Despierta el año 2016 y es habitual formularse proyectos y objetivos a conseguir durante el mismo. Fundamentalmente la vida actual condiciona nuestras metas hacia aspectos materiales, de bienestar, comodidad, salud, riqueza o posición social, etc.. Todo ello de legítimo derecho e interés para la mayoría de las personas.
No obstante, existen cada vez más personas que se proponen como metas la realización interior, la búsqueda del sentido de su vida a través del trabajo y el servicio a los demás. En este punto encuentran la realización personal que les acerca a la felicidad y la paz interior que ansían. Sólo aquellos que no han experimentado la íntima y placentera sensación de ayudar desinteresadamente desconocen el bienestar psicológico, mental e incluso físico que se siente.
«La felicidad depende de lo que puedes dar, no de lo que puedes conseguir.»
Swami Chinmayananda. Maestro Hindú
Esta actitud de servicio desinteresado, de práctica del bien por el bien, nunca suficientemente ponderada ni elogiada, puede realizarse desde el anonimato más absoluto hasta la visibilidad más patente. Si la intención es noble, poco importa cómo sea, lo verdaderamente interesante es que sirva para consolar, ayudar, auxiliar o amar a todo aquel que lo necesita.
Es trabajando en el bien cuando, sin importar en demasía las ideas o principios, la persona comienza a sensibilizar su alma hacia la compasión y la entrega a los demás. Entonces se produce un fenómeno interior que ayuda al despertar de la conciencia del hombre, porque le lleva a reencontrarse con su parte espiritual más profunda, aquella que lo conecta al amor, esencia de la naturaleza divina que también forma parte del ser humano.
Sin apenas conocimiento alguno, comprobamos cuán grandes son muchas almas que transcurren por la tierra sembrando ejemplos de entrega, renuncia, amor incondicional y sacrificio por los demás. Esto no es fruto de la casualidad, ni tampoco de caprichos o arbitrariedades divinas; no es más que el resultado del progreso evolutivo, del avance moral de estos grandes seres, (anónimos la mayoría), un progreso que habla a las claras de una conciencia elevada; un alma grande; un ser que ha conquistado su propia dicha en vidas anteriores y por merecimiento propio y lucha sin descanso, ha trascendido su aspecto biológico, psicológico y social hasta convertirse en un espíritu elevado al servicio del amor divino.
Es el despertar del alma, encarnada o desencarnada, que muestra bien a las claras cuál es el camino a recorrer. Un camino que todos podemos comenzar si nos lo proponemos, un sendero de esfuerzo que se ve recompensado enormemente por las leyes de la vida, las cuales nos devuelven ciento por uno, todo el bien que hacemos.
Existen multitud de ejemplos de personas que, buscando el sentido de la vida o la felicidad que no encuentran en las comodidades materiales, deciden despertar a la vida interior, la vida del espíritu inmortal. Este es un esfuerzo al alcance de todos, y la recompensa al mismo la vamos experimentando al tiempo que caminamos y crecemos cada día más en el conocimiento de lo que somos, qué hacemos aquí y cuál es el destino que nos ocupa.
«El hombre esta perdido y esta vagando en una selva donde los valores no tienen significado. Los valores reales tienen significado solo cuando se adentra en el camino espiritual, un camino donde las emociones negativas no tienen uso.»
-Sai Baba – Lider Espiritual Hindú
El conocimiento espiritual nos ofrece las respuestas; pero la actitud de mejorar, el ejercicio noble y sincero por corregirnos y ayudar a los demás es la clave del crecimiento interior. Lógicamente, cuando sabemos el porqué de las cosas es mucho más fácil realizarlas con convencimiento y fortaleza; de ahí que sea tan necesario conocer los principios de la vida del espíritu en la tierra y fuera de ella.
Al tiempo que vamos conociéndonos, sabiendo de nuestro objetivo en la vida, actuando diariamente en la consecución del mismo y comprendiendo la realidad de nuestro espíritu inmortal, la paz, la conciencia tranquila y la dicha, se van adueñando de nuestro interior: comenzamos entonces a descubrir la vida superior.
La vida del espíritu que somos y que se proyecta más allá del tiempo, del espacio y de las vidas en la tierra. Despertamos entonces a la auténtica realidad que permanecía oculta por los velos de la vida material, las distracciones que esta nos procura y que nos apartan del objetivo final de toda vida humana que no es otro que progresar espiritualmente.
El despertar de la conciencia es cuestión de muchas vidas, de muchas experiencias, es también el resultado de la comprensión del sufrimiento y las dificultades, de la aceptación de las aflicciones como pruebas que debemos superar para nuestro crecimiento interior o cómo expiaciones que hemos de restaurar debido a un pasado equivocado.
En este comienzo de año, proponemos a todos nuestros lectores, la revisión de nuestra posición en la vida mediante una reflexión sincera de lo que actualmente somos, de cómo nos sentimos, de cuáles son aquellas situaciones o pensamientos que ocupan nuestra mente de forma prioritaria. Si una vez realizado este análisis, somos incapaces de encontrar sentido a nuestra propia vida, les invitamos a despertar a la Vida Superior; aquella que nos hace libres, no sujetos a modas, convencionalismos sociales, pensamiento único o dogmas de cualquier tipo.
Una vida superior en la que cada cual es individualmente diferente de otro, somos conciencias individuales, bajo libre albedrío, dueños de nuestro propio destino inmortal y responsables de aquello que hacemos, pensamos o sentimos.
El despertar a la Vida Superior supone ser consciente de todo esto; no para saber más, no para enorgullecerse, no para destacar; sino para comprender de una vez que la felicidad, que todos ansiamos, se encuentra dentro de nosotros mismos, cuando comprendemos el sentido de la vida y lo llevamos a la práctica mediante la responsabilidad y la madurez personal.
Despertemos pues aprendiendo, conociendo, estudiando, pero sobre todo, identificando nuestras debilidades y defectos, aquellas manchitas que ensombrecen nuestro paso por la vida y que hemos de intentar conocer y corregir. Aquellos restos, residuos que nuestra conciencia inmortal trae consigo de experiencias anteriores, y que sin duda podemos eliminar y controlar a poco que nos lo propongamos como un reto interior y personal.
Si acompañamos este último esfuerzo con una actitud noble ante la vida, respetándola, ayudando a otros a hacer lo mismo, agradeciendo todo lo que la vida nos ofrece, perdonando las faltas que nos hacen y con la gentileza y la simpatía por delante, nos encontraremos en las mejores condiciones para despertar nuestra conciencia a la auténtica realidad de la vida: el amor profundo que encontraremos en todas partes, incluso en aquellos inconvenientes que la vida nos presente como prueba.
Daremos gracias a Dios por el bien que recibamos, por el mal que no nos acontece, e incluso en el mal que nos sobrevenga, al afrontar este último como prueba y fortaleza en la corrección de nuestras propias faltas; reconociendo que todos somos deudores con la ley. Una conciencia despierta es sinónimo de felicidad interior, de paz y equilibrio emocional y mental; es sin duda la puerta de la felicidad que abriremos no sin voluntad y esfuerzo personal:
!DESPERTEMOS PUES A LA VIDA SUPERIOR!
Antonio Lledó Flor
©2015, Amor, paz y caridad
«Al igual que la vela no puede arder sin fuego, el hombre no puede vivir sin vida espiritual.»
Buda