EL COMPLEJO DE INFERIORIDAD

0
93
 
En nuestras relaciones humanas es posible encontrar a personas introvertidas, pusilánimes, escondiendo un complejo de inferioridad que les resulta difícil de disimular y sobre todo de  vencer.
 
Las causas que motivan este trastorno de la personalidad pueden ser diversas así como múltiples las formas de manifestarlo, pero básicamente giran en torno a la falta de confianza en sí mismos, creando unas barreras psicológicas ante las cuales no se atreven a enfrentarse, desconociendo sus auténticas posibilidades de progreso y superación.
 

Todos los seres humanos son admirables por algún motivo, de todos podemos aprender algo positivo y nos debe de servir como objeto de estudio, ejemplo a seguir, pero nunca, nunca, debemos infravalorarnos porque no seamos capaces de lograr lo que otros han alcanzado. Cada cual dentro de sus posibilidades puede hacer mucho. No siempre lo que aparenta ser grandioso es lo más importante.

El complejo de inferioridad es el reflejo de la inestabilidad, es la duda y la falta de fe ante los dones que nos confiere el Padre, a modo de ramillete de flores, que con el mismo entusiasmo y amor con que nos lo ofrece, a su vez debemos ofrecerlo a los demás.

 
No somos producto de un día, acumulamos un bagaje muy rico en experiencias, tanto positivas como negativas, sin embargo, todas ellas nos han aportado algo que conforma nuestra personalidad, contribuyendo a que seamos cada día más capaces para desarrollar una tarea. Pero, quizás nos podamos preguntar ¿Cuál es?
El conocimiento espiritual nos aporta las claves a este enigma, y es muy sencillo. Antes de encarnar nos preparamos para desarrollar una labor, una tarea que nos sirve por un lado, para el rescate de deudas del pasado, y por otro, el desarrollo de determinadas cualidades que se encuentran en estado latente. Al mismo tiempo, dicho trabajo significa también una oportunidad para ir limando poco a poco las deficiencias, esos defectos que todavía nos entorpecen y ensombrecen una tarea digna y proficua.
 
El problema surge cuando tenemos algún fracaso; es normal que los tengamos, forma parte de nuestro aprendizaje y de las pruebas a las que nos debemos de someter, para probarnos la paciencia, la constancia y la fe. Cuando no realizamos una interpretación correcta y no fomentamos el auto-amor tan necesario para seguir y avanzar, nos hacemos castillos de arena, es decir, interpretamos y valoramos las situaciones de la vida con una actitud negativa o pesimista, como muros insalvables e imposibles. Esto es algo que no nos lo podemos permitir. 
 
Hemos de transmutar dichos pensamientos en otros más positivos, más edificantes, recordando con frecuencia los éxitos, las situaciones agradables que hemos tenido en el pasado, las obras buenas que nos han llenado de satisfacción. Si ayer fue posible, hoy también. Por lo tanto, hemos de sacar la fuerza de voluntad del bolsillo y ponernos a trabajar. La mayoría de las cosas importantes que desarrollamos en la vida empiezan casi siempre desde la insignificancia, pasito a pasito. Salvo raras excepciones, cualquier tarea, para que dé sus fruto requiere esfuerzo, y como decíamos tesón y fe. Como reza un viejo adagio: “La práctica hace maestros”.
 
Aquellos que logran resultados con facilidad no es porque Dios les haya dado un don, Él es soberanamente justo y da a cada cual según sus obras. Si en la actualidad tienen facilidad es porque se lo han ganado con su esfuerzo en esta o en otras existencias. Por tanto, no existen privilegios ni concesiones arbitrarias.
 
Además, contamos con la ayuda de aquellos seres espirituales que confían en nosotros y que se comprometieron a ayudarnos en esta difícil travesía por el mundo. Ellos son conscientes de las dificultades; nos comprenden, nos aman y nos estimulan para que continuemos adelante, siempre adelante, sin mirar atrás.
 
Lo importante pues radica en las cosas sencillas. Los grandes personajes de la espiritualidad en su paso por la vida física se destacaron por su humildad y sencillez, colocándose a la altura de sus semejantes, huyendo de los honores mundanos. Muchos de ellos, concluyendo una labor, cuyos frutos, ni tan siquiera se los reconocieron en vida.
 
Por tanto, tomemos ejemplo de ellos, no nos sintamos inferiores, cada cual es importante donde está. Adoptemos una postura optimista ante la vida. En todo aquello que emprendamos sea grande o pequeño, pongamos todo el interés y esfuerzo. Como decía el poeta Douglas Malloch en su poema “SI NO PUEDES”:
«Si no puedes ser pino en la colina,
sé arbusto sobre el valle,
más sé el mejor arbusto junto al río…
Sé rama si no puedes ser árbol.
Si no puedes ser rama, sé césped
y alegra algún camino;
si quieres ser almizclero y no puedes, sé tilo,
más el tilo más bello junto al lago.
No podemos ser todos capitanes;
algunos han de ser tripulantes.
Hay algo para todos en el mundo,
hay obras grandes y obras más humildes por hacer.
Mas es la próxima tarea la que debemos emprender.
Si no puedes ser carretera,
sé una senda;
si no puedes ser sol, sé una estrella.
No es el tamaño como tendrás
éxito o tu fracaso;
más ¡sé el mejor de lo que seas!»
José M. Meseguer
© Grupo Villena 2014
Publicidad solidaria gratuita