(Viene del nº anterior)
El estado emotivo producido por la ansiedad, y también por la impaciencia, generan una tensión que incide y turba la facultad raciocinativa de la mente e impide su normal funcionamiento.
La persona dominada por una ansiedad, produce en si un torbellino vibratorio que afecta la mente en el grado de esa ansiedad. Y que, además del desperdicio de energías psíquicas y nerviosas, tan necesarias en esta época de prisas y tensiones ambientales; la ansiedad sostenida puede generar angustias, que es un estado aflictivo doloroso, y que puede conducir al desaliento, al abatimiento y desesperación, y hasta puede arrastrar al suicidio o al crimen. Y en el menos malo de los casos, amarga la vida y va deteriorando la salud, así como un prematuro envejecimiento, debido al deterioro en las células del organismo físico, causado por el desequilibrio nervioso y funcional, consecuencia de mantener esos estados desarmónicos y perturbadores. También la angustia puede conducir a una neurosis que amargará la vida del afectado, así como la de aquellas personas que con él o con ella convivan, si no controla esa tendencia con el poder de la Mente.
Múltiples pueden ser los motivos de la ansiedad, como múltiples y variados son los temperamentos y condiciones humanas. Pero el principal, es la impaciencia con que nos enfrentamos a las vicisitudes de la vida.
La falta de serenidad y calma (que pueden ser adquiridas) al enfrentarse a los problemas de la vida diaria, pueden producir en la persona un estado de impaciencia de intensidad variable; pero, siempre en consonancia con el grado de susceptibilidad y. emotividad de la persona.
La impaciencia nos conduce a las precipitaciones en las actuaciones, y con ello a cometer errores de diversa índole, errores que pueden ser motivo de mortificaciones posteriores; y lo que es peor, de acciones desacertadas que pueden retrasar el proceso evolutivo del espíritu.
Toda impaciencia, así como la ansiedad, es una falta de control sobre la emotividad. La función de la facultad emocional, es generar energía productora de entusiasmo, tan necesario en toda realización humana. Porque, el entusiasmo en sí mismo, es una energía psíquica capaz de poner en acción las facultades de la mente. Pero, cuando esa energía no está controlada por la razón, puede llegar a generar una fuerza psíquica devastadora.
Concluiré este breve análisis, llevando a vuestra comprensión la necesidad del control de la emotividad, para poder dominar los impulsos, las reacciones impulsivas tan perjudiciales en la vida de relación y para el progreso espiritual.
Nosotros que conocemos ya la necesidad de la superación como medio de progreso; que conocemos ya, que la felicidad no se obtiene gratuitamente, sino que hay que conquistarla por el amor y la superación de las imperfecciones; que sabemos ya, que las imperfecciones humanas y las bajas pasiones son impedimento de progreso y felicidad; por vuestra felicidad y progreso, es preciso que observemos constantemente nuestras reacciones, pensamientos, sentimientos y deseos, que conforman la conducta.
Y de ese modo podremos conocernos a nosotros mismos. Busquemos lo que de esos aspectos pueda haber en nosotros y expulsémoslos, a fin de librarnos de los resultados dolorosos de sus consecuencias.¡No seamos víctimas de nuestras imperfecciones! Dirijamos conscientemente nuestra propia vida, a fin de que ella sea más agradable y de progreso.
Ante cualquier preocupación, incomodidad, apuro, contrariedad, ansiedad, etc.; esforcémonos en mantener la calma.
Pongamos en práctica esa palabra mágica referida en una lección del primer curso: ¡CALMA! ¡CALMA! ¡CALMA!
Comencemos de nuevo a ponerla en práctica pronunciándola o mentalizándola, lentamente, en toda oportunidad indicada, con perseverancia. Y de ese modo, se grabará en la mente inconsciente (de los automatismos) creando el hábito, que nos ayudará a superar los aspectos perjudiciales referidos.
No nos dejemos dominar por la abulia y la dejadez. Ponerlo en práctica desde ahora mismo y perseveremos; y muy pronto nos sorprenderemos por los buenos resultados.
Sebastián de Arauco
La perseverancia es la virtud por la cual todas las otras virtudes dan fruto.
A. Graf