HERENCIAS INCONSCIENTES

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Herencias inconscientes

Hábito y Comportamiento

“Cada cual se distingue en las costumbres por la virtud y por el vicio”. 

Aristóteles

Como comprobamos por esta frase que encabeza este escrito, el gran filósofo discípulo de Platón daba una enorme importancia a los hábitos del ser humano, e, identificándolos con las costumbres, afirmaba que era fácil distinguir a la persona analizando sus hábitos, ya que tanto el vicio como la virtud son hábitos del comportamiento humano que nos diferencia y nos distingue.

En la actualidad, la moderna psicología viene constatando la importancia de los hábitos en el desarrollo y comportamiento del ser humano. Es lo más natural que en el aspecto interno y biológico de la persona factores como la hereditariedad, las glándulas de secreción interna y otros, unidos a factores externos como la educación, la sociedad, la epigenética, etc., condicionan la formación de hábitos que generan distintas conductas.

Sin embargo, es siempre el alma inmortal, en este caso encarnada, la que transfiere de una vida a otra sus características y hábitos principales. Estos residen en su inconsciente profundo y forman el acervo ancestral de sus experiencias pasadas, que muchas veces le permiten crecer y progresar en la vida y en otras ocasiones le retienen o retrasan en los estados perturbadores a los que las tendencias pretéritas le inducen si no sabe controlar esos impulsos negativos de sus pasiones descontroladas o vicios arraigados.

La importancia de todo esto para la dicha o infelicidad del ser humano es mayor de lo que suponemos, pues con numerosa frecuencia, estas “herencias inconscientes” que afloran nos conducen a comportamientos equivocados y erróneos, donde tomamos decisiones que pueden agredir a otros o a nosotros mismos al dejarnos llevar por esos impulsos que dan rienda suelta a nuestro hábito pernicioso, y de cuyas consecuencias en forma de retribución dolorosa no podremos escapar.

“Parece que no queda duda de que todos somos hasta cierto punto víctimas de las neurosis del hábito… muchas veces impedidos de avanzar a causa de las barreras impuestas por las costumbres ancestrales”. 

William James – Psicólogo y Filósofo

La buena noticia es el hecho de que, en base a nuestra voluntad y libre albedrío, siempre vamos a tener la oportunidad de decidir por nosotros mismos en libertad si así lo queremos, aunque para llegar a tener esta capacidad necesitamos primero encontrar alguna respuesta.

Para ampliar nuestra capacidad de discernimiento que nos permita distinguir mejor si nuestros hábitos son adecuados y de qué forma podemos cambiarlos, deberemos entender cómo funciona la mente humana en sus dos funciones principales: la razón y la inteligencia. La primera nos proporciona el discernimiento para elegir los hábitos saludables que nos estimulan al progreso espiritual y favorecen nuestra felicidad.

Cuando escogemos el hábito de pensar, nos acostumbramos a discernir con mayor facilidad, podemos igualmente reconocer nuestros errores y transmutar los hábitos negativos por los positivos de signo contrario.

“La regla de oro del cambio de hábito: no puedes extinguir un mal hábito, solo puedes cambiarlo”.

Charles Duigg

Si caemos en la comodidad de no pensar, de no ejercer la cualidad de nuestra razón e inteligencia, nuestra capacidad de discernimiento disminuye y se atrofia. Cuando confundimos el placer con la felicidad, cometemos el error de dejarnos llevar por lo inmediato: “lo queremos todo y lo queremos ya”. Y si nuestra mente está dominada por estos apegos externos que no dan más que placeres efímeros y nunca la dicha interior, caemos en una perdida de desarrollo de nuestra conciencia superior (el auténtico yo espiritual), dando más fuerza a la conciencia superficial que supone el desarrollo de la personalidad y no de la individualidad que representa la conciencia del espíritu.

Cuando nos encontramos en ese estado, toda nuestra atención se encuentra volcada en las metas y deseos materiales, generando un desinterés manifiesto por las cosas trascendentes y espirituales. Para conseguir la vuelta a la recuperación de la conciencia superior, necesitaremos de tres elementos que nos permitan establecer la unión entre el yo superior (espíritu) y la conciencia superficial en la que tenemos depositadas nuestras expectativas. En primer lugar deberemos mantener la atención observando nuestra realidad, a continuación deberemos ejercitar la concentración que nos ayude a fijar las ideas en las cuestiones trascendentales del alma, y por último deberemos ejercer la meditación para completar el equilibrio, consiguiendo al mismo tiempo la unificación de nuestros dos hemisferios cerebrales.

Precisamente, hablando del cerebro, está ya por la neurología que una forma  concreta de pensar que se repite por hábito crea una serie de rutas y caminos entre las neuronas que se ven fortalecidas y potenciadas. Esto supone que nuestro cerebro, espejo de nuestra mente, sigue alimentando y nutriendo, cada vez con más fuerza, la manera en cómo pensamos y sentimos, afectando no sólo al desarrollo neuronal, su salud o enfermedad en función de la naturaleza de nuestros pensamientos, sino forjando hábitos mentales que condicionan nuestra capacidad cognitiva y de razonamiento.

“Nada hay más fuerte que el hábito”.

Ovidio – Literato Romano, s. I

Precisamente, además de los hábitos, existen igualmente otras herencias inconscientes relacionadas que hemos de destacar. La primera y principal es la memoria automática. Relacionada íntimamente con la frecuencia y la repetición de las acciones mentales que generan hábitos, se forma una memoria  que comienza a funcionar de forma automática.

Tan importante es esto que, cuando somos capaces de discernir lo bueno de lo malo, lo correcto de lo incorrecto, creamos esas rutas cerebrales y las memorias archivadas en nuestro inconsciente aparecen automáticamente, llevándonos a la madurez afectiva e intelectual. Esto nos lleva al encuentro con nuestro ser interno, a la identificación plena con nuestro yo superior, ampliando nuestra consciencia profunda y alejándonos de la superficialidad.

La conciencia, cuando queda condicionada, asume la forma del hábito”.

Deepak Chopra – Escritor

Muchas otras herencias inconscientes aparecen en nuestro comportamiento del día a día sin que apenas nos demos cuenta. Reflejos condicionados, estados mentales saludables o perturbadores, estados emocionales tóxicos o sublimados, automatismos varios, tendencias elevadas o autodestructivas, vicios inconfesables, pasiones disolventes, etc..

Todas, absolutamente todas están grabadas en nuestro inconsciente profundo, que es responsable de la mayoría de nuestros comportamientos y conducta ante la vida así como de los reflejos emocionales y morales del individuo. Solamente despertando nuestra conciencia y superando las etapas y estados que esta presenta, seremos capaces de volver consciente lo inconsciente y dominar completamente nuestra conducta.

Analizaremos más adelante los estados de conciencia por los que solemos transitar los seres humanos y que van desde el estado de “dormir con sueño” al estado de “conciencia plena”. No es por casualidad que se afirma que la conquista de la conciencia es un desafío que supone un esfuerzo para neutralizar los impulsos automáticos, hábitos perniciosos y del instinto que nos permita llegar a la reflexión, el discernimiento y la lucidez acerca de la realidad.

Por último, hemos de afirmar que sólo existe un “agente y causante” de las herencias inconscientes, de los hábitos, de los automatismos, de la conciencia profunda, etc., y este no es otro que el espíritu humano que recorre de forma milenaria las eras y las reencarnaciones, guardando celosamente sus experiencias en el inconsciente, que nunca se pierden y pueden aflorar en cualquier momento.

Es el principio inteligente que somos, el alma inmortal que constituye nuestra naturaleza, porque nuestro cuerpo es transitorio y perecedero y que se encuentra en la Tierra para adelantar en el camino del progreso rumbo a su felicidad futura.

Herencias inconscientes por: Antonio Lledó Flor

©2023, Amor, Paz y Caridad

“Siembra un pensamiento, cosecha una acción; siembra una acción, cosecha un hábito. Siembra un hábito, cosecha un carácter; siembra un carácter, cosecha un destino».  

Stephen R. Covey

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