Otra de las grandes pruebas a las que se somete el espíritu en evolución, en las primeras etapas de su progreso espiritual es a la del dinero, a la riqueza material.
Hoy en día, observamos atónitos el grado de corrupción en las altas esferas de la política y la economía. Casi todos los días, los medios de comunicación nos rebelan presuntos casos de desvío de capitales, favoritismos entre colegas o tráfico de influencias, y un sinfín de prácticas que esquilman las arcas públicas en beneficio de unos pocos.
Utilizando una gran astucia y sagacidad para ocultar su verdadero carácter e intenciones, estos personajes se presentan ante la sociedad como el adalid de la corrección y las buenas prácticas. La gran mayoría de ellos con discursos huecos, llenos de buenos propósitos que casi nunca se llegan a cumplir; siempre con la única intención de mantener sus privilegios y su estatus social.
Ellos se creen muy listos y que nunca les van a pillar en flagrante delito, pero cuando son denunciados y descubiertos, se amparan en la lentitud de la justicia, en sumarios gigantescos, lo cual les posibilita alternativas para preparar defensas muy bien elaboradas por expertos contratados para tal fin.
Estos hechos definen una época. Son la punta del iceberg de un problema que refleja un estado general que salpica a todos las capas sociales. Nos encontramos en la espiral de una crisis que está marcando un final de ciclo, en donde la falta de unos objetivos superiores en la vida, los miedos, y una deficiente educación ética y moral, además de los malos ejemplos que recibimos, nos han abocado a una relajación de conducta en la que sólo prima el acumular la mayor cantidad de dinero y con el menor trabajo posible.
La falta de alicientes en la vida e ideales nobles provoca un vacío interior que el individuo trata de llenar con satisfacciones materiales casi constantes; ir de compras, viajes, cenas, regalos, etc., comportamientos que estimulan los sentidos y alimentan las ilusiones transitorias, en una búsqueda constante del tener por encima del ser, ya que las aspiraciones interiores, las del propio espíritu, se desconocen o se ahogan en la conciencia. En última instancia: nos creemos merecedores de ser felices pero sin esfuerzo.
En dicha fuga nos creemos portadores de todos los derechos, pero sin apenas obligaciones. En estas circunstancias, el sentido de la responsabilidad queda muy debilitado, lo cual provoca deserciones cuando hacemos algún daño a otros, para eludir las consecuencias.
Cuando las cosas nos van mal y las expectativas económicas no nos satisfacen arremetemos contra todo y contra todos. No somos capaces de realizar una autocrítica, pensamos que son los demás los que nos han fallado, eximiéndonos, una vez más de toda responsabilidad. Entonces, la consecuencia inmediata suele ser la necesidad de mayores placeres, mayores distracciones que nos eviten el pensamiento en los demás y sobre todo, en nuestros propios problemas.
Otro síntoma que delata el momento actual es que, las consultas psicológicas y psiquiátricas se encuentran abarrotadas de personas con muchos conflictos: depresiones, drogas, alcohol, desequilibrios de todo tipo, adicciones patológicas, etc. Un cuadro que refleja el estado interior de un sector bastante importante de nuestra sociedad.
Las religiones, por lo general, más preocupadas por la forma que por el fondo, con un discurso ambiguo, y con una filosofía dogmática, también ha contribuido a que la gente se haya desmarcado de sus postulados, asociando erróneamente la religión y sus representantes con la moral auténtica, universal. Por tanto, al crecer el escepticismo sobre la religión, el individuo menosprecia sus fundamentos morales al no comprender su sentido verdadero; y finalmente la gente acaba pensando que todo es relativo, incluida la moral. De ahí la laxitud que observamos actualmente.
Por tanto, todo se encadena y es necesario descender hasta sus causas para comprender el problema existencial en el que estamos inmersos. Un problema que se resume en dos palabras: IGNORANCIA ESPIRITUAL. Pero… ¿ignorancia de qué?
A saber:
- Estamos en el mundo temporalmente, por lo tanto, es absurdo amasar riqueza sin ningún criterio útil, sólo pensando en nosotros mismos.
- Todas las posesiones son transitorias y tendremos que dar cuenta, cuando abandonemos la envoltura física, de su administración así como de su uso.
- Estamos destinados a la felicidad pero a través del servicio y la solidaridad con nuestros semejantes.
- La siembra es voluntaria, la cosecha obligatoria. Si robamos o perjudicamos contraemos una grave responsabilidad, nos exponemos a que nos paguen con la misma moneda en esta o en futuras vidas. Es como echar piedras sobre nuestro propio tejado, más pronto o más tarde nos alcanzará.
- La riqueza, cuando es lícita, es una herramienta para hacer el bien, cuando se usa mal es fuente de futuros dolores y sinsabores.
- Podemos engañar y librarnos de la justicia humana pero nunca de la justicia de Dios, que no castiga pero corrige.
- Somos responsables del mal que hacemos así como por el bien que dejamos de hacer. Todo tiene sus consecuencias, tanto buenas como malas.
- Existen dos formas de progreso que a lo largo de la evolución se complementan, en función de nuestras necesidades, es decir, por el amor o por el dolor. A nosotros nos toca escoger.
Pensar que ya tendremos tiempo en el futuro para poner orden en nuestra vida y para el desarrollo de posibles trabajos edificantes es un autoengaño. Si no tenemos ahora voluntad, nunca la tendremos.
Una vez dejamos la envoltura carnal retornando al mundo espiritual, contemplamos lo que ha sido nuestra vida, si no hemos aprovechado la oportunidad de hacer el bien con el dinero, o para hacer algo útil a la sociedad, tendremos que volver, seguramente en peores condiciones.
El libro de la vida nos cuenta que muchos de los pobres de hoy, que viven en la miseria, fueron ricos y potentados en el pasado, que no quisieron aprovechar los recursos que se les había confiado y ahora se ven en la obligación de retornar, pero esta vez con carencias, para que su espíritu se sensibilice y comprenda mejor su error.
En definitiva, el mundo es una gran escuela que hay que aprovechar, encontrando el verdadero sentido de las cosas. A las posesiones materiales, darles el valor que merecen, no más, porque al final aquello que se nos proporciona son herramientas de trabajo, de progreso espiritual, elementos que han de cubrir nuestras necesidades humanas pero que no son una finalidad en sí mismas.
Es por ello que, aquellos que se dejan seducir por la ambición y la codicia se están forjando un futuro problemático, de carencias, de sufrimientos. No nos podemos dejar llevar por ello.
El espíritu muy imperfecto, cuando se encuentra en el plano espiritual y comprende algo de su realidad trascendente, por lo general, escoge las pruebas en la medida de sus fuerzas, y la de la riqueza por su dificultad, la suele posponer para etapas posteriores, para momentos de mayor comprensión y equilibrio evolutivo.
En conclusión, no envidiemos a los potentados y a los ricos, todo se queda aquí, tan sólo nos vamos a llevar las cualidades y el bien que hayamos podido hacer. Todo lo demás son ilusiones vanas que borra el tiempo.
José M. Meseguer
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