Continuando con la línea editorial de los meses anteriores, hoy nos disponemos a desarrollar un tema de suma importancia para nuestras necesidades espirituales aquí y ahora. Desde siempre, los grandes pensadores y sabios de la historia han remarcado que la felicidad se encuentra en el interior del ser humano, como ya explicábamos en editoriales anteriores, pero también nos han dejado detallado el camino a seguir para alcanzar esos objetivos.
Los grandes fundadores de religiones nos han puesto de manifiesto que a través del Amor, “en mayúsculas”, se alcanza la plenitud, pero su ejemplo ha servido para comprender, que ese estado no está exento de un importante sacrificio personal y de renuncia, que no todo el mundo está dispuesto a efectuar.
Aquí es donde debemos centrar nuestros objetivos, cada uno a su medida, cada persona a su nivel y en función de sus circunstancias personales. Es evidente que todo cambio supone una resistencia por fuerzas contrarias al mismo. La propia psicología cognitiva pone de manifiesto que el hombre por sí mismo se resiste a cambiar porque, aunque se trate de situaciones sufrientes o dolorosas, quiere mantener un modelo de comportamiento que le es cómodo y se aferra a él.
Tanto es así que, ante problemas nuevos que se presentan intentamos solucionarlos con métodos viejos que a nada nos conducen, empeñándonos incluso en renunciar a nuestros ideales o principios.
Todo esto ocurre por una cuestión muy sencilla: lo que menos deseamos modificar es lo que más necesitamos cambiar. Esta cuestión debemos tenerla presente para poder crecer y mejorar; para poder avanzar es preciso renovarse. Siempre podemos cambiar en los tres niveles que nos está permitido, a nivel físico, a nivel mental y a nivel espiritual.
Este último es el que, de momento, más nos interesa y , como explicábamos al inicio de este artículo, el cambio espiritual exige renuncia y sacrificio, principalmente internamente. La lucha contra nosotros mismos parte del conocimiento que tengamos de cómo somos en realidad. “Si quieres salvarte del abismo conócete a ti mismo” decían los clásicos griegos; y efectivamente así es ayer y hoy. Es preciso conocernos íntimamente, detectar nuestras debilidades e imperfecciones para cambiarlas, modificarlas, transmutarlas y sublimarlas por las virtudes opuestas.
Esto, que parece a simple vista fácil, no lo es. Es el gran trabajo del espíritu, vida tras vida: el esfuerzo por doblegar nuestras tendencias negativas, unas heredadas del pasado y otras adquiridas en nuestra vida presente es algo importantísimo. Conocer si somos orgullosos, soberbios, envidiosos, iracundos, insolidarios, egoístas, etc… y en qué medida nos podemos corregir, es el trabajo principal de todo hombre consciente de su necesidad de progreso y evolución.
Sabemos que venimos a la tierra a cumplir compromisos, a expiar faltas y a probar nuestras capacidades; pues bien, en la base de la pirámide se encuentra el trabajo personal de nuestra reforma interior, sin ello, todo lo demás se cae por su propio peso y volvemos a tropezar una y mil veces en la misma piedra.
La meditación y la oración pueden ayudarnos sobremanera en este trabajo tan arduo, tan difícil y tan básico y necesario. Con la primera alcanzaremos la comprensión de dónde hemos de poner un mayor esfuerzo. Sabremos que imperfección moral es la dominante en nuestro carácter y aplicaremos nuestros mayores esfuerzos en intentar erradicarla. Con la oración alcanzaremos la lucidez y la ayuda precisa para saber cómo hacerlo, con las mejores soluciones de voluntad y trabajo, sin desmayo, obteniendo los recursos necesarios para cuando caigamos de nuevo y debamos levantarnos para seguir luchando.
Proponemos pues un trabajo de reflexión y meritocracia espiritual basado en la renuncia a nuestros egoísmos: la mejor forma de alcanzarlo es dándonos a los demás. En la capacidad de servicio hacia nuestro prójimo, obtenemos la renuncia a nuestros propios egos, la transmutación hacia el bien, la paz y felicidad interior que nos proporciona la armonía con las leyes del amor, que impregnan el universo y la evolución espiritual del hombre.
Así pues, por un lado, sabemos qué debemos hacer, sabemos cómo hemos de hacerlo, podemos proponernos conseguirlo en base a nuestro libre albedrío y voluntad consiguiendo así mayores estados de paz y felicidad interior; o por el contrario, podemos seguir sin querer cambiar, permaneciendo instalados en el error y el sufrimiento que nos proporcionan nuestros atavismos negativos e imperfecciones, nuestras mezquindades y defectos, nuestras pasiones, que nos esclavizan a las posesiones materiales.
Invitamos pues a nuestros estimados lectores al cambio, mental y espiritual, mediante una reflexión personal que les proporcione las claves de su salud psíquica, de su control emocional, de su compromiso espiritual.
Los ejemplos los tenemos; todo mérito exige esfuerzo: la puerta estrecha. Seamos capaces de entender nuestra necesidad de cambio, apliquemos nuestra voluntad y seremos capaces de recorrer el camino que nos lleva a nuestra propia felicidad.
Jesús de Nazareth: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”
MUY BUEN ARTICULO. ESPERAMOS QUE SIGAN ESTA LINEA TAN CLARA, SIMPLE Y VERDADERA.