible, pues cuando un cuerpo humano muere, la cualidad principal que lo animaba (principio vital) se retira, y el pensamiento, que es la característica principal del alma humana, se marcha con el espíritu tan pronto los órganos dejan de funcionar.

Dicho esto, hemos querido abordar la inmortalidad desde el punto de vista de la resurrección, porque es Jesús el ejemplo más claro de la historia que haya vencido a la muerte y proclamado la inmortalidad del alma, antes de su fallecimiento predicándola y después de su muerte en la cruz con su propio ejemplo.

A este respecto nos gustaría ampliar este conocimiento con algún ejemplo notorio de alguna de las actividades de Jesús después de su muerte. Cuando se presenta ante los dos viajeros de Emaús, estos no le reconocen en principio, pues su “materialización espiritual” no presenta los rasgos principales de su martirio, y solamente se dan cuenta cuando él comparte el pan con ellos y entonces “se deja ver” (modifica su periespíritu) en las marcas periespirituales sufridas por los clavos de la cruz.

También es relevante la historia de aquello que realiza Jesús tan pronto despierta del tránsito y la turbación. Es significativa esta historia, pues contrariamente a lo que la historiografía nos presenta, Judas era uno de los discípulos más amados por Jesús.

La muerte de Judas por suicidio se produce antes de que el Maestro sea sacrificado y Jesús lo siente especialmente. Tanto es así que, cuando se desprende espiritualmente de su cuerpo después de su martirio, lo primero que hace por amor es bajar y sumergirse en las esferas espirituales donde se encuentran los suicidas a fin de rescatar el alma de Judas y llevarla consigo a otro lugar donde pueda recibir un auxilio mayor. Este acto de grandeza, perdón y caridad con aquel que le traiciona, es el reflejo significativo del elevado nivel de amor en el que vibraba este enviado de Dios a la Tierra para demostrar la inmortalidad del alma y ejemplificar como nadie la verdad de la vida del espíritu humano.

El vencedor de la muerte nos trae el mensaje de esperanza de la inmortalidad y nos recuerda la importancia de valorar la vida en su justa medida como una oportunidad inigualable de progreso y adelanto, a fin de seguir avanzando con paso firme en busca de la plenitud y la felicidad a la que todos estamos destinados.

Inmortalidad y Cristianismo por: Antonio Lledó Flor

©2023, Amor, Paz y Caridad

“Jesús se apareció a Cefás y después a los doce; después se apareció a más de quinientos hermanos de una sola vez: la mayoría viven todavía; después se apareció a Santiago y a los apóstoles y al final de todos, como a un aborto, se me apareció a mí”. Pablo de Tarso – Corintios 1 – 54 .d.C.

(*) Consultar “Manifestaciones Visuales” en El Libro de los Médiums Cap. VI

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