¿Es el individuo la finalidad de la sociedad o un mero instrumento de ella?
Si nuestra contestación a esta pregunta es creer que somos instrumento de la sociedad, deberemos renunciar a nuestra libertad e individualidad y trabajar para la sociedad. Pero si pensamos lo contrario, la sociedad no debería imponer sus patrones de conducta y sí transmitir el sentido de libertad a todos aquellos que forman parte de la misma.
Desde la época del pacto social y posteriormente el contrato social (Siglo XVIII), en el que se aceptó la renuncia a una parte de nuestra libertad individual para poder convivir en sociedad y beneficiarnos todos de la estructura del estado, las leyes han intentado regular la convivencia marcando límites.
Pero como es bien sabido, las leyes son imperfectas, muchas veces injustas y en otras ocasiones hasta represivas o castradoras de la libertad del ser humano. Son necesarias para la convivencia en paz, pero ni así pueden garantizar la misma, como vemos a diario en todo el mundo en sociedades que, no carentes de legislación, se encuentran en guerra.
El dilema hay que trasladarlo desde la norma (leyes) al individuo (actor social), que es el que, con sus pensamientos, sentimientos y acciones moldea la realidad y conforma la sociedad en base a la acción de relacionarse con los demás. No obstante, la auténtica realidad es que al final, la sociedad casi siempre acaba por absorber al individuo. Ante esto, cabe preguntarse ¿qué podemos hacer si queremos seguir manteniendo nuestra libertad, nuestra individualidad y no caer sometidos ante las costumbres, modas, convencionalismos y manipulaciones perniciosas de las ideas políticas o de otra índole?
Sin duda, cualquier cambio social que se pretenda ejecutar debe partir desde el interior de la persona. Esto se demuestra fácilmente puesto que la sociedad tiende a ser estática, no promueve el cambio, no facilita la revolución interna del individuo que daría lugar a la transformación externa de la sociedad.
El observador perspicaz se da cuenta de que la estructura actual de la sociedad se está desintegrando rápidamente, y todo ello ocurre porque la sociedad impone una educación, una estructura social en la que nos convertimos todos en imitadores del patrón que se nos indica como correcto, sea este social, religioso, político, etc. No hay espacio para nuevas estructuras, para nuevos cambios que logren crear nuevos paradigmas de valores y edificar sobre nuevos cimientos más sólidos, más fraternos, más igualitarios y más justos.
Esta tarea puede hacerse si se produce la revolución interna que muchos individuos ya están llevando a cabo en sus vidas; no obstante todavía hoy persiste el culto al líder; la creencia de que los que nos dirigen pueden cambiar las cosas. Nada de esto último es cierto. El cambio no viene de arriba hacia abajo, sino desde el interior de la persona hacia los demás, en la relación continua que tienen los individuos y que es la base de la sociedad. Una relación que, debido al esfuerzo personal por alcanzar mayor libertad individual y de conciencia, irá conformando las nuevas relaciones en base a mayor fraternidad y solidaridad.
En contra de lo que pueda parecer a simple vista, el liderazgo es un factor de desintegración social, como lo es también el conformismo, la comodidad y la imitación, que nos hace aceptar los patrones existentes, rígidos, estáticos y que no pretenden modificar nada en absoluto; pues los que los diseñan y los imponen son los mismos que se benefician del sistema únicamente para su egoísmo personal.
La lucha por la libertad individual, la libertad de conciencia, la libertad de pensamiento y de acción, se ve amenazada cuando caemos en este conformismo malsano, en la imitación de los patrones «políticamente correctos», en la trampa del «pensamiento único». El ser humano no es únicamente un «animal social», es sobre todo y por encima de todo, un ser trascendente, inmortal, capaz de modificar con su pensamiento, su conducta y su actuación, cualquier estructura social si se lo propone. Ejemplos en la historia hay numerosos en ese sentido.
«Una sociedad que priorice la igualdad por sobre la libertad no obtendrá ninguna de las dos cosas. Una sociedad que priorice la libertad por sobre la igualdad obtendrá un alto grado de ambas.»
Milton Friedman – Economista e Intelectual Norteamericano
Abramos los ojos al respecto; vayamos rescatando nuestra libertad de pensar, de actuar y de sentir realizando esa revolución interna por mejorar, por ser diferentes, por afirmar nuestra personalidad en base a las leyes de la justicia y la fraternidad. Esta última es la cualidad más importante de todo contrato social; es la que nos equipara a todos iguales, como hijos de Dios, como seres eternos, en permanente evolución y cambio, en constante transformación.
Sea cual sea nuestra perspectiva; considerar la inmortalidad del ser como el elemento clave de la evolución humana abre nuestra visión de la realidad: nos proyecta por encima de las sociedades y las civilizaciones, abre nuestra mente hacia la realidad de nuestro destino inmortal y nos impele a trabajar por el bienestar y la felicidad de nuestros semejantes. Además nos otorga la paz interior que precisamos al actuar con una conciencia recta, con sentido del deber y con el trabajo incesante por ser una de las partes que contribuyan con su revolución interna y su transformación moral, al mejoramiento de la sociedad en general.
La sociedad actual está en crisis y desmoronándose en muchos aspectos; pero existen otras, estables y seguras, justas y solidarias, como las que se desarrollan en planetas más avanzados que este al que pertenecemos. Y precisamente, el inicio de la descomposición social, es la antesala de hacia dónde nos dirigimos: un nuevo orden social al que llegaremos a no tardar; cuando después del derrumbe de esta sociedad se produzca el cambio de ciclo planetario que llama a la puerta para la construcción de nuevas civilizaciones. Renovadas sociedades que permitirán al hombre equilibrar su esfuerzo personal con el colectivo, a fin de lograr la sociedad de la nueva era, en el que todos juntos aportemos nuestro esfuerzo en la misma dirección.
Esta visión del individuo, como ser pensante, ser inmortal y trascendente, nos hace colocar a la sociedad en el lugar que ocupa: el marco de las relaciones que facilitan las experiencias múltiples que, vida tras vida, necesita el hombre para progresar.
«Las bases espirituales de la sociedad son eternas; en cambio, todas las fuerzas sociales, políticas y económicas son transitorias.»
Nicolás Berdiaeff – Filósofo Ruso
Las sociedades son casi siempre el reflejo de las conductas de los individuos que las forman, e incluso las legislaciones son igualmente el espejo de las conductas morales o inmorales, justas o injustas, que predominan en la sociedad. Si el individuo cambia y efectúa la revolución interna de la que hablamos, la sociedad cambiará con él indefectiblemente.
Somos responsables de este cambio, pues a nosotros nos ha tocado vivir aquí y ahora; deberíamos pues preguntarnos:¿qué hago yo por mejorar la sociedad de la que formo parte? ¿cuál es mi actitud hacia los que me rodean?¿de qué forma puedo contribuir con mi esfuerzo de renovación y reforma interna para mejorar mi entorno social? ¿Es lícito emplear cualquier método para cambiar la sociedad, o únicamente es válido el que propugna nuevos valores, nuevos cimientos, nuevas estructuras basadas en la solidaridad, la igualdad y la fraternidad?
Si contestamos honestamente y con responsabilidad a estas preguntas, estaremos en el camino del cambio, de la transformación, demostrando con ello no sólo nuestras miras de buen entendimiento para con el prójimo, sino también nuestra madurez psicológica al aceptar la parte de la responsabilidad que nos corresponde.
Si por el contrario nos dejamos llevar por la comodidad, siendo dóciles al pensamiento que se nos inculca, al líder que promete la felicidad, a las ideas que nos mantienen atados al inmovilismo y a la educación coercitiva que nos impele a no pensar; estaremos contribuyendo firmemente al mantenimiento de una sociedad injusta, insolidaria e infame que potencia los valores del egoísmo y la renuncia a la libertad personal.
Antonio Lledó Flor
©2015, Amor,paz y caridad
«Si la base de las relaciones sociales fuera el amor, tendríamos orden, paz y felicidad entre nosotros»
Jiddu Krishnamurti, Filósofo y Pensador