El burrito
Una de las mayores cegueras que el espíritu humano tiene cuando se sumerge en la carne y afronta una nueva reencarnación es el cuerpo físico. Por norma general, las personas solemos identificarnos con el cuerpo físico; muy pocas veces se piensa que somos algo más, una entidad trascendente que sobrevive al cuerpo después de la muerte, siendo este un mero instrumento que sirve al ser inmortal para progresar y crecer.
Esta impresión es tan fuerte que la mayoría de las personas identifican únicamente su personalidad con su aspecto físico, creyendo que sus pensamientos, emociones, sensaciones y percepciones son ellos mismos, al igual que sus células nerviosas, sus cuerpos enfermos o sanos y sus bellezas o fealdades.
Es tan difícil disociar “lo que somos” de “lo que aparentamos o sentimos” que la vida transcurre casi siempre bajo este condicionamiento, y sobre ello se construyen muchas falsas ideas que perjudican el desarrollo del espíritu en la Tierra y retrasan su evolución hacia estados de mayor perfección.
Solamente cuando comenzamos a vislumbrar que el cuerpo no es más que una herramienta al servicio del espíritu inmortal es el momento de entender que la vida transitoria es breve e incierta, que las pruebas y acontecimientos que nos ocurren tienen un porqué y un para qué, y que nuestros pensamientos, sentimientos y acciones, pese a ser elaborados y realizados por nosotros mismos en su gran mayoría, no son exactamente nuestra realidad auténtica.
Esta última es el espíritu inmortal que anima vida tras vida los diferentes cuerpos, las diferentes circunstancias y formas de actuar en una existencia o en otra, con base en las influencias recibidas (culturales, sociales, educacionales) o del acervo que nuestro inconsciente trae de vidas anteriores perfectamente mecanizado, automatizado, por la repetición de los mismos hábitos perniciosos o saludables que todos incorporamos en nuestro interior.
Así pues, el resultado de lo que pensamos, sentimos o hacemos se debe al nivel de progreso espiritual que nuestro ser inmortal ha alcanzado. Y sobre esto mismo el cuerpo físico ejerce una poderosa influencia que solamente puede ser doblegada mediante la voluntad firme del espíritu.
La materia física es cómoda por naturaleza, tiende a la inacción, a la preservación del mínimo esfuerzo, a evitar cualquier contratiempo que le genere esfuerzo, incomodidad o gasto de energía. Sin embargo, la voluntad del espíritu que desea crecer y evolucionar tiene la inercia del impulso, de la búsqueda de lo mejor, del esfuerzo constante y permanente por superarse a sí mismo a pesar de las comodidades que la propia materia le impone.
“El cuerpo es el templo del espíritu”, reza un antiguo aforismo; y es exactamente así. Debemos cuidar, proteger y mantener saludable nuestro cuerpo físico para que pueda ser el instrumento preciso que nuestra alma necesita para progresar. Pero estos cuidados y atenciones no tienen nada que ver con darle todos los caprichos que nos solicita; gula, concupiscencia, sensualismo, etc. Estos últimos son algunas de las cosas que nos pide constantemente y que hemos de combatir mediante la voluntad y el esfuerzo.
Si nos dejamos llevar por las sensaciones y lo que el cuerpo físico nos demanda, el espíritu y la conciencia va perdiendo fuerza en nuestro interior; lejos de escuchar las necesidades que nos han traído hasta aquí, acomodamos nuestra vida y nuestras prioridades a las tendencias de la materia, nos entregamos a ella, nos identificamos con ella, y nada de lo que supone un reto, un riesgo o un objetivo de superación personal pasa a ser relevante para nosotros.
Francisco de Asís llamaba a su cuerpo físico “el burrito”; un jumento sobre el que cargaba su asombrosa voluntad de acción en el bien y al que constantemente le pedía perdón por no tratarlo con las debidas atenciones. Como él, muchos personajes elevados de la historia han entendido la misión de este “burrito” que todos llevamos y que es una maquinaria extraordinaria de millones de células que la evolución ha proporcionado al espíritu para que este pueda desarrollar los atributos espirituales que Dios le concedió en su camino hacia la felicidad y la perfección.
En estas primeras etapas debemos contar con el burrito para alcanzar nuestros objetivos de progreso; tiempo habrá de prescindir de él. Mientras tanto, veremos más adelante en qué puede perjudicarnos si nos identificamos únicamente con él, sin comprender que la vida auténtica e inmortal corresponde al espíritu, y que este último debe ser el principal objetivo de atención de nuestra etapa humana en cada reencarnación.
El burrito por: Benet de Canfield
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