He querido dedicarle un segundo artículo a este tema por dos razones, primera para hacer más hincapié sobre él, dada la importancia que merece, y segunda porque se puede profundizar mucho más en su desarrollo.
Hay algunas preguntas que en general casi todos nos planteamos, una de ellas le fue formulada al Maestro Jesús por sus discípulos con respecto al número de veces que hemos de perdonar. Entonces se le acercó Pedro y le preguntó: ¿Señor, cuántas veces he de perdonar a mi hermano si peca contra mí? ¿Hasta siete veces? Dícele Jesús: no digo yo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. (S. Mateo, 18,21-23). Esto nos da una cifra de 490 veces, no obstante, está claro que esta es una cifra simbólica, porque lógicamente quien ha sido capaz de perdonar este número de veces ya ha adquirido lo más importante que es la facilidad para controlar sus instintos, sus emociones y sus pasiones, para dejar paso en todo momento a la parte positiva que todos llevamos dentro y que con amor y voluntad somos capaces de sacar para no dejamos llevar por la ira, sino por la comprensión y la caridad en los momentos más difíciles de nuestra vida, al pasar por determinadas pruebas o experiencias.
El buen hábito de perdonar, impide con su práctica que seamos capaces de guardar rencor o malquerencias hacia alguien, porque nos vamos dando cuenta que con ello no ganamos nada, al contrario, perdemos seres queridos, perdemos felicidad para nuestra vida humana, perdemos energías que las desviamos hacia otros cometidos, y lo que es peor, perdemos oportunidad de progreso y luz espiritual para nuestra alma de la que estamos tan necesitados.
Debemos sacar la conclusión de lo dicho anteriormente, de que hay que perdonar cuantas veces sea necesario, hasta que la otra persona decline su actitud al comprobar nuestra firmeza de carácter que permanece inmutable e inalterable a sus objetivos, y la fortaleza moral que nos va enriqueciendo cada vez que intenta arremeter contra nosotros, y el gesto de hermandad y afecto con el cual le respondemos. «Si uno no quiere dos no pelean», nos enseña el refranero español, pero es que además debemos hacerle ver la inutilidad de su actitud con la que no hace presa en nosotros. Ante un gesto de maldad: un gesto de bondad, ante la intransigencia: flexibilidad y tolerancia, ante la envidia: generosidad, etc. etc.; esta es la forma de ganar a los adversarios, mostrar que no van a extraer ningún resultado positivo puesto que no logran alterar nuestra firmeza y fortaleza de carácter, porque no seguimos su juego, añadiendo leña al fuego, entonces llega un momento, tarde o temprano, en el que deponen su actitud, en un instante se sienten ridiculizados, comprenden que han perdido el tiempo, y es entonces cuando es posible la reconciliación, porque ya no queda ningún motivo para seguir la contienda, porque comprenden la lección que han recibido y se sienten incluso en deuda moral con la otra parte, y el pago no es ni más ni menos que estrecharse en un abrazo de regocijo y empezar una nueva página en el libro de la vida.
Por eso es preciso perdonar tantas veces como sea necesario, porque de ese modo, cuando llegue ese momento esperado, por un lado se ve que la puerta la tienen abierta, puesto que siempre hubo el gesto de perdón, y la esperanza es clara, y por otro, porque se ha extinguido por completo el deseo de perjudicar, ya no quedan fuerzas para seguir, ni excusas para continuar así, queda sólo lugar para el reencuentro, para hacer brotar la amistad sincera.
Por otro lado, de qué serviría perdonar una o diez veces y luego darle paso al rechazo, o al rencor, sería el primero un trabajo inútil y no demostraríamos que habíamos perdonado de verdad, con autenticidad, sin reservas, porque si lo hubiéramos hecho en adelante nada podría alterar nuestra condición.
Hay personas que pueden venir a la tierra a recibir el ejemplo del perdón, porque ésta es la forma de reblandecer sus espíritus y darles qué pensar, hacer que se miren hacia sí mismos para encontrar la respuesta a muchas preguntas que quizás hace siglos se están haciendo, y cuya respuesta está en cambiar su carácter, y por ello vienen próximos a un número de espíritus amigos que quieren ayudarles, que les van a perdonar sus faltas una y otra vez, hasta que se extingan sus deseos de maldad y despierten para la vida espiritual poniendo todas sus fuerzas y sus cualidades en el trabajo de su perfeccionamiento y de ayuda hacia los demás. Fijémonos lo importante que esto es para un espíritu en su trayectoria, y que lo podemos conseguir aprendiendo a perdonar y superando las pruebas que se nos pongan en el sendero.
Esta es de nuevo la , el proyecto más ambicioso y completo del ser humano, que muchos no quieren ni siquiera comenzar, postergando su progreso y su felicidad Dios sabe para cuando, pero que tarde o temprano tendrán que empezar. Para todos es un trabajo, para unos que debemos aprender a perdonar, y otros quizá a pedir perdón, pero es un trabajo que sin duda necesita un esfuerzo y que alguien debe ser el primero en dar el paso. Devolver bien por mal, no sólo no pagar con la misma moneda, sino ser incluso capaces de tender una mano a aquél que un día no nos quiso bien.
Cuando nos atacan debemos defendemos. Esta es otra cuestión a estudiar y comprender. Ciertamente, debemos defendemos, pero debemos luchar no con las mismas armas de nuestro agresor, porque entonces nos ponemos a su altura y no somos mejores que él, sino insisto, nuestra arma debe ser la autoridad moral que debe prevalecer siempre por encima de cualquier tipo de provocación que se nos haga.
Defenderse no es ir contra nadie, defenderse incluso si es necesario soportando los males en nuestra persona, pero nunca cometerlos, de ahí que el Maestro Jesús expresara aquello de «Poner la otra mejilla», dándonos a entender que para el progreso del espíritu, y para la marcha de la humanidad, es preferible antes recibir un mal que cometerlo, siendo esta una demostración del dominio que tiene el espíritu sobre la materia, a veces en los momentos más delicados, con lo cual además de ofrecer un ejemplo vivo de la perfección del espíritu, no cargamos nuestra alma con ningún tipo do deuda, ni física, ni moral y así es la única manera de poder superar los mundos de expiación y prueba como lo es la Tierra, y ganarnos el paso a un mundo de regeneración, en el cual ya no hay cabida a ningún rasgo de hipocresía, de venganza, odio o rencor, y es preciso desde luego pasar la experiencia que ponga a prueba nuestro carácter en este sentido en mundos como el nuestro, atrasado moralmente, y demostrar que somos aptos para mundos de regeneración.
Esto debemos tenerlo muy claro, en un mundo de regeneración ya no se admiten espíritus que conserven características que les impidan perdonar, porque pueden arrastrar a otros en su ceguera mental y espiritual, y es muy difícil adelantar en el progreso del espíritu si no se han depurado estas tendencias tan perniciosas.
De ahí que no sea raro que muchas veces choquemos con experiencias que nos obliguen a tomar decisiones importantes en este sentido. El perdón es una virtud muy importante, Dios nos ha dado la inteligencia para que la empleemos y sepamos sacar nuestros valores morales, y la voluntad para superar las adversidades. Mirémonos interiormente, reflexionemos y veamos cuál es nuestro estado espiritual con respecto a esta cuestión, no dejemos perder la ocasión de recuperar viejos amigos y de zanjar viejas rencillas que no nos permitan aceptar a alguien tal como es, cambiemos nosotros y dejemos a Dios el trabajo de hacer cambiar a los demás con las experiencias que necesiten.
F.H.H.