En cierta ocasión escribí de mi experiencia en lo referente a la comunicación con el mundo espiritual. Entonces hablé de cómo tuvo lugar aquella, cinco años después de la desencarnación de mi padre y las enseñanzas que obtuve de él.
Con el paso del tiempo fui adquiriendo más conocimientos propiciados por mi madre, y sobre todo por don Julio, médium y gran conocedor de la doctrina; gracias a él pudimos aprender, pues como he dicho ya, carecíamos de libros. Eran unos tiempos bastante complicados, consecuencia de la Guerra Civil Española. El espiritismo, al igual que otras creencias, estaba prohibido, y por ende también los libros sobre esta temática: solo teníamos un ejemplar del “Evangelio según el Espiritismo” que, debido al título, teníamos que ocultarlo, pasándolo de unos a otros clandestinamente, tal y como eran nuestras reuniones.
En aquellos tiempos, nuestros hermanos espirituales, haciendo gala de la más excelsa caridad, se comunicaban con bastante asiduidad; como he dicho, eran tiempos difíciles y nosotros necesitábamos mucho de sus consejos y dirección; las almas estaban traumatizadas y no podían permitir que malos pensamientos nos desviaran de nuestro camino; así, acudían a nosotros en nuestra ayuda. Yo aprendí que los espíritus no están a nuestro capricho y que, para ser atendidos por ellos, deben vernos humildes; deseosos de aprender, cuando verdaderamente los necesitamos; pero ante todo, sumisos a la voluntad de Dios.
Es lógico, y sobre todo humano, el deseo de comunicar con aquellos que ya no están con nosotros, pero por eso mismo los espíritus vienen con gusto a enseñarnos que no siempre es posible; hay múltiples razones para ello; nosotros los espiritistas lo sabemos, y así lo aceptamos.
Todo lo que ahora sé y que entonces también sabía, con el paso del tiempo se fue diluyendo en mi memoria, y de nuevo comencé a sentirme un tanto impaciente: transcurría el tiempo y no teníamos ningún contacto con papá: el recuerdo de aquella primera y única vez me empujaba al deseo de volver a tener una nueva oportunidad; ya tenía dieciocho años y había dejado de ser oyente y observadora; ahora tomaba parte en los trabajos que se hacían y me sentía capacitada para, llegado el momento, hacer la gran pregunta: ¿Existe la posibilidad de contactar con quien fue mi padre en la Tierra? Y, llegado el momento, la hice.
La respuesta que recibí fue una nueva lección que jamás he olvidado:
–Querida hermana. Sabes que no siempre podemos satisfacer nuestros deseos, aunque los consideremos legítimos, y por diversos motivos. En este caso, debo decirte que este hermano por el que clamas tiene misiones más importantes que cumplir; piensa en ello. No obstante, tengo un mensaje de Él para vosotras: «Os reitero todo mi amor y mi compromiso de que siempre estaré a vuestro lado.»
Por unos momentos no supe qué contestar. Todos me miraban y solo dije: -Perdóname. Pensaré en ello.
Y pensé; ¡claro que lo hice! Me di cuenta de que, en todo aquel tiempo transcurrido, yo no había tenido una necesidad tan perentoria como para que mi padre o cualquier otro hermano espiritual tuviera que acudir en mi auxilio. Aprendí la lección para siempre.
Debemos ser más humildes, no somos tan importantes y debemos entender que hay mayores causas que atender. El trabajo y la lucha son nuestros y solo debemos contar con su ayuda cuando sea realmente necesario. ¡Y cuántas veces nos ayudan sin que ni siquiera nos demos cuenta!
No hay que ser impacientes; la rueda de la vida no deja de girar, y cuando llega al final y traspasamos la gran puerta, si hemos cumplido lo mejor posible con nuestros compromisos, tendremos toda una eternidad para hablar con nuestros seres más queridos, y aun con muchos otros.
Por último, quiero deciros, queridos hermanos que leáis estas experiencias mías, que hay un consejo, el que me dio mi padre aquella única vez, que jamás he olvidado:
“No dudéis jamás de la bondad de Dios”
Experiencia espiritual de una espiritista por: Maria Luisa Escrich
(Guardamar, 2015)