«EL ÁNGEL DEL GUETO DE VARSOVIA»
Todos conocemos la historia de Oskar Schindler, empresario alemán que salvó del holocausto nazi a unos mil doscientos judíos. Sus hazañas han sido recreadas en una magnífica película de 1993 dirigida por Steven Spielbreg. Este mes traemos a esta sección a Irena Sendler otro personaje que, arriesgando su propia vida, salvó la vida de unos dos mil quinientos niños judíos durante ese episodio del siglo XX, tan oscuro de la humanidad, la «solución final al problema judío», o simplemente la «solución final».
Irena Sendler era una enfermera y trabajadora social polaca. Cuando los nazis invadieron su país, trabajaba en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia, encargado entre otras cosas de los comedores comunitarios. Allí alivió el sufrimiento de mucha gente sin importar sus creencias o condición social.
En 1940 los nazis crearon un gueto en Varsovia, e Irena, horrorizada por sus condiciones tan deplorables, se unió al Consejo para la Ayuda de Judíos, «Zegota». Ella sabía que los judíos iban a ser llevados a campos de concentración, y por eso se ponía en contacto con las familias hebreas para que les entregaran a sus hijos, y así poder salvarlos. Muchas madres se negaban, lógicamente, a hacer tal cosa, e Irena y sus acompañantes decidían irse para volver algunos días después. Por desgracia, en muchas ocasiones, al hacerles una segunda visita se encontraba con que las familias ya habían sido evacuadas… hacia la muerte.
Aun así no desfalleció, y continuó tratando de recoger a las criaturas para sacarlas del gueto. En principio lo realizaba en ambulancias como presuntas víctimas de tifus, pero luego recurrió a cualquier medio. De esa forma, durante un año y medio sacó a niños escondidos en cajas de herramientas, sacos de patatas, cestos de basura… incluso ataúdes. Una vez sacados del gueto, Irena entregaba a los niños a otras familias. Pero su tarea no acabó ahí. Irena Sendler creó un archivo donde figurasen no solo los nombres y direcciones de las familias de acogida, sino los de sus familias de origen, con todo tipo de datos sobre sus historias personales. Con ello pretendía que, en un futuro más amable, aquellos niños pudieran reencontrarse con sus parientes consanguíneos.
Los nazis tuvieron conocimiento de sus actividades; la detuvieron y sometieron a tortura. Pero ella se negó a traicionar a sus colaboradores o a ninguno de los niños ocultos. Fue entonces condenada a muerte, pero mediante sobornos a los soldados alemanes consiguió escapar: un soldado se la llevó para someterla a un «interrogatorio adicional»; al salir, la gritó en polaco: «¡Corra!». Al día siguiente, el propio nombre de la joven apareció en la lista de polacos ejecutados.
Durante el alzamiento de Varsovia, en 1944, Irena ocultó las listas en dos tarros de vidrio y los enterró en el jardín de su vecina; así se aseguraba de que llegasen a las manos adecuadas si ella moría. Pero esto no ocurrió, y acabada la guerra ella misma los desenterró y le entregó sus notas al primer presidente del Comité de Salvamento de los Judíos Supervivientes, el doctor Adolfo Berman. Por desgracia, la mayor parte de las familias de los niños salvados habían muerto en los campos de exterminio, y por ello las criaturas que ya vivían con familias de adopción siguieron con estas, y los que no, fueron cuidados en diferentes orfanatos.
Los niños solo conocían a Irena Sendler por su nombre en clave, «Jolanta»; pero años más tarde, al aparecer su foto en la prensa, un hombre la llamó por teléfono y le dijo: «Recuerdo su cara, usted es quien me sacó del gueto». A partir de ahí, muchas más llamadas y reconocimientos se sucedieron.
Sendler nunca pensó en recibir ningún homenaje por sus actos, y ella misma lo expresó: «Cada niño salvado con mi ayuda fue la justificación de mi existencia en la Tierra, y no un título para recibir la gloria». Palabras propias de un espíritu humilde y, por tanto, de mayor elevación, a mi modesto entender.
En 2007 el gobierno polaco la presentó como candidata al Premio Nobel de la Paz, iniciativa apoyada por el Estado de Israel. Pero no lo ganó, y el galardón recayó en Al Gore.
Si analizamos esto desde un punto de vista más trascendente, comprenderemos que el espíritu que vivió esa existencia como Irena Sendler vino con esa tarea, y tomó la decisión de llevarla a cabo cuando la ocasión se presentó, a pesar de los riesgos graves a los que se enfrentaría. En cuanto a la no concesión del más importante galardón por la Paz que se concede en este planeta… ¿qué importa? Cuando Irena partió a la patria espiritual a los 98 años de edad, seguro que recibió en el Más Allá un galardón mucho mayor; más o menos cien veces mayor, si recordamos las palabras del Maestro de Galilea: «Quien practique el bien en la Tierra, en el Cielo recibirá, por uno, ciento».
Irena Sendler por: Jesús Fernández