Desigualdades humanas
“La desigualdad de las criaturas humanas no es más que el efecto de su propio mérito, porque todas las almas han sido creadas simples, ignorantes e iguales. Al caer en el pecado, y en proporción a sus faltas, fueron encerradas en cuerpos más o menos groseros, creados para servirles de cárcel”.
Abad Beráult Bercastel – Historiador y Padre de la Iglesia – S. XVIII
La explicación lógica y racional acerca de las desigualdades humanas que podemos entender bajo criterios sociológicos, psicológicos, antropológicos o económicos es totalmente insuficiente cuando estas trascienden el fenómeno de la vida física, y algunas personas las padecen mucho antes de nacer, por lo que esos criterios antes mencionados en nada les afectan en lo que respecta a su origen.
Es preciso remontarse al planteamiento espiritual para explicar con contundencia, lógica y coherencia las fuentes y las causas de esas desigualdades. Puesto que el alma es pre-existente al nacimiento, muchos de los orígenes de las desigualdades se hallan en el pasado del individuo, en sus vidas anteriores. Por ello, la ley de las vidas sucesivas es la que explica con mayor claridad no solo las causas de las desigualdades, sino su importante significado en la vida del hombre en relación con las normas ético-morales que rigen el proceso evolutivo del alma humana.
“Así como una vela no puede arder sin fuego, los hombres no pueden vivir sin espiritualidad”. Buda
Además de todo ello, la comprensión en profundidad de la reencarnación nos permite evaluar con total admiración y asombro “el sentido de la justicia divina”, al iluminar nuestra mente con el significado profundo de esas pruebas y expiaciones dolorosas, provenientes de las desigualdades y que, lejos de presentar un Dios caprichoso y arbitrario con las personas que las sufren, nos abre el entendimiento a la certeza de que las aflicciones y desigualdades soportadas en la Tierra solo tienen un propósito: reeducar el alma, reparando los errores cometidos y creciendo en fortaleza, inteligencia y moral.
Así pues, atribuir las desigualdades humanas a Dios es una aberración inadmisible, pues ante todo Dios es amor, sabiduría y perfección, como lo prueba el libre albedrío que ha concedido al hombre para que sea por él mismo el que forje su propio destino con sus decisiones acertadas o equivocadas. Si nosotros como padres nunca daríamos privilegios a unos hijos respecto a otros, si nunca aceptaríamos ofrecer a nuestros hijos vidas dolorosas y miserables, ¿somos nosotros mejores que Dios? Evidentemente, no. El mecanismo de la justicia divina se expresa mediante la ley de causa y efecto, dando a cada uno según sus obras en las distintas reencarnaciones, permitiendo entender que los reajustes de nuestros desatinos morales son reeducados mediante la rectificación propia y no por el castigo arbitrario de un Dios caprichoso.
La misericordia y el amor divino se expresan mediante las oportunidades que la reencarnación nos ofrece; reparando errores del pasado, superando las fases del primitivismo inconsciente que nos retiene en los vicios, las pasiones y los defectos morales y que generan los sufrimientos, sembrando causas de desigualdad y desdicha, que deberemos enfrentar en esta o próximas vidas si no rectificamos nuestra conducta inmoral.
Esta explicación que nos ofrece la ley de las vidas sucesivas acerca de que somos nosotros mismos los que sembramos las causas de la desigualdad y no podemos atribuirlas a la suerte, el azar, la sociedad o Dios, hace que nuestros planteamientos de vida y la capacidad de enfrentarlas y superarlas sea mucho más fácil para el hombre. La comprensión de las causas de las desigualdades otorga al hombre paz interior, aceptación y capacidad de resiliencia ante las aflicciones, al tiempo que le prepara para el cambio de mentalidad que le permite corregirse y modificarse a sí mismo en aquellas actitudes contrarias a la Ley de Dios que terminarán por otorgarle espacios y tiempos venideros de dicha, felicidad, igualdad, plenitud y serenidad interior.
Cuando se conoce y se acepta que existe una justicia perfecta que rige con misericordia y perfección las leyes de la vida, y de la que no podemos escapar pues se halla esculpida en nuestra propia conciencia, es entonces cuando podemos realizar nuestros planteamientos de vida más saludables, armónicos y equilibrados respecto al presente y el futuro.
La transferencia psicológica tan común de culpar a otros, a la suerte o a Dios de aquellas desgracias o desigualdades que acontecen en nuestro diario vivir, deja de tener sentido; salvo que queramos atormentarnos con la distorsión emocional que produce no ver la realidad del origen de nuestras aflicciones y nos instalemos en la rebeldía, la queja y la negación; algo que, antes o después nos pasará factura, al tratarse de una fuga de la realidad que nuestro espíritu endeudado se niega a aceptar, pero que no conseguirá impedir las consecuencias de los actos cometidos indebidamente.
“La madurez es cuando dejas de quejarte y poner excusas en tu vida, dándote cuenta de que lo que te sucede es el resultado de la elección previa que hiciste y comienzas a tomar nuevas decisiones para cambiar tu vida”. Roy T. Bennett
Aquellos que no creen en Dios o en la existencia e inmortalidad el alma atribuyen a la genética las desigualdades humanas que se manifiestan en los seres humanos desde antes de la cuna. Sin embargo, las leyes de la herencia nos demuestran que lo que se hereda de nuestros padres son las condiciones biológicas pero no psíquicas ni espirituales, pues estas últimas pertenecen al acervo y trayectoria del alma, y son adquiridas mediante las experiencias en las vidas sucesivas que el espíritu guarda en su conciencia.
Las facultades de la mente (inmaterial, como ya confirman muchos neurólogos actuales), así como las cualidades morales, no se encuentran en los genes, son patrimonio del espíritu. Y las semejanzas entre hijos y padres respecto al carácter y semejanzas psicológicas tienen que ver mucho más con la epigenética (educación, ambiente familiar, ejemplos paternos, etc.) y con la afinidad de los espíritus que reencarnan unidos en la misma familia por lazos de afecto, afinidad y compromiso espiritual.
Esto en lo que respecta a las desigualdades biológicas, morfológicas o psicológicas con las que reencarnamos. Pero existen también otras desigualdades más sangrantes, inclusive, que tienen que ver con situaciones socio-económicas que condicionan igualmente la vida humana. Nacer en un país pobre, en una familia sin recursos, en situaciones de vulnerabilidad extrema, en barrios o ambientes de gran dificultad, rodeados de escasas posibilidades de realizarse en la vida de manera digna, tampoco es casualidad o fruto del azar.
A través del estudio de las leyes que rigen la reencarnación comprobamos que cada cual reencarna mediante una planificación adecuada en el lugar que le corresponde, con la familia adecuada para superarse y enfrentar sus pruebas y expiaciones, a fin de resarcir deudas y fortalecerse como espíritus ante la adversidad o la dificultad (ver artículo sobre la planificación reencarnatoria antes de venir a la Tierra).
Hay situaciones verdaderamente graves donde espíritus valerosos y nobles reencarnan rodeados de espíritus de baja condición en familias desestructuradas, con padres violentos o desnaturalizados, y que les harán sufrir desde la cuna. La actitud ante estas situaciones es lo importante. Nada hay que no pueda conseguirse con esfuerzo y voluntad. Lo importante es comprender que esas circunstancias no obedecen a la mala suerte, el azar, la imprevisión o injusticia de un Dios caprichoso que no existe.
“Ante las injusticias y adversidades de la vida… ¡calma! Mahatma Gandhi
De esta manera, las injusticias no existen en las leyes divinas, y las desigualdades obedecen a programas de reajuste y necesidades de progreso espiritual que todos tenemos. Es ante las dificultades y las diferencias como aprendemos y nos esforzamos por alcanzar mayores cotas de progreso.
La desigualdad espiritual es más importante que la humana, pues la primera se establece en las diferencias en la escala espiritual por los méritos y niveles de perfección y pureza del espíritu. A mayor depuración y elevación, los espíritus que reencarnan afrontan mayores compromisos, sin importarles las desigualdades que deban enfrentar para conseguir sus objetivos de progreso y crecimiento moral, pues entienden que estas desigualdades son temporales y esporádicas, que se diluyen y desaparecen cuando han cumplido el objeto que tenían, y que la mayoría de las veces no era otro que probarles en su determinación hacia el bien y la abnegación y el sacrificio por las pruebas aceptadas.
“El sufrimiento inevitable deja de serlo cuando se le encuentra un sentido, como suele ser el sacrificio por los demás”. Dr. Victor Frankl – Psiquiatra
Convertir las desigualdades en una oportunidad de reajuste y fortaleza espiritual es lo que distingue a los espíritus adelantados, mientras que los retrasados moralmente viven en la queja permanente, la rebeldía y la supuesta injusticia que consideran cualquier diferencia respecto a otros que están mejores que ellos. Estos últimos rara vez observan a los que están peor, solo ven a los que aparentemente están mejor y con ellos se comparan.
Así pues, ante las desigualdades tengamos claro que no son causa de injusticia sino de necesidad de progreso, tanto para los espíritus de baja condición que necesitan reajustar sus deudas con la ley de causa y efecto como los espíritus ya adelantados que las aceptan voluntariamente y las planifican antes de encarnar para probarse y sublimarse en la dificultad.
Desigualdades humanas por: Antonio Lledó Flor
©2021, Amor, Paz y Caridad
“Es fácil comprender que, en las desigualdades humanas existe la acción de la Justicia Divina de: “A cada cual según sus obras” S. Arauco – Libro: “Tres Enfoques sobre la Reencarnación”