Buscar la sabiduría dentro de sí. Ser el jardinero de uno mismo y cuidar el jardín que hay en nosotros.
Es difícil cultivar la tierra: quitar las malas hierbas; aricar, sembrar y esperar con paciencia hasta que dé sus frutos. Las semillas deberán ser de buena calidad para que el fruto sea dulce.
La mayoría de las veces la cosecha que obtenemos no es buena; pueden crecer muchos árboles pero no todos dan fruto, y los que dan, no pueden comerse porque son muy amargos.
El jardín es nuestro espíritu, y las malas hierbas que lo invaden son nuestros defectos, como son el orgullo, la vanidad, la soberbia, la intolerancia… Erradicar esas malas hierbas es tarea difícil, porque nos cuesta trabajo admitir que nos están invadiendo, y no nos ponemos a trabajar para hacer una buena limpieza; así, nuestro espíritu seguirá sin cosechar buenos frutos: las semillas que necesita son la compasión, la bondad, la tolerancia, la humildad… Todas estas semillas están a nuestro alcance y son gratuitas; no hay más que cogerlas y aplicarlas… pero hay que preparar la tierra.
El ser humano demasiado inmerso en el materialismo ha dejado de lado los valores morales, que no son otra cosa que las malas hierbas de que hemos hablado: para él, no hay nada más allá que aquello que ve y puede tocar, sin admitir cualquier otra posibilidad, y eso le lleva a encerrarse en sí mismo, ensanchando su ego.
Para aquellos que al igual que yo creemos que hay algo más que ese materialismo que nos inunda, ese algo más nos empuja a, por lo menos, intentar erradicar algunas de esas malas hierbas, haciendo un esfuerzo para cambiarlas por buenas semillas.
Como he dicho, no es tarea fácil, pero merece la pena intentarlo.
Si todos los jardines del mundo estuvieran bien cuidados, la tierra de nuestras almas dejarían de ser tierra baldía, y todos los árboles producirían dulces frutos.
Trabajar sin descanso para lograr ese fin, aun cuando nos parezca que la cosecha se retrasa: trabajamos para el futuro del espíritu, que es quien recogerá el fruto según haya sido nuestra sementera. Tal vez no sea aquí, y es por ello que nos sentimos decepcionados, y dejamos la labor.
No debemos engañarnos: la vida en este planeta es efímera, perecedera; y es el alma la que supervive y la que gozará de su jardín por toda una eternidad.
Se podrá no creer en todo cuanto digo, pues como no puede ser de otro modo respeto absolutamente todas las opiniones e ideas, pero de lo que sí estoy segura es de que: “Uno se siente mejor cuando se ha trabajado con la esperanza de poder recoger un día, aunque sea lejano, una buena cosecha después de haber sembrado para los demás.”
Mª Luisa Escrich (Guardamar, 2014)