DIFERENCIAS Y TRABAS

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Entre los seres humanos es normal que existan diferencias entre unos y otros, son muchas las experiencias, puntos de partida, vivencias, situaciones, etc… que nos hacen, no sólo diferentes sino también únicos y extraordinarios.

Partiendo de esta premisa, es lógico que no exista una unión de pensamientos y de sentimientos en los seres humanos a priori, es decir, que dado en nivel de complejidad humana y la situación un tanto especial de transición planetaria de nuestros días, todo apunte más bien hacia la discordia y la desunión, que hacia estados más pacíficos y fraternales.

Al mismo tiempo resulta muy complicado encontrar grupos de gente de cualquier naturaleza que vivan en armonía, y en un estado de paz y concordancia que les permita trabajar en comunión total de pensamientos y sentimientos.

Si de este aspecto más genérico lo trasladamos al aspecto espiritual, y más concretamente al ámbito espírita comprobamos que no somos diferentes a los demás. También tenemos dificultades que superar, primero a nivel interno, del propio grupo, como con el resto de asociaciones cuyas ideas pueden ser algo diferentes a las nuestras.

Por tanto, es lógico que existan diferencias pero al mismo tiempo hay que respetar el libre albedrío de las personas. Sólo en aquellos grupos religiosos o de cualquier otra índole que son fanáticos y sectarios es donde existe un único patrón de comportamiento y de pensamiento, todo aquello que se aparta de dicho modelo preestablecido es marginado y rechazado.

Estas diferencias pueden ser de carácter doctrinario, poniéndole el énfasis mayormente a unos aspectos sobre otros, por lo que, al no estar en la misma línea con otros grupos provoca distanciamiento y frialdad. A veces, no sólo entre asociaciones, sino incluso dentro de un mismo grupo, manifestándose divergencias que pueden llegar a ser insalvables concluyendo en su disolución (en el peor de los casos), o en su fragmentación (más frecuente), dividiéndose muchas veces en dos o más grupos.

En la pregunta 390 del Libro de los Espíritus encontramos algo muy interesante donde Allan Kardec plantea lo siguiente: La antipatía instintiva ¿es siempre una señal de mala índole?

“Dos espíritus no son necesariamente malos, porque no sean simpáticos. La antipatía puede resultar de falta de semejanza en el pensamiento; pero a medida que los espíritus se elevan, se borran las diferencias y desaparece la antipatía”

Si reflexionamos sobre la anterior cuestión y sustituimos la palabra antipatía por divergencia o falta de sintonía podremos encontrar la clave del problema.

Efectivamente, si somos capaces de “elevarnos” moralmente, dando prioridad a otros aspectos fundamentales como son  la buena convivencia, la solidaridad y el afecto, por encima de cualquier tipo de disquisición intelectual, relegándolo a un segundo plano,  dichas antipatías-diferencias serían fácilmente superadas.

No obstante, cuando esta premisa no se cumple por falta de claridad en cuanto a objetivos y prioridades fundamentales, se produce un desequilibrio, que con el tiempo va provocando conflictos, deserciones y posturas rígidas que conducen a la deriva. Al mismo tiempo, la parte espiritual positiva precursora de que determinadas almas se asocien para realizar un trabajo común, de elevación moral, muy necesario para sus espíritus, al comprobar la baja sintonía, la falta de trabajo interno, aunque su constancia en el estudio, trabajando la parte intelectual y hasta mediúmnica; estos Seres de Luz, muchas veces amigos del pasado, por falta de sintonía se ven en la obligación de apartarse momentáneamente, dando paso muchas veces a espíritus místicos, fanáticos, religiosos de otras épocas que vuelven con fuerza para recuperar el protagonismo perdido en el pasado. No es que sugieran que no estudien para dominarlos mejor, no, al contrario; la estrategia es, estudiad mucho, mucho, con celo, dedicadle todo el tiempo y no os apartéis de la pureza doctrinaria y de sus postulados. Todo lo demás es secundario; la cuestión moral es subjetiva y pertenece a la vida personal e íntima de cada cual, y no hay tiempo en el centro espírita para convivencias o el relacionarse, más allá de las clases estrictamente doctrinarias. La idea central es: “Convertíos en expertos-teóricos, preocuparos en estudiar y divulgar, no hay tiempo para otras cosas”. Reflexionemos por un momento sobre ello; es sutil y al mismo tiempo puede llegar a ser muy perverso.

La consecuencia inmediata, es la superficialidad en las relaciones, es decir, personas de carácter amable cuya amistad empieza y termina en el centro espírita, ya que, al no tener momentos ni espacios para conocerse su único tema de conversación es de índole espiritual, filosófico y mediúmnico. Otra de las consecuencias inevitables, imperceptible por lo general para los dirigentes y colaboradores de esta clase de centros espíritas, es que las personas librepensadoras, gente sana y abierta que acude por primera vez se encuentran, en ocasiones, con ambientes y atmósferas que recuerdan un pasado religioso ya caduco y trasnochado, llevándose una imagen negativa de lo que es el verdadero espiritismo, ahuyentándolas definitivamente.

Por otro lado, aquellos que acuden espontáneamente con problemas buscando soluciones se encuentran, en lugar de consuelos y esperanzas con recomendaciones bibliográficas, o se ven sometidos a una programación de actividades  preestablecidas por el centro del cual no se pueden salir, viéndose muchas veces ninguneados o marginados por no acudir en las horas previstas, si las hubiera, para tal fin; viéndose forzados a seguir buscando soluciones y respuestas por otros caminos.

Como podemos comprobar en el análisis anterior, la parte negativa juega sus cartas, si no puede ir al “choque” para eliminar los centros espíritas directamente, entonces opta por “distraer”, lo suficiente para que pasen los años, ahuyente a la gente lúcida o con problemas sin aportarles soluciones y se pierda un tiempo precioso, creando discordias entre grupos, deserciones, misticismos que repelen, caminos aparentemente paralelos entre los distintos grupos, que nunca llegan a cruzarse y unirse porque no existe voluntad para ello.

¿Cuál es el resultado? Una mala imagen, sesgada, de lo que está llamado a ser una doctrina grandiosa, proveniente de las altas esferas espirituales, el Consolador Prometido, que habrá de regenerar la Tierra como nos vaticinan los espíritus superiores que se manifiestan en las psicografías.

Como dice el espíritu Joanna de Ângelis: “No esperes encontrar hombres ni obras perfectas”; sin embargo, no nos queda otra alternativa, debemos dar buenos ejemplos a la sociedad elevando nuestro nivel moral, renunciando y sacrificando nuestros egos en favor del prójimo. Primero a nivel personal, realizando un verdadero autoanálisis de nuestra situación interna, armonizándonos para que la parte espiritual positiva pueda aportarnos la ayuda que necesitamos y que posibilite la creación de un centro espírita en consonancia con los preceptos morales aprendidos de la doctrina codificada por Allan Kardec. En definitiva, es una tarea obligatoria y urgente por parte de todos los miembros del grupo sin excepción.

Efectivamente, necesitamos como dice la pregunta del principio, elevarnos, pero no sólo intelectualmente sino sobre todo moralmente. La marcha del progreso continúa y los grandes arquitectos espirituales a las órdenes del Ser Supremo tienen una programación sublime, diseñada desde hace muchos siglos. Nosotros, muy pequeños todavía, y con muchos defectos por corregir, estamos convidados a participar, pero depende de nosotros. Dicha programación majestuosa y perfecta sigue su curso, con nosotros o sin nosotros, todo depende de que nos pongamos las pilas y decidamos ponernos en marcha para ser testigos y hasta pequeños colaboradores de los profundos cambios que se avecinan.

José M. Meseguer

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«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame». (Marcos 8,34-9,1)

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