Para poder ir adentrándonos en este tema, en primer lugar debemos enfocar bien lo que representa el ser espiritual, su origen y cual es el objeto de su existencia.
El espíritu es la chispa divina, emanada de Dios, hecha a su imagen y semejanza, en cuanto a sus atributos, no físicamente, porque Dios no tiene forma. Es como extraer una gota del océano, que tiene las mismas propiedades que el mismo océano de cual procede. El objeto de su creación, no es otro que el de alcanzar la perfección a través del desarrollo de todas las cualidades que posee en potencia de manera innata, porque Dios como Padre así lo ha querido.
Para ello tendrá que recorrer un largo camino, enfrentarse a infinidad de experiencias y pruebas, vivir en su propia carne lo que es la felicidad y el sufrimiento, tropezará y volverá a levantarse una y otra vez, se equivocará y una voz interna le hará sentirse molesto para que lo reconozca y pueda rectificar, es la conciencia. Viajará por distintos mundos, cada uno de ellos, apropiado según su grado de evolución, y a medida que va progresando en el desarrollo de sus atributos irá ampliando su grado de responsabilidad, e irá asimismo, conquistando mayor dominio sobre si mismo y alcanzará cotas más grandes de amor y de felicidad.
Todos sin excepción, lo queramos o no, lo comprendamos ahora o no, hemos de recorrer dicho camino, y todos sin lugar a dudas lograremos llegar a la meta que es la perfección, que ahora no podemos siquiera mínimamente imaginar, e integrarnos en la divinidad, eso sí sin dejar de lado nuestra individualidad.
Para ello, lógicamente hemos de disponer de la ayuda y las herramientas necesarias para poco a poco ir empezando las primeras fases del progreso, que pueden resultar quizás las más difíciles por la falta de experiencia y por el escaso desarrollo de nuestra conciencia.
Debemos saber que el espíritu, a pesar de su falta de experiencia, es creado por Dios, puro e inocente, y además le ha dotado con la fuerza de voluntad necesaria y un grado mínimo de intuición para que vaya tomando decisiones y orientándose hacia la práctica del bien.
Es fácil de entender que, al provenir de esa llama creadora que es Dios, hecho a su imagen y semejanza «no puede tener en sí mismo ni una pizca de maldad, de rebeldía, no conoce las pasiones o la agresividad, está limpio de tendencias inferiores y no posee ningún defecto o imperfección que lo incline desde sus orígenes o principios hacia el lado del mal.»
La Ley de Evolución le impele constantemente al progreso, a la conquista de su bienestar, y al de los seres que le rodean, al conocimiento y dominio del medio en el que en cada momento se está desarrollando, a la búsqueda de la felicidad en una palabra, que es algo que también de manera innata todos sentimos y queremos sin excepciones.
Esa pureza de espíritu, concede al ser que empieza su progreso la gran ventaja de hacerlo completamente limpio de todo mal. Le otorga pues, la posibilidad de emprender su progreso, escogiendo la senda del bien desde el principio.
Si bien al tener materia, en contrapartida sentirá muchas presiones que le harán pensar en sí mismo, que le pueden llevar hacia el desarrollo del egoísmo o escoger el camino del mal, para eso Dios le ha dotado de la facultad de la voluntad y del sentido de la intuición. Además nunca estará sólo,, siempre tendrá a su lado la ayuda del plano espiritual que, en cada momento, velará por él, para ir corrigiéndolo y ayudándole, para que en cada nueva existencia pueda rectificar y no a ir acumulando errores, que son los que formarán su karma negativo y le pueden conducir a vidas de expiación y sufrimiento.
Junto a estas dos cualidades, antes mencionadas que son la voluntad y el sentido de la intuición, Dios, también dota al espíritu del libre albedrío, con lo cual, es dueño de sus actos, y aunque en las primeras fases de su evolución no es apenas responsable por sus actos, al igual que un bebé tampoco lo es, Dios, no toma en cuenta esos errores; sabiendo que el grado de responsabilidad va parejo al grado de evolución.
Debemos conocer también que las leyes del Padre, están creadas para nuestro beneficio, la Ley del Amor es la base que sustenta a todas las demás leyes, Dios nos ha creado por amor, y ese amor, sólo nos reajusta y equilibra a medida que nuestra conciencia, y por ende el sentido de la responsabilidad se va ampliando, es sólo entonces, cuando pueden empezar a llegar los reajustes, y emperezamos a recoger nuestros propios frutos, los que libremente hemos sembrado.
El maestro primero nos da la clase, nos enseña las materias que debemos aprender, y nos dice como hacer los ejercicios, tan solo después de haber recibido esas enseñanzas, es cuando se nos pone a prueba sometiéndonos a un examen o a realizar una serie de deberes, para verificar si lo hemos comprendido. Así pasa con el ser espiritual, en las primeras fases de su evolución, las primeras existencias representan las primeras nociones, son las primeras tomas de contacto con el mundo material, y con ellas empezamos a aprender.
Las vidas en esas etapas transcurren muy rápidamente, el espíritu apenas pasa tiempo en el plano espiritual, porque lo que necesita es el contacto con la materia, y vivir múltiples experiencias. Con ellas, va forjándose en vivencias y conocimiento, va experimentado todas las sensaciones y con ellas, aprendiendo a distinguir el bien del mal, con mayor claridad. Algo que al principio, desde que ha sido creado, sólo tenía un vago sentimiento.
Con las diferentes existencias va siendo más consciente y capaz de discernir con más facilidad. Es entonces cuando comienza a ser más responsable de sus actos y cuando su libre albedrío lógicamente se tiene más en cuenta por las leyes de la evolución.
Volviendo al ejemplo del bebe, ocurre algo parecido, el niño está en el mundo pero no se puede valer por sí mismo, necesita la ayuda de unos padres constantemente para todo, va observando cuanto acontece a su alrededor, siente necesidades, comienza a experimentar, está recogiendo datos de todo y aprende, y desde el primer momento en que comienza a valerse por sí mismo, empieza a sentir los pequeños fracasos o alegrías.
No dispone por completo del libre albedrío porque tiene una materia que lo limita demasiado, así pasa con el espíritu en sus inicios, le falta experiencia y no puede dominar la materia al completo pero va recabando múltiples experiencias y desarrollando sus potencialidades, hasta que llega un momento, en que deja esa infancia y ya es un espíritu, en fase de ser totalmente libre y responsable, a partir de ahí, ya estará gozando de pleno albedrío y por lo tanto, será responsable al cien por cien de sus actos.
Esto nos recuerda la célebre frase del gran sabio egipcio Hermes Trimegisto, “el tres veces grande”: COMO ES ARRIBA ES ABAJO.
El próximo artículo lo dedicaremos a estudio sobre el “bien y el mal”, intentando analizar porqué se pueden tomar estos dos caminos tan dispares.
Fermín Hernández Hernández
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