LA MENTE
“A veces lo que el corazón sabe, la mente lo olvida”
Con frecuencia somos víctimas de nuestra forma de pensar y sentir; hasta el punto de que el viejo aforismo de “somos lo que pensamos” es hoy más que nunca una realidad manifiesta confirmada por la psicología y la biología evolutiva.
“El hombre que no actúa como piensa, termina pensando como actúa”; esta frase de Pascal explica algo que muchas veces forma parte de la personalidad humana con mucha frecuencia. Y no es otra cosa que el engaño que muchas veces nos hacemos a nosotros mismos cuando pensamos de una forma y, en contra de los propios principios y convicciones, terminamos actuando de manera diferente.
A esta forma de actuar los psicólogos la denominan “disonancia cognitiva”, es decir, nos comportamos y actuamos de forma contraria a como pensamos que deberíamos hacerlo según nuestras creencias.
Sin embargo, dejando de lado lo que la ciencia nos explica cuyo desarrollo es limitado, todo esto tiene una razón más profunda que venimos a analizar aquí y que proviene de nuestro ser transcendente, nuestra alma, que, sobreviviendo a la muerte una y otra vez, incorporada a las experiencias de reencarnaciones milenarias presenta un acervo propio que nos distingue sin igual a unos de otros.
Esta idiosincrasia propia es nuestra herencia espiritual inmortal, aquello que ya hemos conquistado y aquello otro que debemos corregir para continuar nuestro progreso espiritual. El conflicto que se vive en el alma humana cuando encarna, entre lo que viene a conseguir y lo que efectivamente está realizando, es precisamente la base del engaño que nos hacemos a nosotros mismos. Y en ello la mente tiene un papel superior.
Cuando nos dejamos llevar por las sensaciones, los instintos, las pasiones o los vicios, damos rienda suelta a la esencia primitiva y animalizada que arrastramos de épocas pretéritas. Ese sedimento crea un estado mental en el que la materia lo domina todo; nuestra mente y nuestra alma se subordinan a los reflejos inferiores de nuestra personalidad que -archivados convenientemente en el inconsciente profundo- afloran sin medida al no haber sido domeñados o transmutados por otras fuerzas interiores que también poseemos pero a las que no les conoceremos oportunidad de manifestarse.
Los ideales nobles del bien, de la vida superior, de la ascensión y el impulso del progreso del espíritu son aquellos que provienen de la mente superior que todos tenemos y del alma superior que alberga las sensaciones más elevadas de pureza, nobleza, belleza, libertad, etc.
Es en realidad la voz de nuestro yo superior, invitándonos al cambio, a las aspiraciones de progreso y liberación de la ignorancia y el error a la que aspira todo ser inmortal creado por Dios para la felicidad y la plenitud.
Cuando nuestra mente no sintoniza con estos ideales superiores y dejamos que penetre en ella los instintos materiales más primitivos, alimentándolos constantemente, nos volvemos esclavos de nosotros mismos, de las pasiones o los vicios que nos dominan. O en otras ocasiones, de la falta de sentido sobre la vida, llegando a problemas de orden existencial que degeneran en depresiones graves propiciadas por el desequilibrio entre espíritu y materia.
Podemos educar nuestra mente? Por supuesto. Podemos cambiar nuestros actos? Sin duda ninguna. Si volvemos al principio, cuando nuestros pensamientos adquieren los hábitos positivos de la mente superior, la que nuestro espíritu dirige, podemos transmutar nuestros pensamientos y nuestras acciones, percibiendo una realidad distinta, diferente a la que percibimos cuando estamos esclavizados con el materialismo embrutecedor que nuestra mente humana alimenta, debido a los pensamientos y sentimientos groseros e instintos primitivos.
Si cambiamos de forma de pensar hacia el bien, hacia los hábitos superiores de la vida, nuestros actos en ella se dirigirán en esa dirección, y con ello evitaremos una y otra vez equivocarnos y no seremos engañados por nuestra propia mente humana, que siempre propicia lo fácil, lo cómodo, lo que no conlleva esfuerzo, pues es la propia materia la que la incentiva en este sentido.
El engaño al que somos sometidos llega al punto de hacernos creer que la felicidad se encuentra en las cosas externas, aquellas que nos ofrecen satisfacción inmediata, el placer, la inacción, la búsqueda de la comodidad por encima de todo, etc.
La única realidad que puede conducirnos a la felicidad y apartarnos del engaño mental, al que libremente nos entregamos, son las cualidades superiores del espíritu humano. Algo que los sabios de todos los tiempos han identificado en el interior del ser humano, en la iluminación de su ser inmortal, trascendente, y no en las aparentes y ficticias promesas del placer hedonista que, efímero y frustrante, nunca satisface las aspiraciones nobles y elevadas del ser inmortal.
El engaño por: Benet de Canfield
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“Las personas hacen lo que sea, no importa lo absurdo, para evitar enfrentarse con su propia alma.” Carl G. Jung – Psicoanalista